Doy muchas gracias a Dios cuando escucho testimonios de conversiones de personas que dan fruto de haber nacido de nuevo. Sin embargo, con frecuencia, cuando atiendo algunos testimonios de profesantes, no dejo de pensar en que tal vez hay un serio problema en la forma en que tales relatos son articulados y aplaudidos en la iglesia.
Muchos testimonios de conversiones en cientos de congregaciones se pueden resumir de la siguiente manera. Alguien dice: “yo era muy malo, pero ahora creo en Cristo, Él cambió mi vida y hoy soy bueno gracias a Él” — como si ya no fuésemos pecadores que necesitan constantemente de la gracia de Dios; como si ya no tuviésemos luchas contra la carne y las tentaciones. Ante eso, la congregación aplaude. Fin del testimonio.
Es verdad que, luego de la conversión, ahora hay algo bueno en nosotros porque antes no teníamos vida espiritual ni podíamos amar a Dios (cp. Efe 2:1; Rom 5:5). Pero la realidad de que ahora el Espíritu mora en nuestras vidas, no significa que hemos dejado de ser pecadores.