Cuando John Piper releía el clásico de Henry Scougal, La vida de Dios en el alma del hombre, se encontró con el siguiente pensamiento: “el valor y la excelencia de un alma se mide por el objeto de su amor”. Al meditar en eso, su mente empezó a correr y preguntarse: “¿podrá ser verdad con respecto a Dios? ¿No será también el caso de que el valor y la excelencia de Dios se midan por el objeto de su amor?” (pos. 191). Piper escribe:
“Si [Scougal] está en lo cierto -pensé- la única forma de meditar en la excelencia de Dios es meditar en sus deleites. Una forma de ver su gloria es llegar a ver su gozo. Esto se convirtió en un pensamiento que me emocionaba, ya que conocía por experiencia y por las Escrituras que cuanto más me enfoco en la gloria de Dios, más soy transformado a su semejanza. Tenemos la tendencia a convertirnos en aquello que admiramos y disfrutamos. Y cuanto mayor sea nuestra admiración, mayor será la influencia que aquello ejercerá sobre nosotros” (pos. 212).