“No puedo creer en un Dios que permita esta pandemia”. Aunque muchos se han resignado a la situación actual, esta idea está en incontables personas mientras el mundo se esfuerza por contener la Covid–19. Cuando vemos el dolor y daño que este virus causa, es razonable preguntar: ¿Por qué? ¿Por qué esto tiene que pasar? ¿Por qué un Dios bueno lo permitiría?
Abordar esta pregunta requiere más que un simple ejercicio intelectual. El sufrimiento nos alcanza y sacude sin importar qué creamos. Y aunque una respuesta buena pueda ser convincente para nuestras mentes, lo que más queremos en medio del dolor no es que alguien lo explique sino que se termine. Que las cosas malas desaparezcan. Despertar y descubrir que la pesadilla acabó. Que todo vuelva a ser como antes o incluso mejor.
Pero esto no significa que los creyentes no debemos tratar de hacer nuestro mejor esfuerzo en responder esta pregunta. En especial cuando algunas personas apuntan al “problema del sufrimiento” como una razón para no creer en Dios (1 Pe. 3:15).
Hay al menos dos verdades que podemos compartir con nuestros amigos escépticos en estas horas difíciles, luego de orar mucho, esperar el momento apropiado, y mientras nos esforzamos por hablar con tacto y compasión.