Contrario a lo que muchas personas creen hoy, la iglesia no es un centro social al que vamos a calentar sillas. La iglesia es un cuerpo lleno de vida, vibrante y de importancia eterna. Es el cuerpo de Cristo en la tierra, y cada creyente está llamado a desenvolverse como miembro dentro de ese cuerpo; no a permanecer inactivo allí (1 Corintios 12:12-27).
El pastor y autor Thom Rainer ha comprendido esa verdad, escribiendo al respecto en su libro Soy Miembro de la Iglesia: La Actitud que Marca la Diferencia. Rainer es directo al afirmar que:
“Dios no creó la iglesia local para que fuera un club de campo, un lugar exclusivo con privilegios y ventajas para sus miembros.
Nos puso en las iglesias para servir, para cuidar a otras personas, para orar por las autoridades, para aprender, para enseñar, para dar y, en algunos casos, para morir por causa del evangelio.
Muchas iglesias están débiles porque algunos hermanos no entienden en absoluto lo que significa ser miembro, o lo entienden mal. Es hora de aclarar esto, y de participar de la iglesia como Dios quiere. Ya es hora de dar, y de dejar de reclamar derechos”.