Pocas cosas son más comunes en nuestra generación que revisar el teléfono en las mañanas cuando despertamos.
¿Qué hay de nuevo hoy en las noticias? ¿Qué me perdí mientras dormía? ¿Cuántos ‘me gusta’ habré recibido durante la noche? ¿Quién me escribió en WhatsApp? Esas son algunas de las preguntas que nos hacemos justo luego de apagar la alarma que nos despertó.
Mi consejo honesto: resiste la tentación de revisar el teléfono.
No creo que sea pecado revisar el teléfono en las mañanas, pero considero que es algo que un creyente no debería tener como hábito si está interesado en su crecimiento espiritual.
El problema de revisar el teléfono en las mañanas
Lo que hacemos en los primeros minutos luego de despertar tiene un poder muy grande para moldear todo lo que hacemos o pensamos por el resto del día:
- La tecnología que nos rodea está hecha para ser adictiva y captar nuestra atención.
- Las redes sociales fomentan nuestras envidia y comparación.
- Los mensajes en WhatsApp nos distraen con facilidad y consumen nuestro tiempo.
- Los emails del trabajo, llenos de tareas y demandas por hacer, pueden volverse un vehículo para nuestra autojustificación si dejamos que ellos gobiernen nuestros días.
- Las noticias en los medios fomentan nuestro odio y enojo por lo general o simplemente nos distraen de lo eterno.
¿En serio queremos empezar nuestros días de esta manera? ¿Esta es la mejor forma de usar el tiempo que Dios nos regala? “Por tanto, tengan cuidado cómo andan; no como insensatos sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Ef. 5:15-16)
Algo mejor que revisar el teléfono en las mañanas
Yo sé que este post no es el más brillante o desarrollado que he publicado, pero pocas cosas van a revolucionar más nuestras vidas que leer la Biblia y orar al despertar, en vez de simplemente revisar el teléfono. Haz la prueba por ti mismo durante una semana.
Necesitamos que la Palabra moldee nuestra forma de ver el día que tenemos por delante. Necesitamos tener las promesas de Dios en nuestras mentes para contrarrestar las promesas del pecado cuando la tentación toque a la puerta. Necesitamos recordar quién es Dios, cuán amoroso, justo, santo, perfecto, soberano, y sabio es. Necesitamos tener presente quienes somos: adoptados por Dios y amados por Él. Esto nos guarda de vivir sin legalismo, envidiando, comparándonos, o preocupados por el futuro. Necesitamos derramar nuestros corazones ante Él (Sal. 62:8).
“Oh Dios, Tú eres mi Dios; te buscaré con afán. Mi alma tiene sed de Ti, mi carne te anhela, cual tierra seca y árida donde no hay agua” (Sal. 63:1). Oremos que tengamos el mismo deseo por Dios que el salmista tenía. Nada más aparte de Él puede saciarnos y llevarnos a vivir en cada área de nuestras vidas para su gloria. Es así como podemos abundar en fruto donde sea que estemos (Jn. 15:5). Fijar tu mirada en Dios es infinitamente mejor que fijarla en tu teléfono. Por amor a Dios, por el bien de tu alma, tu familia y tu trabajo, y por el bien de tu iglesia (pues eres miembro de un cuerpo), evita el hábito de revisar el teléfono en las mañanas.