Una de las complicaciones de advertir sobre los peligros espirituales de las redes sociales es que las personas pueden notar con rapidez qué tan en serio nos tomamos las advertencias.
La gente puede entrar a nuestros perfiles y pensar: «Hey, esta persona en verdad no pasa todo el día aquí» o «Bah, está persona parece que no se oye a sí misma cuando dice que hay que tener cuidado con las redes sociales. Mira cómo pasa el día publicando decenas de historias, comentando sobre cualquier cosa, etc.».
Podemos hacer esta clase de juicios de manera inconsciente, restando credibilidad a ciertos líderes que no parecen vivir acorde a lo que enseñan a otras personas.
¿No es este un talón de Aquiles para el discipulado en el siglo XXI en nuestra era de plataformas y exposición masiva? En especial cuando las personas que están más cerca de nosotros no solo pueden ver nuestras publicaciones, sino también nuestros hábitos: pueden ver si nos ponemos ansiosos cuando estamos lejos del teléfono, si pasamos más tiempo haciendo scrolling que sirviendo a quienes nos rodean, o si siempre buscamos oportunidades para publicar contenido en la web para simplemente ser vistos por otros bajo pretextos espirituales.