Una de las complicaciones de advertir sobre los peligros espirituales de las redes sociales es que las personas pueden notar con rapidez qué tan en serio nos tomamos las advertencias.
La gente puede entrar a nuestros perfiles y pensar: «Hey, esta persona en verdad no pasa todo el día aquí» o «Bah, está persona parece que no se oye a sí misma cuando dice que hay que tener cuidado con las redes sociales. Mira cómo pasa el día publicando decenas de historias, comentando sobre cualquier cosa, etc.».
Podemos hacer esta clase de juicios de manera inconsciente, restando credibilidad a ciertos líderes que no parecen vivir acorde a lo que enseñan a otras personas.
¿No es este un talón de Aquiles para el discipulado en el siglo XXI en nuestra era de plataformas y exposición masiva? En especial cuando las personas que están más cerca de nosotros no solo pueden ver nuestras publicaciones, sino también nuestros hábitos: pueden ver si nos ponemos ansiosos cuando estamos lejos del teléfono, si pasamos más tiempo haciendo scrolling que sirviendo a quienes nos rodean, o si siempre buscamos oportunidades para publicar contenido en la web para simplemente ser vistos por otros bajo pretextos espirituales.
Mi paternidad me hace reflexionar en esto mucho más. Hace algunos meses leía un ensayo en mi teléfono (mala idea) y mi hijo de un año, que estaba cerca de mí (y yo creí que estaba dormido), trató de ver en la pantalla lo mismo que yo veía. Sentí escalofrío cuando vi que desde pequeño quiere imitarme y prestar atención a las cosas a la que doy mi atención. No solo porque quiero ser un padre que pueda disfrutar la presencia de sus hijos en vez de distraerme con otras cosas delante de ellos, sino también porque oro que él crezca para ser un hombre mejor que yo.
Yo no estaba navegando en redes sociales, pero él todavía no sabe la diferencia. No sé cuáles son tus opiniones sobre crianza, pero no quiero que mi hijo crezca viendo a su papá la mayor parte del tiempo en el teléfono, o tomando fotos y grabando historias a cada rato para publicar en redes sociales y ganar golpes de dopamina.
Esta es solo la punta del iceberg. No solo mi hijo me está viendo; mi esposa también, y los jóvenes en quienes quiero invertir espiritualmente, y mis amigos en la iglesia, y los no creyentes con quienes puedo interactuar día a día. Saber que somos observados debe hacernos más sobrios al pretender enseñar a otros a ser sabios con la tecnología.
Como hablo en mi libro, en nuestra era digital no solo debemos tener un buen entendimiento bíblico de la tecnología para enseñar a otros, sino que también es necesario modelar cómo usar correctamente la tecnología.
Por ejemplo, ¿cómo enseñar el valor del silencio, la paciencia y el dominio propio a las personas que discipulamos si a cada rato publicamos en las redes cualquier cosa que pasa por nuestra mente? ¿Cómo enseñar que Cristo satisface la sed de aprobación en nuestro corazón si vivimos buscando la aprobación de otros en Internet? ¿Cómo enseñar que Dios es lo que más merece nuestra atención cuando pasamos más horas en redes sociales de lo que deberíamos?
Recuerdo cuando hace casi una década empecé a enseñar sobre ser intencionales en el uso de las redes para la gloria de Dios y no darles el primer lugar en nuestras vidas. Por momentos me sentía solo. Había quiénes veían inútil hablar sobre cómo el evangelio debe impactar el uso de las redes sociales. Cuando algunos líderes se dieron cuenta de la importancia de esto, ya era muy tarde para formar desde temprano a sus iglesias, discípulos, familias y organizaciones en estos asuntos.
Pero hoy no me siento solo. Puedo agradecer a Dios por otras tantas voces que advierten que, aunque las redes tienen muchos usos provechosos, también tienen un lado oscuro que requiere que andemos con cuidado.
Al mismo tiempo, no dejo de percibir la necesidad de crecer en credibilidad en esta área si queremos ser líderes efectivos. En especial si queremos advertir sobre los peligros de la era digital. No tenemos derecho a esperar que otras personas nos crean en lo que decimos si no tratamos de vivir conforme a eso. El mundo y la iglesia necesita a líderes que actúen con credibilidad en toda la vida, incluso en su uso de las redes sociales.
Es cierto que esto en última instancia es un asunto del corazón. Todos corremos el riesgo de ser precipitados al juzgar por qué alguien usa o no usa las redes sociales como lo hace. Podemos convertirnos en fariseos y sentirnos superiores a quienes están menos o más tiempo en redes sociales que nosotros. Ese peligro es real y necesitamos discernimiento al respecto. Pero ¿no deberíamos estar más conscientes de que cada uno de nosotros dará cuentas ante Dios por nuestras acciones? ¿No es un asunto serio tener la responsabilidad de modelar a otras personas lo que enseñamos?
No vivir las cosas que predicamos es falta de integridad. Por lo tanto, necesitamos examinarnos a nosotros mismos antes de andar diciéndole a los demás cómo deberían conducirse (Mt 7:1-5).
Si no estás dispuesto a practicar lo que enseñas; si no puedes desconectarte de vez en cuando por el tiempo necesario para desintoxicarte de la atracción de las redes sociales y guardar tu corazón; si no estás dispuesto a pasar menos tiempo frente a tu teléfono para servir más en tu iglesia; y si hay días en los que a cada hora estás pensando en contenido para publicar a cambio de «influencia» y golpes adictivos de dopamina, entonces considera tu posición al sermonear a los demás sobre los males o tentaciones de las redes sociales.
Lo mejor para ti y los demás es que no andes enseñando sobre el tema si no estás dispuesto a rechazar cinco minutos de fama y así ser menos «relevante» si esa es la voluntad de Dios para alguna etapa en tu vida; si pasas más tiempo en redes sociales que en la Palabra y tu vida de oración; o si estás más familiarizado con el nuevo contenido de tu burbuja evangélica en Internet que con el día a día de tu familia o iglesia.
Aunque no me considero influencer, también necesito estas palabras. Conozco la tendencia de mi corazón a inclinarse más hacia lo pasajero —como la aprobación social, el contenido llamativo y la influencia en redes sociales— que hacia lo eterno. Necesito recordar a diario que de nada me serviría ser popular si no soy tan íntegro como pueda serlo. Es inútil ser visto y admirado por otros si no vivo lo que predico.
Bendito sea Dios, quien se complace en perdonar nuestras fallas. Quien también se deleita en ofrecernos la gracia que necesitamos para que podamos vivir con credibilidad: vivir de tal manera que nuestras acciones sean acordes a nuestras palabras cuando ellas son conformes a Su palabra.