Siempre he encontrado interesante la forma en que grandes teólogos y predicadores de la iglesia han hablado de las doctrinas de la gracia, también llamadas los “cinco puntos del calvinismo”.
Contrario a lo que algunas personas suelen pensar o decir, estas doctrinas no apagan el evangelismo, sino que lo avivan, como vemos ejemplificado en los ministerios de Charles Spurgeon (conocido como el Príncipe de los predicadores) y George Whitefield (el mayor evangelista desde los tiempos apostólicos).
“Yo abrazo el esquema calvinista, no por Calvino, sino porque Jesucristo me lo ha enseñado”[1], expresó Whitefield. A su amigo, James Harvey, le escribió en una carta: “Déjame aconsejarte, querido señor Harvey, dejando todo prejuicio a un lado, que leas y ores sobre las epístolas de Pablo a los Romanos y Gálatas, y entonces déjale decirme qué piensa de esta doctrina”. También afirmó:
“Las doctrinas de nuestra elección y justificación gratuita en Cristo Jesús se imprimen cada día más y más en mi corazón. Ellas llenan mi alma con un fuego santo y me brindan una gran confianza en Dios mi Salvador. Espero que el fuego se contagie entre cada uno de nosotros… Nada más que la doctrina de la Reforma puede hacer esto”.
Estas verdades llenaban de gozo a Whitefield. Él no las veía como simple información para el entretenimiento intelectual, sino como combustible para su ambición de alcanzar a los perdidos para Cristo y adorar al Señor. En una carta sobre predicación a su amigo a Howell Harris, dijo:
“Coloca en sus mentes la libertad y la eternidad del amor elector de Dios, y anímalos a apoderarse de la perfecta justicia de Jesucristo por la fe. Habla con ellos, oh habla con ellos hasta la medianoche, de las riquezas de Su gracia todo-suficiente. Diles, oh diles, lo que Él ha hecho por sus almas, y cuán fervientemente Él está ahora intercediendo por ellos en el cielo … ¡Presiona sobre ellos para [llamarlos a] creer inmediatamente! Dispersa oraciones con tus exhortaciones, y por tanto llama al fuego del cielo, incluso el fuego del Espíritu Santo [para que descienda]… Habla en todo momento, mi querido hermano, como si fuera el último. Llora, si es posible, cada argumento y, por así decirlo, obliga a gritar: ‘¡Mira cómo nos ama [Dios]!’”
Por su parte, Spurgeon no era menos ferviente en abrazar las doctrinas de la gracia. En su clásico Una defensa al calvinismo, llegó a decir lo siguiente:
“Si alguien me preguntara qué quiero decir cuando hablo de un calvinista, yo respondería: ‘es alguien que afirma que la salvación es de Jehová’. No puedo encontrar en la Escritura ninguna otra doctrina fuera de esta. Es la esencia de la Biblia. ‘Él solamente es mi roca y mi salvación’. Díganme cualquier cosa contraria a esta verdad y será una herejía. Mencionen cualquier herejía y yo encontraré su esencia aquí, que se ha apartado de esta verdad grandiosa, fundamental, sólida como una roca, ‘Dios es mi roca y mi salvación’.
¿Cuál es la herejía de Roma sino añadir algo a los méritos perfectos de Jesucristo; introducir las obras de la carne para que ayuden a nuestra justificación? Y ¿cuál es la herejía del arminianismo sino añadir algo a la obra del Redentor? Cada herejía, cuando es llevada a un examen riguroso, se revelará como tal en este punto. Yo tengo mi propia opinión particular que no hay tal cosa como predicar a Cristo y a Él crucificado, a menos que prediquemos lo que hoy en día se llama la doctrina calvinista. El calvinismo no es otra cosa que el Evangelio. No creo que podamos predicar el Evangelio si no predicamos la justificación por la fe, sin obras; ni a menos que prediquemos la soberanía de Dios en Su dispensación de la Gracia; ni a menos que exaltemos el amor que elige y que no se puede cambiar, eterno, inmutable y conquistador de Jehová.
Tampoco pienso que podamos predicar el Evangelio a menos que lo basemos sobre la redención especial y particular de Su pueblo escogido y elegido, que Cristo llevó a cabo en la cruz. Tampoco puedo comprender un Evangelio que permite que los santos se aparten de manera definitiva después de haber sido llamados y deja que los hijos de Dios se quemen en los fuegos de la condenación después de haber creído una vez en Jesús”.
Es cierto que en esos párrafos hay algunas palabras duras. No estoy de acuerdo en que los cinco puntos del calvinismo son evangelio. Al igual que John Piper, creo que es posible ser arminiano y predicar un evangelio suficiente. Además, no creo en realidad que Spurgeon creyera que debes ser calvinista para ser salvo. En ese mismo texto, el príncipe de los predicadores afirma:
“No hay ninguna alma viviente que sostenga más firmemente las doctrinas de la Gracia que yo y si alguien me preguntara si me da vergüenza que me llamen calvinista, yo respondo: no quiero que me llamen de ninguna otra manera que cristiano. Pero si me preguntan ¿sostienes tú las perspectivas doctrinales que sostuvo Calvino? Yo replico que en general las sostengo y me alegra confesarlo. Pero lejos está de mí ni siquiera imaginar que Sión no contiene dentro de sus murallas a nadie que no sea un cristiano calvinista, o que nadie que no comparta nuestro punto de vista, es salvo”.
Estas palabras nos recuerdan, una vez más, que decir que los calvinistas no evangelizan es una falacia. Grandes evangelistas y predicadores de la historia de la iglesia han sido calvinistas.
Las doctrinas de la gracia los impulsaban a hablar con más denuedo la Palabra, y tales verdades deberían tener el mismo efecto en nosotros.
[1] Esta cita y las siguientes de Whitefield son tomadas de George Whitefiled: God’s Anointed Servant in The Great Revival of The Eigthteen Century.
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