No exagero si digo que Paul Washer es tal vez la persona que por la gracia de Dios ha sido más influyente de manera visible para el despertar en la iglesia evangélica latinoamericana a la buena teología.
Siempre que visito una iglesia saludable —por más remota y apartada que se encuentre de alguna ciudad—, conozco a alguien que me habla de cómo Washer le ayudó a conocer y profundizar en el cristianismo bíblico. Yo mismo he visto mi vida alentada por su ministerio.
Lo que no deja de resultarme curioso es que Washer no es el predicador más esforzado en ser visto. Tampoco usa activamente las redes sociales. No lo ves publicando en Instagram historias sobre su día a día, o compartiendo frases interesantes en Twitter todo el tiempo.
Su Sermón de la juventud impactante ni siquiera fue subido por él a internet, ni era su intención que otras personas lo escucharan aparte de la audiencia original.
Washer no se esfuerza en ser algún influencer, aunque tiene mucha influencia real para la gloria de Dios. Solo en el cielo conoceremos en toda su dimensión la bendición que su vida y ministerio es para la iglesia.
Esto me lleva a acuñar «la ley Paul Washer para líderes o influencers cristianos». Es una «ley» que he conversado con amigos y quisiera compartir contigo. Este es el axioma: Dios es soberano para hacer influyente a quien Él quiera, como Él quiera y cuando Él quiera.
Tu influencia está en manos de Dios
Hombres como Paul Washer son un testimonio para la iglesia de que la búsqueda de la influencia visible no debería ser la mayor prioridad en nuestras vidas.
No es malo ser visibles e influyentes si nuestro corazón está entregado a Dios, pero esto no debe tener el primer lugar. Dios es soberano para darnos una plataforma y para quitarla (¡puedes preguntarle a Juan el Bautista!).
Lamentablemente, muchas veces actuamos como si Dios dependiera de nuestros esfuerzos para llevar a otros lo que por Su gracia podemos hacer para la iglesia. Olvidamos que Dios está más interesado que nosotros en la edificación de Su pueblo, y en que las voces que vale la pena escuchar sean oídas conforme a Su propósito eterno por quienes necesitan escucharla en el momento preciso.
Esto es importante para recordar en nuestra generación superficial y de «farándula cristiana» en Internet. Esto confronta mi vida, porque como escritor deseo poder ser leído y servir a las personas, pero una tentación constante en nuestros días es priorizar la promoción de contenido por encima del servicio real para la iglesia.
La ironía de la «ley Paul Washer»
La ironía de la «ley Paul Washer para líderes cristianos» es que también nos apunta en la dirección opuesta.
No importa cuánto te afanes por tener una audiencia en redes sociales, ser un youtuber conocido o tener un blog con miles de lectores, si Dios no quiere que tengas una plataforma más grande en este tiempo de tu vida, sencillamente no la tendrás. Él es soberano.
Nuestra influencia en última instancia está en las manos de Dios, no en algoritmos o nuestro esfuerzo. Como explico en uno de los capítulos de Espiritual y conectado, Dios es soberano sobre todo lo que pasa en el mundo, incluyendo las tendencias y el contenido popular en redes sociales.
Conozco de ministerios e iglesias que invierten dinero en redes sociales y tráfico web, buscan asesoría de expertos y estudian los algoritmos que controlan lo que la gente ve en Internet. Hacen esto con el mejor de los deseos, para que otros sean edificados y alcanzados con el evangelio. Sin embargo, sus plataformas nunca parecen «despegar» en medio del ruido que hay en la web.
También hay páginas en redes sociales que en el pasado tuvieron un alcance masivo y fueron cruciales en el despertar a la sana doctrina en nuestros países, pero ahora están casi en el olvido y con suerte logran tener visualizaciones en sus publicaciones.
Sobre todo, puedo testificar de esta ironía por mi experiencia personal. En este blog he tenido temporadas en las que mi contenido se hace viral sin que yo haya movido un dedo más allá de hacer clic en «publicar». Incluso cuando me he ausentado por semanas de las redes sociales (lo cual me enseña que el alcance allí es una métrica inútil para la influencia) y mi newsletter estaba dañada y no enviaba mis artículos a todos mis suscriptores. Pero también he tenido escritos que han sido mis favoritos y terminaron pasando desapercibidos (como este).
Esto se siente… frustrante. Pero me humilla siempre que pasa y trae a mi memoria la «ley Paul Washer». Dios es soberano para hacer que mis escritos sean leídos por las personas precisas en el tiempo preciso que Él escoja. Y Dios es soberano en última instancia sobre el tamaño de la plataforma que tengo. Él no necesita mis planes ni que yo priorice convertirme en un influencer. La epístola de Santiago lo diría así:
Oigan ahora, ustedes que dicen: «Hoy o mañana tendremos una plataforma de tal y tal tamaño, alcanzaremos a esta cantidad de gente y seremos así de influyentes». Sin embargo, ustedes no saben cómo será su vida mañana. Solo son un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece. Más bien, debieran decir: Si el Señor quiere, tendremos esta plataforma y haremos esto o aquello. Pero ahora se jactan en su arrogancia. Toda jactancia semejante es mala (ver Santiago 4:13-16).
Descansando en el Señor
No me malinterpretes. No me refiero a que todo cristiano debería menospreciar el valor de la influencia visible, aunque todos hacemos bien en atender la exhortación bíblica: «¿Buscas para ti grandes cosas? ¡No las busques! No las busques» (Jr 45:5). También sería bueno meditar en cómo luce una persona satisfecha en Dios, según el Salmo 131: «SEÑOR, mi corazón no es soberbio, ni mis ojos altivos; no ando tras las grandezas, ni en cosas demasiado difíciles para mí» (v. 1).
A lo que me refiero es que en medio de nuestros planes y servicio al Señor, busquemos hacer lo mejor que podamos mientras dependemos de Él y descansamos en Su soberanía amorosa. Él sabe qué es lo mejor para nosotros y Su pueblo, y nunca nos dará algo perjudicial para nuestro bien eterno. Él está interesado en que seamos usados a Su manera, lo cual muchas veces no coincide con la nuestra, pero siempre es la mejor y más amorosa manera.
En otras palabras, Dios está más interesado en nuestra fidelidad que en nuestra popularidad. Por lo tanto, oremos que Él nos lleve a confiar en Sus propósitos y Su corazón, de tal manera que siempre estemos dispuestos a decir: «Es necesario que Él crezca, y que yo disminuya» (Jn 3:30).
Dios es soberano para hacer influyente a quién Él quiera, como Él quiera y cuando Él quiera. ¿Estamos descansando satisfechos en Él?