Muchas personas hablan de ser “cristianas” con cierta ligereza y facilidad. Si sales a la calle y entrevistas a la gente, dependiendo de dónde vivas, es posible que la mayoría te diga que cree en Jesús y su evangelio.
Sin embargo, si tantas personas dicen creer en Jesús, ¿por qué no vemos los cambios en nuestra sociedad que deberíamos ver? ¿Por qué muchas de estas personas no se congregan en una iglesia ni buscan profundizar con seriedad en la Palabra? ¿Por qué parece que tantos “cristianos” siguen tan poco a Jesús?
Parte del problema se debe a que las personas no creen en realidad en el evangelio bíblico, en gran medida porque no han entendido las malas noticias que nos dice la Biblia antes de hablarnos las Buenas Noticias. Pero también, parte del problema se debe a que muchas personas tienen un entendimiento errado sobre cómo debemos responder al evangelio.
¿Cuál debe ser nuestra respuesta a la Buena Noticia de la obra de Jesús? Veamos tres cosas inseparables que nos enseña la Palabra:
1. Debemos responder con fe y arrepentimiento
La predicación de Jesús fue clara: “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el evangelio” (Mar. 1:15). La respuesta apropiada al evangelio es el arrepentimiento que se aparta del pecado, y la fe que abraza a Cristo como Señor y Salvador.
La palabra “arrepentíos” en el pasaje citado es un verbo activo y presente, algo que debe ser constante. Es metanoeo en griego, y significa: “arrepentirse de, cambiar de actitud, cambiar la manera de vivir”.
Por lo tanto, el arrepentimiento del que nos habla la Biblia es uno que no se queda solo en palabras, sino que se hace palpable en nosotros. Se evidencia en una vida que ya no es la misma de antes. Jesús nos llama a dar frutos de arrepentimiento, como enseñó también Juan el Bautista y, más adelante, el apóstol Pablo (Mat. 3:7-9; He. 26:20).
Cristo no vino a salvarnos para que sigamos en nuestra vieja manera de vivir. Alguien que no se arrepiente genuinamente, debe examinar si en verdad es creyente (1 Cor. 13:5). La marca de un discípulo no es nunca pecar (pues todos pecamos a diario), sino la disposición a arrepentirnos y buscar vivir dando frutos que honren a Dios.
La siguiente palabra clave es “creer”. El arrepentimiento va de la mano con la fe, pero esta fe no debe ser algo sencillamente intelectual. Debe ser algo del corazón, como enseña Romanos 10:9-10. Nuestra fe entonces se debe evidenciar en buenas obras que honren al Señor (Efe. 2:8-10; Tit. 2:11-14).
Somos salvos solo por fe, pero la fe por la que somos salvo es una fe que viene acompañada de arrepentimiento genuino y obediencia desde nuestros corazones. No eres salvo por tus obras, pero la respuesta correcta al evangelio (fe y arrepentimiento) se evidenciará en tus obras (Sant. 2:14-17).
2. Debemos entender que dependemos de la gracia de Dios
Jesús dijo: “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mar. 2:17).
En otras palabras, no pienses que para seguir a Jesús debes vivir una vida perfecta. Nuestra respuesta correcta al evangelio es una vida de arrepentimiento y fe que reconoce que no es perfecta. Cristo vino a llamar a enfermos, no a personas que se creen sanas.
Por eso se ha dicho que la iglesia “no es un museo de santos, sino un hospital para pecadores”. Y no puedes formar partes de la iglesia si no reconoces que eres un pecador que depende de la gracia del Señor.
La fe y el arrepentimiento genuino reconocen que solo Jesús es el médico que puede sanar nuestras almas y darnos salvación. Esto es crucial porque muchas veces lo que nos separa de conocer a Jesús, no son las cosas malas, sino nuestra confianza en las cosas buenas que hayamos hecho (aunque con un corazón pecador). Solemos pensar que somos buenos, cuando en realidad somos malos (Rom. 3:10-18). Debemos entender que, a pesar de nuestras buenas obras, somos pecadores.
3. Debemos renunciar a nosotros mismos
Si creemos que Jesús vino a salvarnos y es el Señor sobre todas las cosas, y que somos enfermos que dependen de Él, entonces no debemos vivir según nuestra propia manera, sino a la manera de Él:
“Llamando Jesús a la multitud y a Sus discípulos, les dijo: ‘Si alguien quiere venir conmigo, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de Mí y del evangelio, la salvará. O, ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? O, ¿qué dará un hombre a cambio de su alma? Porque cualquiera que se avergüence de Mí y de Mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre también se avergonzará de él, cuando venga en la gloria de Su Padre con los santos ángeles’” (Mar. 8:34-38).
Esto no es opcional para el que desea recibir la vida eterna y ser discípulo de Jesús. Aquí Él nos dice que estas palabras son para el que quiera salvar su alma. Dicho de otra manera, la fe y el arrepentimiento se expresan en negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz, y seguirlo a Él.
Jesús no es un insignificante Salvador que nos ruega que nos arrepintamos como si Él nos necesitara. En cambio, es alguien infinitamente digno de nuestra entrega inmediata. De nada sirve tenerlo todo y no tenerlo a Él. Por lo tanto, responder correctamente al evangelio se trata de perder nuestra vida en un sentido (dejar de vivir a mi manera), para recibir la vida (recibir vida eterna junto a Jesús). Seguir a Cristo involucra negarnos y tomar nuestra cruz, que significa morir a nuestras propias agendas. Se trata de reconocer a Jesús como Señor y no sólo como Salvador.
En la práctica, esto significa que vas a dejar de tratar de gobernar tu propia vida, buscarás obedecer al Señor, y vivirás para servir a otros siguiendo el ejemplo de Jesús, incluso aunque te desprecien como a Él (Mar. 10:42-45).
Debemos ser capaces de renunciar a todo por Cristo. Una respuesta al evangelio menor que esto, no evidencia una fe y un arrepentimiento verdadero.
Es más fácil de lo que parece
Todo esto puede sonar difícil, pero Jesús nos habla de esto porque nos ama. Cuando Él nos llama a atesorarlo sobre todas las cosas, y ser capaces de renunciar a todo lo demás, lo hace para nuestro bien. Fuimos creados para Él (Rom. 11:36), para conocerlo y adorarlo.
Jesús no confronta nuestra idolatría y pecado para privarnos de alegría, sino para ofrecernos el tesoro más grande: la vida eterna junto a Él (Mat. 19:21). Por esa razón, aunque seguir a Jesús puede ser costoso, hay algo más costoso aún: no seguirlo. Lo realmente difícil no es seguir a Jesús; es pretender ser felices sin disfrutar de salvación y comunión con Él.
Conocer el evangelio debe producir una alegría en nosotros (Mat. 13:44). Si Dios nos amó tanto que dio a su Hijo para que tengamos vida eterna por Él, ¿cómo no reconocerlo como el Señor y buscar vivir para Él?
Escrituras para mayor estudio: Filipenses 3:1-16; 1 Tesalonicenses 1:2-10; Lucas 8:4-18; Juan 12:25-26.
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