“Si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe (…) Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres. Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho” (1 Corintios 15:14,19-20).
En otras palabras, la fe cristiana es absurda si Cristo no resucitó de entre los muertos. Cristo resucitó como prueba de la aceptación de su sacrificio y para asegurar la aplicación sobre nosotros de los méritos de ese sacrificio (Romanos 4:25). Eso significa que realmente tenemos vida eterna gracias a Jesús por medio de la fe.
Pero si esto no es cierto, entonces, ¿para qué predicar y salir de la comodidad? ¿Para qué seguir a Cristo y dejar a un lado todas las baratijas que este mundo nos ofrece? ¿Para qué creer en un Salvador muerto?
Esto es algo que todo profesante del cristianismo sabe al menos de forma intelectual, en su cerebro. Pero esta verdad es también para ser atesorada en nuestros corazones; en el asiento de nuestros afectos y anhelos. ¿Qué es más emocionante que tener un Salvador al cual la muerte no venció?
Tiemblo al pensar que muchas personas que dicen ser cristianas tienen ateísmo práctico ante la verdad de la resurrección: Viven como si no hubo una resurrección ni fuesen a vivir eternamente gracias a Cristo. En otras palabras, viven atesorando riquezas en este mundo en vez de ser generosos, como si no hubiese un cielo en el que estaremos con Dios. Viven buscando exaltarse a ellos mismos en vez de exaltar a nuestro Salvador que derrotó a la muerte. Viven buscando en todas partes el gozo que sólo se tiene al tomarnos el evangelio en serio y maravillarnos de que nuestro Rey vive.
¿Estamos haciendo cosas y tomando decisiones que no tendrían sentido si no fuésemos a resucitar algún día porque Cristo nos ha salvado y resucitó como primicia de nosotros?
Quiero que Dios nos conceda, todos los días, responder con un sí rotundo a esa pregunta. Oremos por eso.
“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero” (1 Pedro 1:3-5, énfasis añadido).
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Escrituras para mayor estudio: Juan 14:19; Isaías 53:10-12; Hechos 2:24; Hebreos 9:24-28.