Si tienes niños pequeños, haz este experimento: pregúntales cuándo creen que se inventó el teléfono inteligente. La respuesta puede sorprenderte.
Una de las tesis del sociólogo Neil Postman —uno de los pensadores más influyentes en el siglo XX sobre el impacto de la tecnología en nosotros— es que la tecnología suele volverse «mítica». Eso significa que tendemos a «pensar en nuestras creaciones tecnológicas como si fueran un regalo de Dios, como si fueran un parte del orden natural de las cosas».
Para ilustrar este punto, en uno de sus discursos comentó que en una ocasión les preguntó a sus estudiantes cuándo se inventó el alfabeto:
La pregunta los asombró. Es como si les preguntara cuándo se inventaron las nubes y los árboles. El alfabeto, creen, no fue algo inventado. Simplemente es. Es así con muchos productos de la cultura humana, pero ninguno más consistente que la tecnología. Coches, aviones, TV, películas, periódicos: han alcanzado un estatus mítico porque se perciben como regalos de la naturaleza, no como artefactos producidos en un contexto político e histórico específico.
¿Cuál es el peligro de esto? Postman es claro: «Cuando una tecnología se vuelve mítica, siempre es peligrosa porque luego se acepta tal como es, y por lo tanto, no es fácilmente susceptible de modificación o control».
Volviendo al experimento del comienzo, tus hijos seguramente creen que tu teléfono —y cómo lo usas— es parte normal del orden de las cosas en el mundo. Puede que tú asumas lo mismo. Pero no tiene que ser así.
Quiero señalar al menos tres cosas —desde una perspectiva cristiana— que pasan cuando las tecnologías que usamos a diario se convierten en míticas para nosotros:
1. Dejamos de cuestionar por qué la tecnología es como es.
Por ejemplo, Tristan Harris (un experto con cuyo mensaje interactúo en Espiritual y conectado, y quien aparece en el documental El dilema de las redes sociales) explica que los desarrolladores de apps controlan nuestras decisiones en estas aplicaciones al controlar los menús y opciones a nuestro alcance. Harris explica:
Cuando a las personas se les ofrece un menú de opciones, rara vez preguntan: ¿Qué no hay en el menú? ¿Por qué me están dando estas opciones y no otras? ¿Conozco los objetivos del proveedor del menú? ¿Es este menú empoderador para mi necesidad original, o las opciones son en realidad una distracción?…
Cuando la tecnología es mítica para nosotros, dejamos de hacer esta clase de preguntas. Empezamos a asumir que la tecnología siempre debería ser tal y como es, ignorando que muchas veces no es como nosotros desearíamos que fuese o necesitamos que en verdad lo sea.
Así podemos incluso presuponer que Dios no tiene nada para decirnos sobre cómo usar la tecnología con sabiduría, pues entendemos inconscientemente el statu quo como un orden de origen divino que forma parte de la naturaleza. Al mismo tiempo, somos más susceptibles de ser manipulados por la forma en que funcionan nuestros televisores, teléfonos y las redes sociales (por mencionar algunos ejemplos) para que cedamos más de nuestra atención y privacidad a las compañías tras ellos.
2. Dejamos de confrontar el pecado y la mala mayordomía.
Piensa en cómo la mayoría de las personas usan las redes sociales: para la aprobación social, la vanidad, distracción y el hablar imprudente. Cuando vemos esta tecnología como mítica, asumimos de manera automática que esta es la manera de utilizar las redes sociales. Y como forma parte de un «orden creado» que hemos aceptado y en el que podemos ver cierta utilidad en el uso de las redes sociales, entonces vemos este uso de la tecnología no solo como algo normal, sino incluso como «bueno».
Así podemos pasar por alto y con facilidad las actitudes pecaminosas del corazón que pueden estar detrás de muchas acciones que realizamos en las redes sociales. Podemos dejar de señalarlas y confrontarlas, pues son tan normales que se hacen invisibles ante nuestros ojos porque «todo el mundo hace lo mismo». De esta forma terminamos aceptando actitudes entre cristianos, en las redes sociales, que no deberían ser comunes ni aceptables entre nosotros.
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Podemos pensar también en otras tecnologías (como el streaming y los videojuegos) que asumimos que ya usamos bien. Si, por ejemplo, es parte del orden creado ver sexo y violencia gratuita en series y películas, y todo el mundo mira eso, asumimos entonces que no hay nada malo con ver ese contenido de vez en cuando. Los ejemplos que pudiéramos añadir son bastantes, pero el punto ya es claro… lo cual nos lleva a lo último que quiero señalar.
3. Dejamos de reconocer nuestra necesidad de sabiduría para usar la tecnología.
Si asumimos que las tecnologías que tenemos y nuestro uso habitual de ellas simplemente es parte del orden natural de las cosas, tal idea nos lleva a tener una visión alta de nuestra suficiencia y autonomía para usar la tecnología. Dejamos de ver nuestra necesidad de ser más intencionales en cómo y por qué la usamos.
Aquí es donde nuestra sociedad se encuentra. Hemos asumido que ya usamos la tecnología de la mejor manera, de la manera que simplemente es, dejando a un lado cómo pudiera ser y la importancia del principio de la sabiduría, que es el temor a Dios.
En otras palabras, cuando la tecnología es mítica, vemos irrelevante tener la mirada puesta en lo eterno para conducirnos con discernimiento ahora. Esto termina deshumanizándonos lentamente (como argumento en Espiritual y conectado). ¿Por qué? Porque solo podemos vivir plenamente como humanos, según nuestro diseño, cuando Dios tiene el primer lugar en nuestras vidas y no las creaciones que inventamos (ver Sal 115:3-8).
Todo esto deberíamos movernos a reflexionar y orar más al respecto. Que el Señor nos conceda ser verdaderamente sabios en nuestra era digital y distraída.