El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? (Romanos 8:32).
¿Cómo estar seguros de que Dios en verdad nos ama y cumplirá Sus promesas en nuestras vidas? ¿Cómo podemos saber que Él nunca nos abandonará? ¿Cómo tener certeza de que lo tenemos todo en Él? La pregunta retórica que el apóstol Pablo hace en este versículo es iluminadora cuando estamos frente a estas interrogantes. Es una pregunta que se responde sola cuando consideramos la primera parte del versículo, y que nos apunta a la gloriosa conclusión lógica del evangelio para nuestras vidas.
Podemos estar seguros de que Dios nos dará todas las cosas para nuestro bien eterno, y que Él cumplirá todas Sus promesas para nuestras vidas, porque Él ya nos dio lo más valioso. El Padre no escatimó a Su Hijo. Él lo entregó por nosotros —que estábamos perdidos y éramos Sus enemigos— porque nos ama, y esta es la única forma en que podemos ser salvos sin que Dios deje de ser absolutamente santo y justo.