Creo en Jesús porque escuché a Dios en mi habitación. Me dijo quién soy realmente, quién es Él y cuán digno es de mi adoración. También me dijo para qué estoy aquí y cómo soy llamado a vivir en respuesta a Su gracia. Su voz fue tan poderosa, que nada volvió a ser igual. Déjame contarte cómo fue.
Crecí en una familia que iba a la iglesia y tenía buenos valores. Sin embargo, no había ningún verdadero cristiano en casa. La falta de espiritualidad real se notaba con frecuencia en el hogar, aunque mis padres me amaban y buscaban lo mejor para mí. Con el tiempo, comencé a sentir insatisfacción con la vida y lo que yo creía que era el evangelio (en realidad era legalismo: «Pórtate bien para recibir bendiciones porque de alguna forma Jesús vino a morir para eso y punto»).
Esta insatisfacción creció cuando, durante mi adolescencia, noté que los círculos «evangélicos» a los que pertenecíamos estaban llenos de personas que decían creer algo, pero lo negaban con sus hechos. La mayoría de los «cristianos» a mi alrededor —a menudo los líderes en la iglesia— vivían igual que el resto del mundo. No había nada diferente en ellos. Así que empecé a ver la religión como una pérdida de tiempo.