Una de las verdades más preciosas en el universo, es el hecho de que Dios prometió terminar lo que empezó en todos sus redimidos (Romanos 8:30; Filipenses 1:6).
Es lo que en los círculos reformados se conoce como la doctrina de la perseverancia de los santos o, como algunos preferimos llamarle, la doctrina de la preservación de los santos: La enseñanza bíblica de que la salvación nunca se pierde si en verdad hemos sido salvos, porque Dios se asegura de preservarnos haciéndonos perseverar en el camino de la fe.
He argumentado sobre ella en el pasado. [Siguiendo el enlace puedes ver cómo esta doctrina está claramente a lo largo de la Biblia, y las respuestas en la Palabra a las objeciones más comunes].
Sin embargo, aunque esta verdad es preciosa, para muchas personas no lo es. Una de las críticas más frecuentes va así: “Si la salvación no se pierde, ¿por qué no seguir andando en pecando? ¡Esa doctrina fomenta el pecado!”
Pero esa misma objeción en realidad evidencia que no se ha entendido bien que la doctrina en la que creo es llamada “la perseverancia de los santos”, no “el libertinaje de los santos”.
Precisamente, la enseñanza de la perseverancia de los santos muestra que cuando una persona vive entregada al pecado, en realidad nunca ha sido salva (1 Juan 3:9). Alguien que “pierde su salvación” es alguien que en realidad nunca la tuvo (2 Juan 9).
La Palabra de Dios nos enseña que el evangelio nos lleva a amarle, viviendo cada día más como Él quiere que lo hagamos (cp. Lucas 7:47; Tito 2:11-14). Conocer el amor de Dios nos motiva a vivir en adoración a Él. Pero no sólo nos motiva, sino que efectivamente, la gracia de Dios nos transforma de tal manera que jamás podremos volver a ser los mismos de antes.
El apóstol Pablo afirma esto de manera potente y clara en el sexto capítulo de su carta a los romanos. “¿Continuaremos en pecado para que la gracia abunde? ¡De ningún modo! Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Romanos 6:1-2).
De una forma que no comprenderemos plenamente de este lado de la eternidad, los cristianos hemos muerto en Cristo al pecado, de manera que ahora estamos vivos para Dios (v. 3-11). Antes estábamos espiritualmente muertos en el pecado, pero por la gracia de Dios ahora tenemos vida espiritual (Efesios 2:1-11).
Por eso aquel capítulo en Romanos termina así: “Habiendo sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como resultado la vida eterna. Porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (v. 22-23).
Por la gracia de Dios, si hemos sido salvos por medio de la fe en Cristo tenemos como fruto la santificación, de manera similar a la que los árboles de manzana no pueden dar fruto de otra cosa que no sea manzana. Sencillamente, no podemos ser los mismos de antes.
Esto significa que no sólo nada nos arrebatará de la mano de Dios (Juan 10:27-28), ¡sino que jamás nos saldremos de ella si en verdad hemos creído!
“El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:32). Por eso podemos confiar en que si Dios entregó a Jesús por nosotros, nos da también la perseverancia que necesitamos para no apartarnos de esta salvación que Él nos dio.
La gracia soberana de Dios no es una excusa para pecar, sino el poder de Dios para que seamos salvos y andemos en santidad. Si somos realmente salvos, no perseveraremos en el pecado.
Publicado originalmente el 2 de mayo de 2016.
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