Por mucho tiempo presumí creer el evangelio, pero no era así. Me habían predicado mensajes sobresimplificados, distorsionados y centrados en el hombre. El Jesús en el que yo creía, sencillamente no era el Jesús de la Biblia. Pero, por la gracia de Dios, en Su Palabra conocí la verdad y vi que es importante.
Muchas personas tienen un entendimiento errado del evangelio y creen que ese entendimiento es el evangelio, cuando en realidad no lo es. Por ejemplo, muchos predican y afirman solo algunos aspectos del evangelio, en vez de reconocer el mensaje completo.
Por eso escribo estas palabras. Quiero hablarte de la noticia más grandiosa de todas (y si ya la conoces, quiero recordártela). Al final hay una lista de pasajes bíblicos explícitos sobre el evangelio para que los leas por ti mismo.
El verdadero evangelio es la respuesta a una pregunta crucial: ¿Cómo puede Dios justificar al impío sin dejar de ser justo? En otras palabras, ¿Cómo puede Dios perdonar a pecadores y declararlos justos, como si nunca hubiesen pecado, otorgándoles así vida eterna junto a Él, sin Dios traicionar Su propia justicia perfecta?
Estos son los hechos: Todos hemos pecado delante de Dios, y Él es santo, justo y digno de toda nuestra adoración y obediencia. Por tanto, cada uno de nosotros merece una eternidad de castigo. Pecar es un crimen peor de lo que podemos imaginar, y somos expertos en eso. El pecado nos ha corrompido y somos peores de lo que creemos. No importa cuánto hagamos, no podemos reconciliarnos con Dios porque somos pecadores y Él es santo.
Esto suena radical. En nuestra cultura occidental, la mayoría de la gente cree que irá al cielo porque piensa que su comportamiento ha sido regularmente bueno, pero en verdad ninguno alcanza la estatura de la justicia que Dios demanda y exige, y estamos sin excusa delante de Él. Incluso pensamos que “todos merecen una segunda oportunidad”, pero eso sería gracia y no se merece. Necesitamos salvación y no podemos obtenerla por nuestra iniciativa y cualquier cosa, surgida de nosotros, que hagamos.
En su gran misericordia, Dios envío a Su Hijo — eterno, de infinito valor y uno con Él — a este mundo para que pagase voluntariamente la deuda incalculable que tenemos delante de Él. Esto lo hizo conforme a Su promesa en el Antiguo Testamento. Jesús no murió como un mártir o simplemente un buen ejemplo. Él murió como sustituto de todos los que han confiado y han de confiar en Él.
Cristo vivió una vida perfecta por nosotros y llevó en la cruz el castigo que nosotros merecemos — tomando la copa de la ira de Dios —, resucitando victorioso como garantía de la justificación de todos los que creen.
Dios ha dicho que podemos recibir la justificación que Jesús obtuvo para nosotros, totalmente por gracia, únicamente mediante la fe en Él. Por eso la respuesta ante esta noticia debe ser arrepentirnos de nuestros pecados, admitir que no podemos salvarnos a nosotros mismos, y confiar en Cristo. Para el que cree, ya no hay condenación, y no sólo eso, sino que Dios promete santificarlo, perfeccionarlo y darle una eternidad junto a Él.
Este mensaje no significa que Cristo murió por nosotros porque valíamos mucho, como muchas personas enseñan hoy. Este mensaje no es para la gloria del hombre ni nuestra autoestima, sino para la gloria de Dios. La cruz exalta al mismo tiempo Su gracia, porque muestra su inmensa bondad; y su justicia, porque el valor de Dios es demostrado. En la cruz, Dios se revela de maneras en que no lo hace a través de la creación.
Cuanto más pienso en el evangelio y sus implicaciones, más abrumado soy. Como dice Efesios 1:5, Dios salva para alabanza de la gloria de Su gracia. Él no nos necesita en lo más mínimo, pero se deleita en revelarse y exaltarse porque Él es digno.
La salvación es gratis para nosotros, pero tuvo un precio que no podemos medir. Costó la agonía y muerte de Cristo bajo la ira de Dios. No hay ni una sola gota de la ira de Dios que no merezcamos, y eso hace asombroso que no haya ninguna sola gota del amor de Dios que no pertenezca al verdadero cristiano.
Me abruma saber que dentro de un millón de años, todos los redimidos todavía estaremos agradeciendo a Dios por darnos todo el cielo en Cristo. Me hace clamar: “¡Señor, concédeme sentir más el peso de esta verdad ahora y vivir conforme a ella!”
Esta realidad inconmovible lo cambia todo. Como Isaac Watts escribió:
“Cuando contemplo la cruz asombrosa
en la que murió el Príncipe de gloria,
mi mayor riqueza estimo como pérdida
y repelo con desprecio mi orgullo.
Si todos los términos de la naturaleza fuesen míos,
serían una ofrenda demasiado insignificante;
Amor tan admirable, tan divino
demanda mi alma, mi vida, mi todo”[1]Citado en: John MacArthur, Comentario MacArthur del Nuevo Testamento: Romanos (Editorial Portavoz; 2010), p. 256..
Algunas Escrituras para estudio: Romanos 3:9-28; Juan 3:1-21; Gálatas 3:13; 2 Corintios 5:21; Efesios 1:3-7; Isaías 52:13-53:12; 1 Corintios 15:1-4.
Publicado originalmente el 26 de noviembre de 2015.
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