Cuando empezaba a conocer la doctrina de la elección incondicional, una de mis objeciones tenía que ver con el evangelismo y la predestinación: Si Dios predestinó a quienes han de ser salvos, ¿para qué evangelizar?
En aquellos días, yo no había notado que también se puede presentar la misma objeción a quienes creen en una elección condicional; que Dios escogió para salvación a las personas que Él vio de antemano que iban a creer el evangelio.
Todos los cristianos creen en la predestinación, aunque muchos difieren acerca de la base de esa predestinación. Por lo tanto, todos necesitamos responder a esta interrogante.
Evangelizamos porque Dios lo manda
La respuesta bíblica a esta pregunta es que evangelizamos porque Dios lo manda, como vemos en el pasaje de la Gran Comisión:
“Toda autoridad Me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado; y ¡recuerden (he aquí)! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28:18-20).
Dios predestinó a muchas personas para la salvación (Ro 8:29-30), y también ordenó los medios para que ellos pudiesen recibir esa salvación. En su soberanía, Él determinó que su Reino avanzara en este mundo salvando a pecadores por medio de la predicación del evangelio (1 Co 1:21).
Por lo tanto, contrario a lo que pueda parecer a simple vista, el mandato a evangelizar no es contradictorio con la doctrina de la predestinación. Debemos evitar llevar enseñanzas claras en la Palabra de Dios a conclusiones que no son bíblicas. Además, evangelizar es un privilegio maravilloso. Nos brinda un gozo que solo experimentan aquellos que obedecen a Dios y anuncian el evangelio.
Todos los cristianos tenemos el ministerio de la reconciliación (2 Co 5:18-21). Somos llamados a ser embajadores de Cristo y alcanzar a las personas con el evangelio, entendiendo que en última instancia la conversión de ellas está en manos de nuestro Dios soberano y misericordioso.
La elección impulsa el evangelismo
Cuando la entendemos correctamente, la doctrina de la elección incondicional es como combustible para el fuego de nuestra pasión evangelística.
No importa cuán perdida esté una persona, Dios es poderoso para hacerlo renacer de nuevo y darle fe en Cristo. Él escogió hacer eso desde antes de la fundación del mundo. Esta verdad nos lleva a predicar con más denuedo sabiendo que los propósitos de Dios para nuestro evangelismo se cumplirán, y que Él es soberano para llevar su salvación a cualquiera.
Por ejemplo, en la Biblia vemos al Señor animando al apóstol Pablo a seguir evangelizando recordándole esta realidad (Hch 18:9-10). El mismo apóstol llegó a escribir que “todo lo [soportaba] por amor a los escogidos, para que también ellos obtengan la salvación que está en Cristo Jesús” (2 Ti 2:10). Y en la misma carta, animó a Timoteo a no avergonzarse del evangelio recordándole su predestinación, que Dios lo llamó según su propósito soberano y la gracia que le fue dada en Cristo desde la eternidad (2 Ti 1:8-9).
No solo la Biblia, sino también el testimonio de la historia de la Iglesia nos habla de que la soberanía de Dios en la salvación nos alienta a evangelizar más. Hombres como Juan Calvino, Charles Spurgeon, Francis Schaeffer, Henry Martyn, William Carey, George Whitfield, David Brainerd, Jonathan Edwards, y muchos otros nos muestran que esta enseñanza motiva el evangelismo y las misiones.
Por lo tanto, nuestra pregunta no debería ser, “¿Para qué evangelizar si la predestinación es real?”. En cambio, deberíamos preguntarnos: Si creemos en la soberanía de Dios en la salvación, y que la predicación es nuestro deber y privilegio, ¿cómo podemos justificar nuestra poca pasión por compartir el evangelio con otras personas?
Quiera el Señor avivarnos para que compartamos con mayor gozo y valor el glorioso evangelio de nuestra redención. Saber que Dios es soberano debería llenarnos de alegría, humildad, y denuedo para decirle al mundo lo que Jesús hizo en la cruz.
Una versión de este artículo apareció primero en Coalición por el Evangelio.