Pocos hombres fueron tan usados durante la Reforma protestante como John Knox, el gran reformador escocés que proclamó con valentía las verdades del evangelio bíblico. Sin embargo, fue un hombre falible como nosotros, del que deberíamos aprender no solo a partir de su buen ejemplo, sino también de sus errores.
Recientemente, leí un artículo de Jon D. Payne donde me encontré con una historia que me hizo reflexionar sobre nuestra necesidad de buscar la sabiduría de Dios a la hora de publicar cualquier cosa en Internet.
En 1558, el fogoso teólogo escocés [John Knox] escribió un polémico tratado titulado El primer toque de trompeta contra el monstruoso gobierno de las mujeres. La obra condena sin tapujos el gobierno de mujeres monarcas. Rechazando la opinión de Juan Calvino y otros, que estaban trabajando estratégicamente por la Reforma en Gran Bretaña y el continente, Knox mandó a publicar su Primer toque. Aunque estaba principalmente dirigido a otras mujeres monarcas, el tratado cayó casualmente en manos de la reina Isabel I, que acababa de ser coronada. Como era de esperar, la reina se disgustó mucho. A partir de entonces, Knox y todos los asociados a la Reforma de Ginebra perdieron el favor de Isabel, todo por un tratado innecesario sobre las soberanas.
La decisión imprudente del reformador escocés de publicar El primer toque nos enseña una lección importante. Enseña que los ministros y todas las personas deben ser más cuidadosos con respecto al contenido y al momento de sus escritos, especialmente en esta época, cuando la autopublicación y la publicación instantánea en las redes sociales (a menudo sin editar) son tan frecuentes. No todas las convicciones profundas ni todas las opiniones fuertes merecen ser publicadas.
Esto me recuerda algo en lo que pienso a diario en mi trabajo y servicio al Señor: «En las muchas palabras la transgresión es inevitable, / Pero el que refiere a sus labios es prudente» (Pr 10:19). Cuando hablamos mucho, es imposible no pecar mucho —ya sea en lo que decimos o en nuestras motivaciones— o hacer algún daño a alguien o algo.
Puede que no seamos tan relevantes en nuestros días como John Knox, pero todo lo que hablamos tiene consecuencias y Jesús nos enseña que «de toda palabra vana que hablen los hombres, darán cuenta de ella en el día del juicio» (Mt 12:36).
Hoy en día es más fácil que nunca tener una plataforma y ser leído, visto o escuchado por miles de personas al instante y en distintos contextos. Por lo tanto, es fácil engañarnos a nosotros mismos creyendo que los «me gusta» y las visualizaciones que recibimos son una marca de que Dios aprueba todo lo que decimos o de que estamos creciendo en sabiduría (este es uno de los muchos temas que toco en Espiritual y conectado).
Pero la verdad es que siempre habrá alguien que le dé «me gusta» a cualquier cosa que publiques y las redes sociales no nos hacen automáticamente más sabios. Ellas solo nos hacen más ruidosos. Poseer un micrófono no significa que debemos hablar todo lo que queramos con él. Tampoco significa que el mundo o la iglesia necesite o deba escuchar todo lo que queramos decir.
Tengamos presente la exhortación de Santiago, en especial si nos sentimos llamados a enseñar a la iglesia:
Hermanos míos, no se hagan maestros muchos de ustedes, sabiendo que recibiremos un juicio más severo. Porque todos fallamos de muchas maneras. Si alguien no falla en lo que dice, es un hombre perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo (3:1-2).
Hermanos, seamos intencionales en recordar que no todas nuestras opiniones fuertes son dignas de ser lanzadas en las redes sociales (o en cualquier otro lugar).