El metaverso de Mark Zuckerberg promete ser un universo virtual paralelo al real. Aspira ser un lugar digital con potencial ilimitado, apoyado también por tecnología de realidad aumentada, en donde podamos elevarnos por encima de nuestras limitaciones humanas físicas. Allí podremos expresarnos como queramos por medio de avatares que proyectemos según nuestras preferencias.
Esto parece inevitable a la luz de otros modelos de «metaverso» existentes. Piensa en videojuegos como Fortnite (donde millones de usuarios pueden personalizar su apariencia e interactuar en eventos virtuales), Minecraft (donde puedes crear mundos virtuales y «habitar» en ellos) y Pokémon Go (donde puedes «atrapar» pokemones en sitios reales al usar realidad aumentada).
El metaverso aspira ser más revolucionario y cambiar la forma en que interactuamos con personas, visitamos lugares, consumimos contenido, trabajamos y realizamos incontables actividades. Como explica Zuckerberg: «la sensación de presencia es la cualidad que define al metaverso. Vas a sentir realmente que estás allí con otras personas». Será toda una experiencia digital inmersiva.
Zuckerberg promete llevar los avances tecnológicos a un nuevo nivel, con gafas de realidad virtual mejoradas, escaneo facial y de lenguaje corporal avanzado para que nuestros avatares reflejen nuestras expresiones en tiempo real, y hasta guantes que brinden la sensación del «tacto» en el entorno virtual.
El metaverso está en desarrollo y tardará algunos años en impactar nuestras vidas. Mientras tanto, podemos prepararnos para su llegada. Es hora de cultivar discernimiento espiritual ante las oportunidades que nos brindan las nuevas tecnologías, sus posibles amenazas y las cosmovisiones tras ellas.
Un punto de partida en este caso sería considerar el contexto en el que Facebook como empresa —ahora llamada Meta— anuncia su énfasis en el metaverso y el «problema» que esta tecnología busca resolver. Al hacerlo, notaremos que detrás del metaverso hay atisbos de un falso evangelio, una forma deshumanizante de ver a las personas y un desencanto ante la realidad.
El contexto del énfasis en el metaverso
Para empezar, no podemos ignorar que la prioridad del metaverso para Meta se anuncia públicamente en medio de un periodo difícil para la empresa. Meta ha perdido mucha credibilidad como compañía. Además, está en peligro de ser sancionada y regulada por gobiernos poderosos en el mundo luego de varios escándalos y aspectos oscuros de la empresa que han salido a la luz. El énfasis en el metaverso y el cambio de nombre para la empresa podría ser visto como un lavado de cara.
Además, producir un metaverso implica prácticamente crear el futuro de la Internet, uno en donde la empresa pueda ejercer más control y ser más robusta ante controles gubernamentales. Por ejemplo, ¡puede ser complicado acusar a Meta de monopolio cuando existe la clásica Internet de siempre o el mundo real como alternativas!
Al mismo tiempo, el metaverso le permitiría a Meta manufacturar la «realidad» que los usuarios perciben de maneras más profundas y efectivas para alcanzar los fines comerciales de la compañía. Sus redes sociales ya procuran capturar nuestra atención y vendernos productos, servicios o ideas de anunciantes. Lo hacen mientras aprovechan nuestros datos personales que cedemos voluntariamente al usar tales plataformas. El metaverso llevaría todo esto a un nuevo nivel y aquí está la gallina de los huevos de oro para Zuckerberg.
Esto nos ayuda a entender el cambio en la visión de Facebook como red social (similar al experimentado por Instagram). Antes era una plataforma para mantener contacto con gente a la que conocías en el mundo real; ahora es un «lugar» en la web en el que las personas pueden estar todo el tiempo: no solo para enviarse mensajes y ver cómo están los demás, sino también para tener grupos de trabajos, consumir vídeos y series, hacer compras, asistir a eventos, etc.
Por su parte, los jóvenes de hoy prefieren otras plataformas, como TikTok o Snapchat, donde pueden expresarse de formas más efímeras y -tal vez lo más importante- no tienen a sus padres cerca. También prefieren los videojuegos, como evidencia el auge financiero de esa industria.
Es por todo esto que el metaverso es el siguiente paso lógico de Meta para mantenerse en la batalla por la atención de las personas.
Como expongo con más detalle en mi libro Espiritual y conectado, necesitamos guardarnos de los peligros espirituales de las redes sociales, peligros impulsados por nuestras inclinaciones producto de nuestro pecado. Necesitamos reflexionar sobre esto y actuar a la luz del evangelio de Cristo, quien nos da en Su Palabra la sabiduría que necesitamos. Las redes sociales tienen muchos usos útiles, pero pueden hacer nuestras vidas más distraídas, superficiales y cambiarnos de maneras profundas y que no deseamos en realidad. Reconocer esto será más relevante aún al considerar cómo el metaverso potenciará estos peligros.
Sin embargo, detrás del metaverso, hay algo además del interés económico por nuestra atención y privacidad. Hay una cosmovisión y propósito. Como el filósofo Henry David Thoreau decía: «Todos nuestros inventos no son más que medios mejorados para fines no mejorados».
¿Cuál es la meta del metaverso y la visión que representa?
El «problema» a resolver
La imagen de Dios en nosotros nos permite desarrollar tecnologías ingeniosas, reflejando al Creador, para el desarrollo del potencial de la creación a nuestro alcance. Esto está en sintonía con nuestro llamado a gobernar la creación como mayordomos ante Dios (Gn 1:26-31).
Pero la Biblia también enseña que la ciencia y tecnología pueden usarse para buscar someter la realidad a nuestros deseos idólatras, egoístas y desordenados, que no obedecen a Dios y en cambio ponen a otras cosas en primer lugar. El ejemplo más clásico es la torre de Babel, pero podemos pensar en muchos otros, como la creación de armas para cometer injusticias o el uso de avances científicos y médicos en las cirugías de «cambio de género». Como C. S. Lewis observó:
Hay algo que une a la magia y la ciencia aplicada, a la vez que separa a ambas de la «sabiduría» de las épocas anteriores. Para el sabio de tiempos antiguos, el problema cardinal había sido cómo conformar el alma a la realidad, y la solución había sido el conocimiento, la disciplina personal y la virtud. Para la magia y para la ciencia aplicada [es decir, la tecnología], el problema era cómo someter la realidad a los deseos de los hombres: la solución es una técnica… (La abolición del hombre, p. 89).
En otras palabras, los avances tecnológicos pueden usarse para pretender constituirnos como soberanos de la realidad, así como la «magia» se usaba para ese fin.
Este uso representa abrazar la mentira del falso evangelio implícito en las palabras de la serpiente en el Edén. ¿Cuál es ese falso evangelio? Empieza con la idea de que Dios no es generoso con nosotros y más bien es restrictivo: «¿Conque Dios les ha dicho: «No comerán de ningún árbol del huerto»?… Dios sabe que el día que de él coman [el árbol prohibido], se les abrirán los ojos y ustedes serán como Dios…» (Gn 3:1, 5).
Este engaño nos lleva a concluir que debemos declarar nuestra independencia de Dios. Solo así podremos ser como Él en autoridad y gobernar este mundo por nuestra cuenta y alcanzar nuestro potencial (cp. Gn 3). Constitúyete como soberano y entonces serás feliz. Ese es el falso evangelio que hemos creído.
Por más buenas que sean las intenciones de quienes desarrollan el metaverso y todos los usos provechosos que pueda tener esta tecnología, necesitamos recordar que el pecado presente desde la caída en todos nosotros deja su huella en todo lo que hacemos, pensamos y anhelamos (Ro 3:10-18). Por eso vemos un reflejo de la mentira de la serpiente en la propuesta del metaverso, la iniciativa tecnológica más ambiciosa hasta hoy para crear un «universo» en donde podamos ser como Dios. En otras palabras, el «problema» que el metaverso busca resolver son nuestras limitaciones humanas.
¿Estamos listos para responder a esta visión de la realidad?
Respondiendo al metaverso
El metaverso resulta atractivo porque nos ofrece la oportunidad de abrazar la ilusión de que podemos vencer nuestras limitaciones físicas para «estar» donde queramos y hasta proyectarnos al mundo como nosotros decidamos. Un hombre que se identifique como mujer, superhéroe o perro, por ejemplo, pudiera proyectarse así al mundo por medio del metaverso si eso le da felicidad (en la presentación de Zuckerberg, una persona apareció en el metaverso identificándose como robot).
Esta es la evolución lógica del uso de avatares en Internet y videojuegos y, llevado a este nuevo nivel que se propone, en última instancia resulta deshumanizante. ¿Por qué? Porque plantea que nuestro cuerpo es irrelevante para nuestra humanidad, identidad y expresión personal. También transmite que ciertas limitaciones humanas, como nuestra finitud espacial, son defectos a arreglar y no recordatorios de que dependemos de nuestro Creador y que no somos Dios.
El metaverso hará más creíbles estas ideas para nuestra generación y las venideras debido a que las tecnologías que abrazamos resultan formativas para nuestra comprensión del mundo. (Considera, por ejemplo, cómo los avances industriales en siglos pasados hicieron plausible la propuesta del deísmo, en la que Dios es visto como alguien que diseñó al mundo como una gran maquinaria y luego la dejó andando sola, sin intervenir más en su creación).
Por lo tanto, necesitamos prepararnos para esta revolución. Esto comienza con fortalecer nuestro entendimiento de qué dice la Biblia sobre nosotros y Dios, respondiendo a preguntas como: ¿Qué significa ser humanos? ¿Cuál es la imagen de Dios en nosotros? ¿Cómo Dios ama la versión real de nosotros?
Necesitamos entender también cómo Él nos llama a vivir en comunidad real con otras personas -especialmente nuestras familias e iglesias- y alcanzar a los perdidos de manera genuina. Somos llamados a entrar a sus vidas llenas de necesidad de Dios, reflejando al Salvador que se encarnó para entrar a nuestro mundo, y no de formas impersonales e infrahumanas a distancia. Fuimos hechos para vivir y servir a otros en donde están nuestros cuerpos físicos, buscando ser buenos mayordomos de nuestra atención y reconociendo nuestra humanidad como un regalo de Dios.
Es necesario profundizar en estas verdades, pero sobre todo vivir conforme a ellas. Así seremos contraculturales y dirigiremos la mirada del mundo a la suficiencia de Dios. ¿Por qué? Porque demostraremos que no necesitamos pretender constituirnos como soberanos, en especial cuando vemos el amor de Dios mostrado en el evangelio. Allí se muestra Su generosidad al entregar a Su Hijo por nosotros (Jn 3:16). Esto nos da esperanza y llena nuestras vidas de gozo verdadero -uno que jamás podremos tener en el metaverso-, mientras nos da la valentía para enfrentar la realidad de nuestro mundo sin huir de él, pues sabemos que Dios está por nosotros y promete restaurarlo todo.
No nos engañemos: el metaverso representa también desencanto y frustración con el mundo real. Similar a la frustración que un hombre orgulloso puede sentir al no lograr conquistar a una mujer para hacerla suya según sus antojos, y entonces prefiere sanar su ego herido pasando el tiempo con otra mujer más fácil de obtener.
La ironía del metaverso es que implica un reconocimiento de que fallamos en nuestro esfuerzo de constituirnos como soberanos autónomos en el mundo real, uno que está lleno de calamidades y cada vez más contaminado y caótico. Resulta atractivo aislarnos en un mundo virtual. Sin embargo, por la fe entendemos que nuestro mundo está manchado por causa de nuestro pecado. También vemos que el evangelio nos llama a extender el reino de Dios en esta tierra mientras nos promete que todo lo malo pasará pronto y que todo lo bueno aquí es solo una antesala de lo que vendrá.
Tendremos que ser más intencionales en atesorar estas verdades bíblicas. Los hábitos que creará el metaverso en la civilización harán más creíbles las mentiras del secularismo: que no existe un Dios personal que nos hizo para Él y que diseñó perfectamente nuestra humanidad, ni existe la eternidad; que finalmente no tiene sentido preocuparnos por el mundo real y que, por tanto, podemos vivir distrayéndonos y abrazando la ilusión de soberanía hasta la muerte.
No podemos ser ingenuos ante esta cosmovisión. Respondamos con la Palabra.
«No a nosotros, Señor».
Aunque nuestro mundo gime por el pecado, todavía conserva las huellas de Dios. La creación testifica de Sus atributos y poder (Ro 1). Los cielos cuentan Su gloria (Sal 19:1), y también las cascadas, los mares, las montañas, los animales. Al mismo tiempo, si algo nos mostró la pandemia, es que la comunicación virtual jamás podrá reemplazar la compañía de alguien mirándonos cara a cara. La presencia humana es más que contenido digital. Los avatares y las posibilidades del metaverso no pueden reemplazar los abrazos para los que fuimos hechos y que reflejan a un Dios personal que nos hizo para Él.
Aún queda mucha bondad en este mundo; demasiada gracia y belleza que dirige nuestra mirada a Dios y nos apunta a lo venidero. El metaverso jamás podrá superar esto porque, como decía Agustín de Hipona, fuimos hechos para Dios y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en Él (Confesiones, 1.1). Al igual que la torre de Babel, la visión utópica de Zuckerberg está condenada al fracaso. No por ser demasiado grande, sino por ser demasiado pequeña ante nuestro Creador y Su plan soberano. Es demasiado inútil ante la sed de eternidad y realidad que hay en nuestras almas.
Por lo tanto, llamemos al mundo a no poner su esperanza de satisfacción y felicidad real en la tecnología, sino en el Dios que diseñó nuestra humanidad y nos ama sin medida. Este Dios es el mismo que decidió abrazar nuestras limitaciones humanas -resaltando el valor de lo verdaderamente palpable- al encarnarse para darnos salvación y esperanza. Este Salvador es digno de nuestra confianza.
Dios muestra Su amor y gloria de tal forma en el evangelio, que cuando lo conocemos no queremos pretender constituirnos en soberanos sobre el mundo real ni consolarnos gobernando un mundo virtual, sino que decimos: «No a nosotros, SEÑOR, no a nosotros, sino a Tu nombre da gloria, por Tu misericordia, por Tu fidelidad» (Sal 115:1).
Este artículo fue publicado primero en Coalición por el Evangelio.