Muchas personas me han pedido opinión sobre “El dilema de las redes sociales” (2020), el documental popular de Netflix, y aquí me animo a compartirla. La película es muy informativa al mostrarnos los efectos que las redes sociales cultivan en nuestras vidas y algunas de las técnicas que sus algoritmos emplean para capturar nuestra atención. Es un documental recomendable que nos ayuda a despertar a la realidad del impacto de las redes sociales en nuestro tiempo.
Sin embargo, este recurso falla en abordar el problema de raíz en nuestro uso de las redes sociales. El filme atribuye demasiada influencia, poder y culpa a los algoritmos, mientras deja de lado el poder que los usuarios tenemos en nuestro uso de las redes sociales. O mejor dicho, mientras no aborda nuestra responsabilidad y rol en la problemática. Según el documental, somos simples víctimas de la manipulación de las redes sociales y la forma en que ellas están diseñadas.
Es cierto que hay una manipulación a la que somos susceptibles y debemos ser conscientes de esto. No podemos seguir en ignorancia. El precio de permanecer así sería demasiado costoso. Pero el problema más fundamental en nuestro uso de las redes sociales no está en ellas. El problema somos nosotros mismos. ¿Cómo podemos usar las redes sociales de maneras que contribuyan a nuestro florecimiento como humanos cuando somos una mezcla de virtudes y vicios? He allí el verdadero dilema.
Las redes sociales presentan una visión distorsionada de la realidad cuando las personas son alentadas a publicar solo un lado de la realidad que viven, las fotos bonitas, el lado positivo de la vida, por decirlo de alguna manera; pero eso no crea en nosotros un corazón propenso a la comparación y envidia que conduce a la frustración y depresión. Estas plataformas están hechas para fomentar la distracción y vanidad en nosotros, pero ellas no crean corazones que amen el entretenimiento y sean egocéntricos.
En Internet las noticias difamadoras y falsas se distribuyen más rápido que las reales, pero esto no es un problema que tiene que ver solo con algoritmos. Tiene que ver también con un carácter propenso a los chismes, menospreciar a otros, y presentarse como superior a los demás. Podemos hablar en contra de cómo las redes sociales por diseño ayudan a distribuir con rapidez contenido provocador, mentiroso, y hasta morboso, pero ellas están hechas para darnos lo que ya queremos ver. Son como el mágico espejo de Oesed, de los libros de Harry Potter: nos muestran aquello que deseamos, funcionando como una radiografía de nuestros intereses.
Por su parte, las recomendaciones en YouTube son capaces de introducirnos por un agujero de conejo que puede llevarnos a conocer teorías de conspiración y extremistas, pero eso no crea por sí mismo en nosotros una disposición a creer en el contenido que nos hace sentir más listos que los demás, que nos distraiga de pensar en nuestros propios problemas, o nos lleve a creer lo peor de otra gente sin pruebas tangibles y sin dar el beneficio de la duda.
Documentales como “El dilema de las redes sociales” son útiles en introducirnos al problema, pero no dan en el blanco. Se quedan en la superficie y, en particular, este documental no provee solución alguna al escenario que plantea. Por otro lado, como cristiano creo que el evangelio, de manera contracultural y sorpresiva, nos ayuda a ir al corazón de nuestro problema, que resulta ser nuestros propios corazones. Este mensaje está en el centro de mi libro sobre la vida espiritual en la era de las redes sociales, en donde reúno mis años de enseñanza sobre este asunto. Los tres párrafos anteriores a este los tomé de la introducción del libro.
Es mi oración que como creyentes podamos dar una mejor respuesta al dilema de las redes sociales: una respuesta que reconozca nuestra responsabilidad y al mismo tiempo presente una sabiduría sólida que podamos aplicar en nuestro día a día. Una respuesta que tenemos en la Biblia por la gracia de Dios y que nuestro mundo necesita.