Conocer las doctrinas de la gracia en la Biblia es lo más cercano a una segunda conversión que he vivido. Si me lees desde hace años, sabes que puedo identificarme felizmente como calvinista en este sentido. Sin embargo, cuanto más estudio la Biblia, y reflexiono en el valor de la Palabra y los énfasis que Dios hace en ella, más entiendo que mi llamado al predicar la Biblia no es cumplir con una «lista de tareas» de cómo sonar calvinista. Mi llamado es simplemente predicar la Biblia.
Me refiero a que, por ejemplo, si estoy predicando Juan 3:16 a una iglesia un domingo, no quiero que mi sermón se convierta en un debate sobre si la expiación fue limitada o no, o sobre si las personas tienen la capacidad por sí mismas de creer en Cristo o no, ni tampoco pretendo enfocarme en explicar términos teológicos relacionados con estos asuntos. En cambio, quiero que mi enseñanza sea sobre Juan 3:16. Quiero explicar el significado de este pasaje y aplicarlo a los oyentes. Esa es la esencia de la predicación expositiva que nuestras iglesias y el mundo necesitan.
Hay espacio para hablar de las doctrinas de la gracia, ¡por supuesto! No solo en el seminario, sino en la vida de la iglesia. Esto es algo necesario si queremos crecer en nuestra comprensión de la salvación y ser maravillados más aún por la gracia soberana de nuestro Dios. Pero me pregunto… ¿Por qué será que muchos reformados apasionados tendemos a convertir casi cualquier enseñanza o pasaje bíblico en una rampa de lanzamiento para hablar de las doctrinas de la gracia en vez de hablar el punto del pasaje bíblico? Además, ¿por qué será que huimos de las expresiones del tipo «Dios ama al mundo» o «Ven a Cristo ahora» (expresiones similares a las que la Biblia usa en diversos pasajes)?
Por un lado, puede que haya tribalismo en esto: queremos sentirnos en el club «reformado» y señalar nuestro calvinismo como virtud. Esta es una forma sutil y farisaica de temor al hombre y debemos confrontarla en nuestras vidas. Pero por otro lado, puede que en la mayoría de los casos se deba a que simplemente nos apasionan las doctrinas de la gracia. No queremos que en nuestra enseñanza haya espacio para la jactancia humana y la idea de que el hombre puede contribuir a su salvación. Queremos exaltar solo a Dios en respuesta a Su gracia, lo cual es un deseo noble y que siempre debemos cultivar en nosotros y en la iglesia.
Sin embargo, cuando leo a Calvino, Spurgeon, Whitefield y otros grandes predicadores y teólogos calvinistas del pasado y del presente, ellos no tenían ningún problema con llamar a las personas a tomar una decisión por Jesús, decir que Cristo ama al mundo entero, o advertirles a las personas que profesaban la fe que si persistían en su pecado se perderían en el infierno. Mucho más importante aún es entender que si la Biblia usa ese lenguaje, ¿por qué deberíamos ignorarlo? Si Dios lo utiliza en la Biblia, y nadie es más celoso por la gloria de Dios que Dios, ¿qué hay de malo en emplear este lenguaje en el sentido en que Él lo usa?
En otras palabras, la solución para no sonar como humanistas seculares no es huir del lenguaje de la Biblia. En cambio, es predicar la Biblia y dejar que sea ella la que moldee nuestro lenguaje, enfatizando cada doctrina en la medida en que la misma Biblia lo hace. Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para nuestras vidas (2 Ti 3:16-17), incluso aquellos versículos y aquellas expresiones que parecen a primera vista contradecir el calvinismo.
Dios nos llama a más que simplemente sonar como reformados y calvinistas. Él nos llama a ser bíblicos en todas las áreas de nuestras vidas.