“¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?”
(Jeremías 13:23)
El evangelio es la noticia más grandiosa en el universo. Nos cuenta que Dios nos ha dado un Salvador para que todo el que crea en Él sea salvo del castigo que merecemos por nuestra maldad.
Para que podamos ver realmente qué tan buena es esta noticia, necesitamos ver primero la mala noticia: No solo merecemos castigo por nuestros pecados, sino que también somos peores de lo que pensamos.
De eso trata la doctrina de la depravación total. Una vez que es entendida, el evangelio empieza a hablarnos con fuerza y vemos que somos más amados por Dios de lo que creemos.
¿Qué enseña la doctrina de la depravación total?
Para empezar, esta doctrina no dice que el hombre es tan malo como puede ser, sino que todas las áreas de su vida están afectadas por el pecado aunque estemos hechos a imagen de Dios. Para evitar confusiones, muchos llaman a esta doctrina Corrupción radical o depravación radical. Con corrupción radical, decimos que el pecado y sus consecuencias están en la raíz de lo que somos.
La Palabra muestra que dependemos 100% de la gracia de Dios para poder ver la belleza del evangelio y creerlo, porque nuestros corazones están endurecidos contra Dios por causa del pecado (Efesios 4:17-18). El hombre tiene sus deseos pervertidos (Efesios 2:3). Tenemos una incapacidad moral para vencer nuestra propia maldad.
Con incapacidad moral decimos que el hombre tiene capacidad natural para hacer lo bueno y escoger a Dios (tiene neuronas para poder creer en Cristo, por ejemplo), pero la razón por la que no lo hace es moral: Simplemente no quiere hacerlo aunque tenga la oportunidad (Jn 3:19-20, Jn 6:63, Rom 7:18).
En otras palabras, el hombre tiene voluntad propia y siempre es responsable de sus decisiones (aunque sus opciones en algunas circunstancias sean limitadas por factores externos a él), pero su voluntad está entregada al pecado (Juan 8:34). Prefiere el pecado antes que Dios.
Aunque a veces parece que el hombre busca a Dios, en realidad busca ídolos a los cuales confunde con el Dios verdadero y beneficios que solo Él puede dar. “No hay quien busque a Dios” (Romanos 3:11, cf. Isaías 64:7, 65:1).
A muchos les parece injusto que Dios exija del hombre lo que el hombre es incapaz moralmente de hacer, pero esto es un error. Ninguno de nosotros podrá quejarse diciendo “¡Dios es injusto, me llamó a hacer lo que yo no quería hacer!” Si Dios nos llama a arrepentimiento, pero estamos tan corrompidos que no queremos a Dios en realidad y nos sentimos cómodos con el pecado, ese rechazo a Dios nos hace más culpables en vez de hacernos más inocentes.
La Biblia describe toda esta condición del hombre como muerte espiritual en delitos y pecados (Efesios 2:1). Dependemos de la gracia de Dios para tener vida espiritual y creer el evangelio. Necesitamos que Él haga un cambio profundo en nosotros para que podamos ver el valor de Cristo y tener fe salvadora (2 Corintios 4:3-6).
Tal vez pensemos que no somos tan malos, pero a la luz de la santidad de Dios sí lo somos. Sin la gracia de Dios somos peores que lo que creemos. Hasta las mejores de nuestras acciones están manchadas con dosis de malos motivos y Él mira nuestros corazones (1 Sam 16:7, Isaías 64:6; Prov 15:8).
¿Por qué esta doctrina importa?
Porque el amor de Dios resplandece cuando es contrastado con lo inmerecido que es para nosotros. Estábamos muertos en nuestros pecados, merecedores de ira e incapaces de cambiarnos (Efe 2:1-3)…
“Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (v. 4-10)
Esto es leña para nuestro gozo. ¡Cuánta alegría, esperanza, motivación a la santidad, agradecimiento, humildad y más se prende en un cristiano cuando ve la bondad de Dios a pesar de que somos pecadores!
Jesús dice: “Ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre” (Juan 6:65) Esto impactó mi vida y lo sigue haciendo. Significa que nuestro amor a Dios no es un regalo de nosotros para Él. Es un regalo de Él para nosotros.
Quédate en sintonía para el próximo artículo de esta serie.
Escrituras para mayor estudio —En la Palabra encontramos muchos más pasajes sobre la corrupción radical. Aquí tienes algunos de ellos que te servirán como punto de inicio: Romanos 1:18-31; Eclesiastés 7:29; Marcos 7:21-23; Salmos 5:9; Jeremías 17:9; Tito 1:15-16; Eclesiastés 9:3; Génesis 6:5; Tito 3:3; Juan 8:44; Colosenses 1:21; 1 Corintios 2:14.