Solemos explicar lo más importante sobre la oración diciendo que se trata de «hablar con Dios» cuando en realidad es más que solo eso. Como dice un catecismo protestante:
La oración es el ofrecimiento de nuestros deseos a Dios, en el nombre de Cristo, y por la ayuda de Su Espíritu; con confesión de nuestros pecados y reconocimiento agradecido de Sus beneficios (Sal 62:8; Jn 16:23; Ro 8:26; Sal 32:5-6; Dn 9:4; Fil 4:6).1
Esa es una de las definiciones más completas que encontrarás en la historia de la iglesia. Sin embargo, aunque se ha dicho mucho sobre la oración, y sabemos que deberíamos orar más, la mayoría de nosotros no conoce realmente la presencia de Dios en oración.
Yo mismo estoy lejos de poder decir que oro tanto como quisiera y debo hacerlo. A veces la oración no es un deleite para mí, y en esos momentos necesito recordarme el evangelio. He aprendido que no soy el único que puede decir lo mismo. Necesitamos experimentar, y no solo conocer intelectualmente, el privilegio de la oración.