Estoy seguro de que pocas cosas son tan peligrosas para un siervo de Dios, que enfocarse de más en lo que sea que consideremos éxito ministerial:
Mira por ti mismo:
“Los setenta regresaron con gozo, diciendo: Señor, hasta los demonios se nos sujetan en tu nombre. Y Él les dijo: Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad, os he dado autoridad para hollar sobre serpientes y escorpiones, y sobre todo el poder del enemigo, y nada os hará daño. Sin embargo, no os regocijéis en esto, de que los espíritus se os sometan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (Lucas 10:17-19, énfasis añadido).
Estos discípulos se asombraron de lo que habían hecho. Así que cuando regresaron ante Jesús, quien los había enviado a predicar a diversas ciudades, ellos estaban impresionados de que incluso los demonios se sujetaban a ellos en el nombre de Cristo. Casi puedes sentir la emoción en sus palabras.
La respuesta del Maestro seguro era inesperada. Jesús les señaló decisivamente que hay algo más importante por lo que deberían estar felices: El tener una relación correcta con Él.
Es como si Cristo les dijera: “Lo que hacen en mi nombre no debe ser la fuente del gozo de ustedes. En vez alegrarse por lo que han hecho, deben estar felices primeramente por la salvación que he venido a darles”.
Quiero que pensemos un poco en esto y sus implicaciones.
¿Te gozas en el evangelio más que en tu servicio?
La verdad perturbadora es que somos tan pecadores, que podemos fácilmente gloriarnos en lo que veamos en el ministerio que Dios nos ha encomendado, en vez de gloriarnos principalmente en Cristo y en Su obra.
El evangelio son buenas noticias que causan gozo, cuando lo creemos y recordamos, porque nos habla que Cristo vino a salvar pecadores escogidos desde la eternidad pasada, para hacernos santos para alabanza de la gloria de Su gracia (Efesios 1). Nada puede ser más emocionante… Al menos que olvidemos nuestra necesidad de gracia. Un corazón que no se alegra por el evangelio, no lo ha entendido bien y cuanto lo necesita.
Cuando no pensamos en cuan pecadores somos, cuan santo es Dios y lo mucho que dependemos de Su gracia, el evangelio no luce ante nuestros ojos como la magnífica noticia que realmente es. ¿El efecto? Nos alegramos más por otras cosas menos importantes.
Esa es la receta para la miseria espiritual e hipocresía de aparentar ser verdaderamente felices y ricos en espíritu, ya que son los pobres en espíritu quienes heredan el reino (Mateo 5:3). No los que parecen olvidar su necesidad del evangelio.
El resultado de todo esto —no tener presente el evangelio y cuanto lo necesitamos— es que terminamos menospreciando la gracia de Dios, llenándonos eventualmente de orgullo, sin darle prioridad a Jesús en nuestras vidas. Cuando eso pasa en medio de nuestro servicio, vamos rumbo al desastre dejando serias secuelas. Pocas cosas son más peligrosas para la iglesia y quienes nos rodean, que personas orgullosas y que se creen autosuficientes en posiciones de servicio e influencia — personas que no se gozan primeramente en el evangelio.
Recordemos que somos cristianos ordinarios
“No os regocijéis en esto… sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos”.
Esas palabras nos recuerdan que es posible estar con nuestra mirada tan fija en lo que hacemos en el nombre de Cristo, y cómo Dios nos usa con poder para llevar el evangelio a otras personas, que olvidamos que necesitamos a diario ese mismo evangelio glorioso que estamos compartiendo, y que en realidad no somos más que cristianos ordinarios: Pecadores salvos por gracia.
Por eso la trampa más peligrosa para todo siervo del Señor es la trampa de enfocarse de más en el “éxito ministerial”. Es la trampa de disfrutar tanto las victorias que Dios nos da, olvidándonos así de nuestro Salvador al mismo tiempo que pretendemos servirle. Es la trampa de en cierto sentido idolatrar el ministerio, las relaciones ministeriales, nuestra reputación y cómo Dios nos usa, en vez de amar con todo nuestro corazón al Señor. Es la trampa de distraernos de lo más importante.
Necesitamos predicarnos a nosotros mismos el evangelio que estamos llamados a proclamar hasta lo último de la tierra. Nuestro desempeño podrá menguar pero el amor de Dios no. ¡Estas son noticias para nuestro gozo, para la gloria de Dios, y que nos mantendrán humildes!