Estos recordatorios sobre productividad son para mí mismo, pero los comparto acá en caso de que puedan servir a alguien.
Este año nuevo…
1. Recuerda hacer menos cosas para enfocarte en las mejores.
De nada nos serviría hacer un millón de cosas durante el año si no hacemos las cosas que Dios nos llama a hacer.
Por eso quiero hacer menos cosas para hacer realmente más. Quiero decir «no» a más cosas para decir un mejor «sí» a lo más valioso. Quiero distraerme menos en cosas buenas para enfocarme más en las mejores. Quiero vivir admitiendo que una de las cosas que más nos sorprenderán en el último día será lo poco que obedecimos a Dios estando en este lado de la eternidad, y lo mucho que desperdiciamos minutos en actividades que no eran tan relevantes como creímos que lo eran.
Contrario a lo que algunas personas cercanas a mí piensan, esto de ser productivo y enfocado no es fácil para un corazón pecador como el mío. Una razón por la que anhelo el cielo es que en la presencia de Dios mi corazón dejará de distraerse con cosas que no merecen mi atención.
Mientras tanto, hay esperanza para distraídos como yo. Tenemos al Espíritu Santo con nosotros si hemos creído el evangelio (Gá. 3:2). Cada día estoy más convencido de que necesitamos la llenura del Espíritu para que su fruto en nuestras vidas florezca más y sea evidente. Ese fruto incluye dominio propio para no distraernos en placeres y actividades inferiores a las que Dios quiere que tengamos (Gá. 5:23). Cuanto más satisfechos estamos en Dios, más productivos seremos en realidad para Su gloria.
Por eso nuestra vida de intimidad con el Señor importa. Como George Müller aprendió, el secreto para la productividad es la felicidad en Dios a través de la Palabra y la oración. Él, al hablar de la importancia de tener tiempos devocionales, escribió:
“El primer gran y principal deber al que debía asistir todos los días era tener mi alma feliz en el Señor. Lo primero que me preocupaba no era cuánto podía servir al Señor, cómo podía glorificar al Señor; sino cómo podría llevar mi alma a un estado feliz, y cómo mi hombre interior podría ser nutrido. Porque podría tratar de establecer la verdad ante el inconverso, podría tratar de beneficiar a los creyentes, podría tratar de aliviar a los angustiados… y sin embargo, no siendo feliz en el Señor, y no siendo nutrido y fortalecido en mi hombre interior día tras día, todo esto podría no ser atendido en un espíritu correcto”.[1]
El segundo recordatorio va de la mano con esto último.
2. Recuerda que lo más importante no es lo que haces para Dios.
Lo más importante es lo que Él hizo por ti.
He hablado de esto en el pasado. Como Jesús enseñó a sus discípulos en Lucas 10:20, nuestro mayor gozo no debe ser lo que hacemos para el Señor, sino que nuestros nombres están escritos en los cielos.
Cuando olvidamos esta verdad, estamos atando nuestro sentido de identidad a lo que hacemos. Esto es arena movediza. Podemos sentirnos devastados cuando no logramos hacer tantas cosas como quisiéramos, y podemos volvernos hinchados de orgullo cuando sí hacemos muchas cosas que queríamos hacer, relegando a un segundo plano en nuestros corazones la realidad de que somos simples pecadores salvados por gracia.
Además, es impresionante cómo nuestros corazones pueden volverse legalistas al considerar que Dios debe amarnos más, o debemos ser mejores cristianos por cumplir con nuestra lista de tareas por hacer durante el día.
La ironía de gozarnos más en las cosas que hacemos que gozarnos en lo que Dios hizo por nosotros, es que esto mata de raíz nuestra productividad tarde o temprano. He visto cómo el peso de nuestras propias ambiciones personales (aunque estén disfrazadas de ambiciones piadosas) y tareas por hacer puede hundirnos y dejarnos tumbados en el suelo. Al mismo tiempo, la Palabra es explícita al enseñar que la gracia de Dios es lo que motiva e impulsa nuestras buenas obras para la gloria de Dios (Tito 2:11-14).
El gozo delicioso de tener nuestra identidad en Cristo y alegrarnos primeramente en lo que Él hizo, impacta nuestros corazones de manera que queremos hacer más cosas para Él, al mismo tiempo que nos consuela y anima a descansar cuando no podemos hacer todo lo que quisiéramos.
“Nuestro mayor peligro es vivir de nuestra actividad”, decía Martyn Lloyd-Jones cuando ya casi no podía predicar al final de su vida, mientras continuaba expresando alabanzas al Señor.[2] No vivas de lo que hagas.
3. Recuerda descansar en la soberanía de Dios.
Nada puede ser más errado para cualquiera que conozca la ética de trabajo del cristianismo protestante y conozca sobre la historia de la iglesia, que pensar que la confianza en la soberanía de Dios nos vuelve perezosos.
Saber que Dios es soberano debe impulsarnos a hacer más cosas para Él, entendiendo que Él puede obrar para que todo lo que hagamos produzca fruto para su gloria. El Nuevo Testamento muestra esto de distintas manera (cp. Fil. 2:12-13; 1 Cor. 15:10). El Dios que no escatimó a su propio Hijo, ¿cómo no nos va a dar la fortaleza para ser productivos conforme a su voluntad? (Rom. 8:32).
Al mismo tiempo, la soberanía de Dios nos consuela cuando nuestra lista de tareas por hacer no marcha según nuestros planes por más que nos esforcemos y demos lo mejor de nosotros en oración y diligencia. Esta doctrina preciosa también nos guarda de compararnos innecesariamente con otras personas.
Dios es soberano para obrar como quiera con cualquiera de nosotros, y si Él nos impide hacer algo que quisiéramos hacer, como cuando le impidió a Pablo predicar la Palabra en Asia (Hechos 16:6; ¡no sabemos cómo fue este impedimento!), lo mejor es confiar en sus planes. Siempre son mejores que los nuestros, y la mayor muestra de eso es la cruz del calvario.
Cuando todo lucía mal en aquel madero, Dios usó el asesinato de su Hijo para mostrarnos su amor y darnos vida eterna junto a Él. Ante tal soberanía y buena voluntad para con nosotros, ¿cómo no desear confiar más en Él en medio de nuestros esfuerzos y nuestras dificultades en ser productivos para su gloria?
Lee también:
[1] George Müller, The Autobiography of George Müller (Gideon House Books, 2017), p. 124-125.
[2] Iain H. Murray, The Life of D. Martyn Lloyd-Jones 1899-1981 (The Banner of Truth Trust, 2013), p. 450.