Nunca nos graduamos del evangelio. Nunca dejamos de necesitar atesorar la asombrosa noticia de que Cristo vino a vivir una vida perfecta en nuestro lugar, morir en nuestro lugar, y resucitar victorioso para darnos vida eterna junto a Él por medio de la fe, salvándonos de la condenación que merecemos por nuestra maldad. No existe mensaje más importante.
Anteriormente he escrito sobre la necesidad de predicarnos a nosotros mismos este evangelio. En este artículo, quiero compartir contigo tan solo 34 pruebas de que todavía necesitas predicarte a Cristo y su obra, aunque lleves años como creyente. Si eres pastor, espero con esta lista, que no pretende ser exhaustiva, animarte a predicar siempre el evangelio.
1. Vives con menos gozo verdadero del que deberías. Si te sientes como el salmista en el salmo 42 (“Mis lágrimas han sido mi alimento de día y de noche… Dios mío, mi alma está en mí deprimida…”), necesitas predicarte lo que él se predicó: “¿Por qué te desesperas, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios, pues he de alabarlo otra vez por la salvación de Su presencia” (v. 5). Necesitas el evangelio que llena de gozo nuestros corazones.
2. No amas a Dios con todo tu ser. No hay mandamiento más grande que amar a Dios con todo lo que somos (Mt. 22:34-40). ¿Cómo podemos crecer más y más en ese amor? Recordando que Él nos amó primero dando a su Hijo por nosotros (1 Jn. 4:19).
3. Te preocupa tu futuro. Debido a nuestro pecado, es normal que a diario tengamos diversos temores sobre qué será de nuestras vidas. Esto es una evidencia de que necesitamos profundizar aún más en el evangelio, ya que la conclusión lógica de lo que Dios ha hecho excluye toda razón para el temor. “El que no negó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también junto con El todas las cosas?” (Ro. 8:32). Creer que Dios no nos dará lo que más necesitamos, es olvidar que ya nos dio a su Hijo.
4. Te cuesta perdonar a otros. Es difícil perdonar a otros cuando olvidamos cuánto nos ha perdonado Dios a nosotros (Lc. 6:36-48). Por tanto, cuánto más tengamos presente la gracia que Dios ha derramado sobre nuestras vidas en el evangelio, más vamos a extender esa gracia y misericordia a otros pecadores que nos rodean.
5. Tus pecados pasados te causan dolor. Todos tenemos errores que sentimos que nos persiguen. Todos tenemos experiencias pasadas que aún nos duelen. ¿Cómo podemos soportarlas? El evangelio nos recuerda que en Dios hay perdón de pecados (Col. 1:14). Es el único mensaje que puede darte una esperanza sólida para dejar el pasado atrás.
6. Confías demasiado en ti mismo y tu desempeño para estar bien con Dios. Si el apóstol Pablo necesitaba seguir dejando atrás esa confianza para atesorar más y más a Cristo, teniendo todo lo demás como basura, tú y yo también necesitamos dejar esa autoconfianza atrás (Fil. 3:4-14). Solo la obra de Cristo nos puede salvar. Recordar el evangelio nos guarda del legalismo porque nos llama a vivir únicamente por medio de la fe en Jesús (Ro. 3:27-28).
7. Dudas del amor de Dios. El evangelio de Dios apaga esta duda de la manera en que un océano entero apagaría la llama de una pequeña vela casera. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquél que cree en El, no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn. 3:16).
8. No buscas oportunidades para evangelizar a otros. El apóstol Pablo deseaba vivir predicando el evangelio a los perdidos porque el amor de Cristo, mostrado en el evangelio, lo impulsaba y controlaba (2 Co. 5:14-21). El evangelio es combustible para nuestra pasión evangelística.
9. Sientes desánimo en tu trabajo. Debido a que Cristo resucitó y nos promete que Él arreglará todo lo que está mal en el mundo, puedes tener la certeza de que nada de lo bueno que hacemos aquí es en vano (1 Co. 15:58), lo cual incluye nuestros trabajos. En última instancia, no hay razón para el desánimo, incluso cuando a veces crees que tu trabajo no tiene sentido. Gracias al evangelio, tenemos razones para glorificar a Dios en el trabajo (Col. 3:17).
10. Señalas constantemente el pecado de otros. Los fariseos eran especialistas en esto. Cuando basas tu aceptación delante de Dios en el desempeño propio sabes en el fondo de tu corazón que lo que haces no es suficiente. Entonces es fácil elevarte a ti mismo hundiendo a los demás. El evangelio nos libera de este ciclo destructivo mostrándonos la realidad de la gracia de Dios y nuestro pecado (Lc. 18:9-14).
11. No eres tan servicial como deberías. No hay mayor motivación para una vida de servicio y amor a otros que recordar que Jesús se hizo siervo por amor a nosotros (Fil. 2:4-11). “Porque ni aun el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir, y para dar Su vida en rescate por muchos” (Mr. 10:45). Esto redefine la verdadera grandeza. El evangelio evita el querer enseñorearnos de otros (v. 42-44). Queremos ser como Jesús.
12. Las promesas del pecado lucen atractivas a tus ojos. En Cristo hay mayores riquezas que las que nos ofrece el pecado y es así como podemos vencer la tentación (Heb. 10:24-26). Si Dios nos amó de tal manera que dio a su Hijo por nosotros, la bendición de estar junto a Él es infinitamente mejor que cualquier promesa que el pecado pueda presentarnos.
13. Sientes temor de otras personas. Cuando Timoteo tenía temor de otros, Pablo le recordó que Dios “nos ha salvado y nos ha llamado con un llamamiento santo, no según nuestras obras, sino según Su propósito y según la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús desde la eternidad, y que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Cristo Jesús, quien puso fin a la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por medio del evangelio” (2 Ti. 1:9). ¡Esto pone nuestra visión del temor al hombre en la perspectiva correcta!
14. Tu corazón no está inclinado a la oración. David halló ánimo para orar al considerar toda la misericordia y gracia de Dios sobre su vida (1 Cr. 1:25); hoy nos ha sido revelado plenamente en el evangelio el mayor despliegue del amor de Dios hacia nosotros. El evangelio nos conduce a buscar profundizar en nuestra comunión con Dios en oración, siendo agradecidos por su bondad y echando nuestras cargas sobre Él (Fil. 4:6-7; 1 Pe. 5:7).
15. Te enojas con Dios cuando las cosas en tu vida no resultan como quieres. Si esto es así, es porque crees que Dios te debe que las cosas resulten como deseas. Si crees que Dios te debe algo, entonces necesitas entender en verdad la gracia de Dios. No merecemos nada bueno (Ro. 3:23). El evangelio nos promete perdón cuando hemos sido orgullosos y al mismo tiempo revoluciona la forma de ver nuestras vidas. Entendemos que todo lo que tenemos es únicamente por la gracia de Dios.
16. Envidias lo que otros tienen. Todos luchamos con nuestra tendencia a comparar lo que tenemos con lo que tienen los demás. Esto revela falta de satisfacción, agradecimiento, y humildad delante de Dios y por eso es pecado (Éx. 20 7). Es una ofensa ante el Rey del universo. Ante esto, en el evangelio tenemos un mensaje de perdón por nuestra maldad. Al mismo tiempo se abre la puerta para que podamos tener comunión con Dios (Ro. 5:1) y probar que Él es suficiente para nuestros corazones (Fil. 3:7).
17. Te ves inclinado a abusar de la gracia de Dios. Una de las objeciones más comunes al evangelio es la idea de que como la salvación es solo por gracia entonces tenemos licencia para pecar todo lo que queramos (Pablo la abordó en Romanos 6). ¡Eso está muy alejado de la verdad! El evangelio en realidad nos conduce a vivir en obediencia a Dios, ya que el amor de Dios nos lleva a amarlo a Él (1 Jn. 4:19), y el amor a Él nos lleva a obedecerle (Jn. 14:15). Al mismo tiempo, el evangelio nos recuerda que Dios no es un Dios egoísta que nos da mandamientos para restringir nuestra felicidad. Él en verdad quiere lo mejor para nosotros, como se muestra en la cruz, y esto nos lleva a atesorar más su dirección para nuestras vidas.
18. Eres una persona distraída. En nuestra era de notificaciones, distracciones, y ruido, podemos vencer la tendencia hacia lo superficial mirando la gloria de Dios mostrada en Jesús (2. Co. 4:4-6). Necesitamos ser cautivados por algo superior que nos libere de la esclavitud de lo irrelevante y nos enseñe a ver todas las cosas en la perspectiva correcta.
19. Sientes amargura o desánimo al percibir que el mundo es injusto. Si Dios está tan comprometido con su justicia que estuvo dispuesto a quebrantar a su Hijo a fin de perdonar nuestros pecados sin dejar de ser justo (Ro. 3:24-26), entonces puedes confiar en que Él es justo al permitir todas las cosas que vemos que están mal (aunque no entendamos todas sus razones) y que Él ciertamente arreglará todo como lo prometió (Ap. 21-22). El evangelio es el mayor argumento a favor, no solo del amor de Dios, sino también de su justicia.
20. Juzgas a otros según las apariencias. El evangelio no solo te promete perdón por este pecado de orgullo, sino que al mismo tiempo revoluciona la forma en que miras a otros al recordarte que el Hijo de Dios vino sin “aspecto hermoso ni majestad para que lo miremos, ni apariencia para que lo deseemos. Fue despreciado y desechado de los hombres” (Is. 53:2-3). Dios es experto en glorificarse a través de lo que parece débil y despreciable (1 Co. 1:18-31).
21. Estás afanado con demasiadas cosas por hacer. El evangelio te brinda descanso en Dios en medio de todas tus tareas porque te recuerda que no necesitas hacer todas esas cosas para ser justificado por Dios (Heb. 4:1-11; Ro. 3:28). Una y otra vez he sido testigo de cómo esto disminuye mi afán y hace crecer mi gozo en el Señor, llevándome al mismo tiempo a organizar mejor mis prioridades para la gloria de Dios. Si crees que el evangelio no tiene que ver con tu productividad, aquí he hablado más al respecto.
22. Dudas del poder de Dios para obrar cosas asombrosas. El Dios que perdonó toda tu maldad (¡sin violar su justicia!) y levantar a Cristo de entre los muertos, seguramente puede hacer cualquier cosa que se proponga realizar o que pidamos a Él conforme a su voluntad. Nada es imposible para Dios (Mt. 19:26). Nada.
23. Te cuesta confiar en la sabiduría de Dios. El Señor es tan sabio que desde la eternidad ideó una forma de salvarnos de nuestras condenación sin Él mismo dejar de ser justo (Ro. 3:24-26) —la solución a la mayor tensión que vemos en toda la Biblia. Por lo tanto, el evangelio nos conduce a confiar más y más en que Dios siempre es infinitamente más sabio de lo que podemos entender. En Cristo y su obra vemos la sabiduría de Dios (1 Co. 1:30). El evangelio nos lleva a exclamar: “¡Oh, profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! Pues, ¿quien ha conocido la mente del Señor? ¿o quién llegó a ser su consejero? ¿o quién le ha dado a Él primero para que se le tenga que recompensar? Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén” (Ro. 11:33-36).
24. Tienes dificultades en tu matrimonio o crees que tu matrimonio ya está muy bien. El evangelio es un mensaje de gracia para tu matrimonio en medio de toda situación: en medio de las dificultades para que puedan salir adelante amándose y honrando al Señor, y en medio de la comodidad y el bienestar para que tu corazón (y el de tu cónyuge) no se llene de orgullo o sentimiento de superioridad sobre otros matrimonios. El mensaje de la cruz nos consuela y fortalece, mientras al mismo tiempo nos hace humildes recordándonos lo que en verdad merecemos, y que todo lo que tenemos hoy es por gracia.
25. No sabes qué hacer con tu vida. En medio de la incertidumbre, puedes gozarte en el amor de Dios en Cristo. Aunque sigas sin saber de maneras específicas qué hacer con tu vida, puedes descansar en que si Dios te amó de tal manera que dio a su Hijo por ti, Él no te abandonará y siempre guiará tus pasos (Ro. 8:32; Sal. 32:8). A la vez, el evangelio te recuerda cuál debe ser tu norte en medio de cada decisión a tomar: la gloria de Dios (Ro. 11:36).
26. Se te hace difícil amar más a las personas. Todos estamos rodeados en cierta medida de personas que sencillamente nos desagradan. Al mismo tiempo, no amamos tanto (como Dios nos llama) a las personas que sí nos agradan. Ante todo esto, la noticia más inmensa en el universo nos libera de nuestro egocentrismo recordándonos que no somos el centro de todas las cosas y nos lleva a mostrar amor incluso a nuestros enemigos (cp. 1 Jn. 4:8).
27. Tu vida carece de más adoración a Dios. La exaltación del nombre de Dios es el propósito de la redención (Ro. 11:36). Fuimos predestinados, rescatados, y adoptados por Dios “para alabanza de la gloria de Su gracia que gratuitamente ha impartido sobre nosotros en el Amado” (Ef. 1:5). Si nuestras vidas son muy centradas en nosotros mismos y en nuestros corazones no hay asombro ante Dios, necesitamos mirar lo que la cruz significa y obtuvo.
28. La iglesia local te aburre. Lo sé, a veces no quieres ir a la iglesia. También me pasa a veces, y lo digo para mi vergüenza. Hay días en los que reunirse con otras personas para adorar a Dios y escuchar su Palabra no resulta emocionante, en especial cuando tenemos pocas expectativas. El evangelio nos despierta a la realidad y nos impulsa a adorar, como ya vimos en el punto anterior, mientras nos recuerda que Dios puede glorificarse en las debilidades de tu congregación (ya que Él se glorificó en la debilidad de la cruz) y te sacude con el hecho de que la reunión de la iglesia local no es algo ordinario. Las personas con las que te reunes a adorar vivirán eternamente, fueron compradas por la sangre de Jesús, algún día serán indescriptiblemente hermosas en todos los sentidos, y tienen el mismo Dios que tú. Lo que hacemos los domingos en la mañana es un adelanto de lo que haremos por siempre.
29. Necesitas esperanza en medio del sufrimiento. El evangelio nos impacta con la revelación de que Dios conoce el sufrimiento no solamente porque Él conoce todas las cosas, sino también porque lo experimentó por nosotros. Nuestro Salvador es varón de dolores experimentado en aflicción (Is. 53:3). Esto no brinda todas las respuestas que quisiéramos a todas nuestras preguntas en medio del dolor, pero sí es la muestra más grande de que Dios no es indiferente a nuestro sufrimiento. En vez de darnos simples argumentos, Dios nos muestra la muerte de su Hijo. En esa muerte, vemos la máxima revelación del amor de Dios que nunca nos abandonará (Ro. 8:31-39). ¿Existe una esperanza y consuelo más firme?
30. Te cuesta creer que Dios pueda tener todo bajo control en todas tus circunstancia. Si Dios fue totalmente soberano en el momento más crucial de la historia de la humanidad (Hch. 4:27-28), que fue la muerte de su Hijo, puedes tener una confianza sólida en que Él tiene todo bajo control en medio de todos las situaciones que atraviesas (cp. Ro. 8:28).
31. Dudas sobre si Dios responderá tus oraciones. No merecemos ser escuchados por Dios, pero gracias a Jesús podemos acercarnos a Él (Ef. 2:18). Como ha resumido Tim Keller: “Sabemos que Dios nos responderá cuando lo llamemos ‘mi Dios’, porque Él no respondió a Jesús cuando hizo la misma petición en la cruz”. Por supuesto, Dios es soberano y responde las oraciones conforme a su voluntad (1 Jn. 5:14-15). Sin embargo, al ver la cruz podemos saber que tenemos acceso a Él en oración, y confiar en que Él “es poderoso para hacer todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos” (Ef. 3:20). Podemos gozarnos incluso aunque Él no responda exactamente como queríamos en un comienzo.
32. Quieres entender mejor el mensaje de la Biblia. Jesús nos enseña que toda la Biblia apunta a Él. Cristo es la clave para entender la Escritura (Lc. 24:27-31). Así que si si deseas comprender mejor la Palabra, busca profundizar en ella recordando el evangelio.
33. Temes a la muerte. El evangelio nos promete vida eterna en Cristo. Ahora la muerte es ganancia para nosotros, porque nos acerca más al disfrute pleno de Él (Fil. 1:21-23). Ya no hay temor. Cristo venció a la muerte para que ella no pudiera separarnos de Él (Ro. 8:39).
34. Te falta crecer más a imagen de Cristo. Cuanto más tengamos la mirada puesta en Cristo, más de Cristo podrá ser visto en nosotros (2 Co. 3:18). Esta es, en esencia, la clave del crecimiento espiritual. ¿Y cómo podemos tener la mirada puesta en la gloria de Jesús? Viviendo centrados en el evangelio donde esa gloria es revelada (2 Co. 4:4-6).
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