Nunca había compartido públicamente este testimonio (no sé por qué), pero los últimos meses de pandemia me han motivado a hacerlo al considerar cómo muchos cristianos no son miembros de ninguna iglesia local y ahora justifican esto con la crisis actual. No hablo a quienes por la pandemia no pueden congregarse con su iglesia (lo cual es comprensible dependiendo del contexto y la situación), sino a quienes en medio de la pandemia se sienten bien sin formar parte de ninguna iglesia local.
Hace muchos años estuve una temporada sin pertenecer a una iglesia local. Al igual que miles de cristianos, no conseguía una iglesia sana en la ciudad donde vivía. ¿Cuál fue mi plan B mientras tanto? Escuchar sermones en Internet y mantener contacto por Facebook con amigos cristianos en otras ciudades. ¡Gloria a Dios por la tecnología!
Si conoces mi pasión por la teología reformada, ya puedes imaginar quiénes eran los predicadores que yo escuchaba una y otra vez. Sugel Michelén, John Piper, John MacArthur, etc. También seguía páginas en redes sociales que publicaban buen contenido bíblico y estuve en grupos cristianos con amigos a distancia para conversar sobre la Biblia.
Todo lucía bien en el plan B y llegué a un punto en el que empecé a sentirme demasiado cómodo. Poco a poco disminuí mi diligencia en buscar una iglesia. Mi vida daba la impresión de que todo andaba bien conmigo, pero las cosas no siempre son lo que parecen.
Para empezar, es bueno mantener amistad con otros cristianos en Internet que te compartan contenidos edificantes y con quienes puedes chatear a veces, pero lo normal allí es rodearnos de personas similares a nosotros. Así funcionan las recomendaciones en redes sociales. Sin darme cuenta, me vi atrapado en una burbujita reformada que me hizo olvidar que la iglesia era mucho más grande. Viéndolo en retrospectiva, admito me gustaba chatear con otros jóvenes creyentes como yo en redes sociales no porque yo amase mucho a la iglesia, sino porque hablar con personas parecidas en intereses a mí era más fácil que lidiar con creyentes diferentes y que pudieran sacarme de mi zona de confort.
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Al mismo tiempo, en mi soledad había mucho pecado de orgullo y avaricia que florecía en mi corazón y yo no tenía a otros cristianos cercanos que me confrontaran porque en Internet uno realmente no conoce a las personas. Allí es fácil maquillar nuestras fallas y pecados. También es simple “mutear” o ignorar a las personas que quieran confrontarte para bien.
Sobre los sermones que escuchaba, aunque eran muy edificantes, me veía escogiendo lo que quería escuchar sobre los temas que a mí me interesaban cuando yo quisiera escucharlos. Como cuando escoges cuál canción prefieres oír en Spotify o cuál película ver en Netflix. Como si un sermón fuese un producto a tu elección para consumir o entretenerte, y no un mensaje dirigido especialmente para ti para sacudir tu vida con la verdad. Además, estos predicadores (a quienes hoy sigo escuchando de vez en cuando) no eran mis pastores. Ellos no conocían mis luchas y contexto, ni pensaban precisamente en mí al predicar.
Mi dieta no era comida chatarra, pero estaba desbalanceada y mi vida espiritual se debilitaba. Casi siempre terminaba escuchando lo que quería oír sobre la Palabra y el evangelio. Cuando esa es tu principal forma de escuchar la Palabra predicada, es muy fácil perder cierto balance bíblico en muchos temas. Es fácil escuchar muchos sermones sobre la predestinación (por mencionar algún tema), y perder de vista cómo esa doctrina encaja en el panorama más amplio de la Escritura.
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Aunque en Internet podemos recibir mucha información edificante que puede movernos a adorar a Dios, en las redes sociales es inevitable que haya cierto espacio para nosotros mismos en el centro de nuestra experiencia. Las redes sociales están diseñadas precisamente para eso. Todo en ellas se ajusta a nuestra preferencia y antojo. Los algoritmos que deciden lo que vemos y las opciones que tenemos allí nos dan la sensación de que somos el centro del mundo. Aunque no estemos conscientes de este efecto en nosotros.
En contraste, lo que más necesitamos en medio de nuestra generación egocéntrica es vivir sin tenernos a nosotros mismos en el centro de nuestras vidas. Las redes sociales no me ayudaron precisamente a esto durante aquella etapa, sino que cultivaron en mí (incluso cuando yo estaba consumiendo contenido cristiano) más orgullo en mi corazón. Creo que este es el peligro más grande de “congregarnos” solo de manera virtual, sin formar parte de una iglesia local.
Entiendo que otras personas podrán estar en desacuerdo conmigo y habrán tenido una experiencia más provechosa en algún momento “congregándose” solo en línea por alguna temporada. También entiendo que muchas personas optan por “congregarse” así porque no conocen iglesias sanas en sus ciudades, y honestamente muchas veces en verdad no hay ninguna. Pero te animo a pensar en esto: ¿Qué crees que la comodidad de “congregarnos” en línea hace a nuestros corazones? Necesitamos reconocer que esto no es lo ideal y hasta resulta peligroso. Si no tienes una iglesia sana, te animo a hacer todo lo posible por buscar una (Aquí tienes un directorio que puede ayudarte).
Oremos que Dios nos dé discernimiento para estar conscientes de todo esto y, si en su providencia no tenemos más remedio que “congregarnos” por Internet por algún tiempo, que podamos hacerlo con sabiduría y realmente para Su gloria. Gracias a Dios, luego de esta temporada en mi vida pude llegar a una iglesia local que, aunque imperfecta como todas, buscaba ser fiel a la Biblia y exaltar a Dios. Allí tuve la bendición de conocer de cerca que las redes sociales jamás podrán reemplazar a la comunión real y presencial de la iglesia del Señor.