Estamos llamados a saber cómo dar razón de nuestra fe ante al incrédulo que la demande (1 Pedro 3:15-16), y por eso importa que entendamos la mentalidad de quienes se oponen al cristianismo, entre ellos, los ateos.
Al comprender más la naturaleza del ateísmo, sabremos cómo hacer una apologética mejor ante ellos. ¿Sabes por qué hay personas que son ateas?
Tal vez no te hayas preguntado eso, pero el ateísmo sí se ha preguntado por qué eres cristiano. El ateo no se pregunta si existe alguna deidad o no, ya que afirma que no hay ningún dios. Por eso comúnmente le molesta lo que tenga que ver con la religión y en cambio pregunta: ¿Por qué hay tantas personas religiosas en todo el mundo?
El ateísmo responde a esa interrogante diciendo que toda creencia acerca de una deidad es producto de una necesidad psicológica. Freud apoyaba esta teoría. El razonamiento va así: “La mayoría de la gente es muy débil para soportar la idea de un universo sin algún ser superior que les escuche o que pueda darles esperanza y ofrezca solución final a sus problemas, y por eso prefieren creer en alguna deidad imaginaria”.
La gran falla de este argumento es que se le devuelve fácilmente al ateísmo. Timothy Keller lo explica de forma simple: “Si tú dices (como Freud) que todas las declaraciones de verdad acerca de la religión y Dios son solo proyecciones psicológicas para lidiar con tu culpa e inseguridad, también lo es tu declaración”[1]Timothy Keller, The Reason For God (Riverhead Books, 2008), p. 38..
¿Qué enseña la Biblia sobre el ateísmo?
Llamativamente, la Biblia dice algo parecido en relación al ateísmo. La Palabra de Dios declara que toda persona sabe que Dios es real porque Él se ha revelado claramente en la creación y que el pecado del hombre ha sido en esencia cambiar la verdad por la mentira; eso es injusticia y es necedad (Romanos 1: 18-21, 25, 28). Por eso el salmista afirma: “Dice el necio en su corazón: No hay Dios” (Salmos 14:1).
La Biblia enseña así que el ateo dice que no cree en Dios y se aferra a su mentalidad, para evadir la realidad y excusarse por su orgullo al rechazar al Creador. El ateo siente en su interior que no le conviene que el Dios verdadero exista, porque sabe que tendrá que rendir cuentas delante de Él.
R. C. Sproul lo explica en su clásico Cómo Defender su Fe:
… Todos los que se implican en una discusión con respecto a la existencia de Dios aportan un bagaje psicológico a la discusión. Quienes niegan a Dios, por ejemplo, tienen un enorme interés investido en su negación porque… si el Dios de la Biblia existe, entonces un obstáculo infinito se interpone entre ellos y su propia autonomía… Hay, según admite el mismo Freud, un conocimiento universal de que la peor cosa imaginable sería caer en las manos del «poder superior del destino». Ese temor es agravado… cuando ese destino es visto como un Dios santo[2]R. C. Sproul, Cómo defender su fe: Una introducción a la apologética (Editorial portavoz, 2006), posición 1500..
El problema del ateo no es la falta de evidencia. El problema del ateo es que trata de ignorarla por orgullo y miedo. Es irracional al ser rebelde contra Dios a la vez que tiene pánico de caer en sus manos.
¿Cómo esto revoluciona nuestra apologética?
Esto debería impactar nuestra apologética porque nos recuerda la verdad bíblica que si no es por la gracia de Dios, nunca hubiésemos creído el evangelio. Somos peores de lo que creemos. Esto es humillante y te lleva a predicar la verdad con más paciencia, gracia y gozo ante los incrédulos.
Pero hay otra forma en que conocer la naturaleza del ateísmo cambia nuestra forma de dialogar con ateos: Nos hace ver que es imposible que un ateo admita la verdad si primero no se le predica el evangelio.
Hay quienes oyen el evangelio y no lo creen, pero todo el que lo cree, lo ha creído porque lo ha oído (1 Pedro 1:23-25, Romanos 10:13-17). Eso significa que cuando Dios llama eficazmente a alguien (p. ej. un ateo) y vence la dureza de su corazón para que crea, lo hace en presencia del evangelio para que crea el evangelio.
Así nace la fe salvífica, y donde antes había odio y temor contra la verdad, ahora hay amor y deseo por ella. Por tanto, al hablar con ateos debemos tener una apologética centrada en el evangelio.
Nuestra apologética no debe ser un fin en sí misma. Sí, es importante demostrar que tenemos la razón, pero eso no es en última instancia lo que el cristiano debe perseguir: No estamos llamados a aprender apologética para simplemente ganar debates, sino para ganar hermanos y honrar a Cristo. En medio de la defensa de la fe, no nos quedemos sin hablar claramente esa fe.
A muchos cristianos les suele pasar que terminan defendiendo más las evidencias de la fe cristiana, ¡que a la fe cristiana![3]En los últimos meses he aprendido que la apologética presuposicional me ayuda a evitar esto. Empiezan dando la razón de la fe ante el incrédulo, pero luego la predicación del evangelio se pierde entre discusiones innecesarias sobre ciertas evidencias y respuestas excesivas a contraargumentos vanos. ¿Estamos evitando eso?
De nada servirá toda la apologética que hagamos si en medio de ella no dejamos el mensaje del evangelio claro y descansamos en la soberanía y la gracia de Dios. De esta forma, la buena apologética le da toda la gloria a Dios y no un porcentaje al apologista.
Que el Señor nos conceda proclamar y dar razón de nuestra fe con sabiduría.
Publicado originalmente el 25 de Julio de 2015.
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