Somos tan pecadores, que dependemos del Espíritu Santo para creer el evangelio. La gracia salvadora de Dios puede vencer nuestra resistencia a ella y lo hace para que seamos salvos. Cristo vino a morir por sus ovejas, las personas que el Padre le dio. Dios nos escogió para salvación desde la eternidad, no porque haya visto algo bueno en nosotros, sino porque nos amó. Él nos preservará hasta el fin de nuestras vidas en este mundo, de manera que no nos perderemos si en verdad somos salvos.
Las verdades bíblicas resumidas en el párrafo anterior son conocidas como las doctrinas de la gracia o los cinco puntos del calvinismo. Ellas han sido atesoradas por muchos de los pastores y predicadores más impactantes en la historia de la iglesia, entre ellos John Newton (siglo XVIII).
Tal vez has escuchado de Newton, el ex-traficante de esclavos transformado por el evangelio y autor de muchos himnos, entre los que destaca Sublime gracia. Escribí una breve biografía de él aquí. Newton fue un pastor reconocido en sus días por su profunda sabiduría y humildad. En palabras de John Piper, “es el calvinista más feliz que haya existido”.[1]
Newton es una de mis personas favoritas en la historia. Leyendo sus escritos y sobre su vida, encuentro al menos cuatro cosas que él nos enseña a los calvinistas de hoy en relación a las doctrinas de la gracia:
1. Las doctrinas de la gracia no son para el entretenimiento intelectual.
En su prefacio a Los himnos de Olney, una colección de himnos que co-escribió con su amigo William Cowper, Newton afirmó:
“Los puntos de vista que he recibido sobre las doctrinas de la gracia son esenciales para mi paz; no sería capaz de vivir cómodo un solo día o una sola hora sin ellos. Igualmente creo… que son amigos de la santidad, y que tienen una influencia directa en la producción y el mantenimiento de una conversación sobre el Evangelio, y por tanto, no me debo avergonzar de ellos”.[2]
Para Newton, las doctrinas de la gracia no eran simplemente entretenidas. Eran preciosas. Él dependía de ellas para comprender más la grandeza del evangelio y mantenerse centrado en Cristo. Ellas le ayudaron a nunca dejar de asombrarse y ser humilde ante la sublime gracia soberana que lo rescató.
2. Las doctrinas de la gracia no son lo más importante; Cristo lo es.
Los cinco puntos del calvinismo eran preciosos para Newton, pero el primer lugar en toda su vida, enseñanza, y pensamiento lo tenía Jesús. “Nadie excepto Jesús”, era su lema.
“La doctrina de la cruz es el sol en el sistema de la verdad. Se ve por su propia luz y arroja luz sobre cualquier otro tema. Esto suavizará los corazones que resisten las amenazas. Esto abre una puerta de esperanza a los pecadores más viles y desesperados. El rigor y la sanción de la ley deben ser predicados, para mostrar a los pecadores su peligro; pero el evangelio es el único remedio, y sugiere esos motivos, que son los únicos capaces de separar al pecador del amor de sus pecados y de permitirle vencer al mundo”.[3]
A los 66 años, Newton escribió a otro ministro del evangelio:
“Mientras más viejo crezco, más me atrae predicar mucho sobre la persona, la expiación, la gloria del Salvador y las influencias del Espíritu Santo. Hay otras verdades, importantes en su lugar, pero a menos que se las vea a través de la cruz, tienen un efecto tenue”.[4]
Prediquemos todo el consejo de Dios (He. 20:27). Hablemos los cinco puntos del calvinismo (sabiendo que no fueron inventados por Calvino), pero estemos centrados en Cristo. Si la cruz es el sol en el sistema de la verdad, entonces predicar principalmente la elección u otro tema como si fuese el evangelio, es estar desbalanceados en nuestra enseñanza.
3. Las doctrinas de la gracia deben impactar en cómo hablamos a otros.
John Newton escribió esto a un pastor amigo:
“De todas las personas que se involucran en debatir controversias, nosotros, a quienes se les llama calvinistas, somos de las que son más expresamente obligadas por sus propios principios a ejercer mansedumbre y moderación… El lema bíblico de que “la ira del hombre no obra la justicia de Dios” se confirma por la observación cotidiana. Si nuestro fervor se amarga con expresiones de enojo, insultos o desprecio, podríamos pensar que avanzamos la causa de la verdad, cuando en realidad solamente la desacreditamos”.
Newton comprendía que si en verdad creemos las doctrinas de la gracia, vamos a enseñarlas con gracia. Son doctrinas de la gracia. Los calvinistas orgullosos, iracundos e impacientes con los demás, son una contradicción.
4. Las doctrinas de la gracia deben permear toda nuestra enseñanza.
Un día, mientras tomaba té con su amigo William Jay, Newton le dijo: “Yo soy más calvinista que ninguna otra cosa, pero uso mi calvinismo en mis escritos y mi predicación como uso esta azúcar”. Entonces tomó un terrón, lo puso en su taza de té, lo agitó, y añadió: “No lo doy solo, ni completo, sino mezclado y diluido”. Las doctrinas de la gracia endulzaban todo lo que Él enseñaba.[5]
John Piper comenta sobre esto que “a pocas personas les gusta comer cubos de azúcar, pero sí les agrada el efecto del azúcar cuando satura en la proporción debida”.[6] ¿No será esta una de las razones por las que muchos calvinistas en sus iglesias y en las redes sociales resultan desagradables en su manera de enseñar las doctrinas de la gracia, pretendiendo hacer que la gente trague cubos de azúcar en vez de llevarlos a saborear mejor la gracia de Dios?
Las doctrinas de la gracia están en toda la Escritura. Por lo tanto, si nuestra interpretación bíblica es correcta, es de esperarse que ellas estén latentes en toda nuestra enseñanza. Pero debemos enseñarla en su debida proporción, centrados en el evangelio, anclados al texto bíblico, mostrando gracia a los demás.
Quiera el Señor que más calvinistas de hoy nos parezcamos más al calvinista más feliz de la historia, para la gloria de Dios.
Lee también:
[1] John Piper, The Sovereign God of “Elfland”: Why Chesterton’s Anti-Calvinism Doesn’t Put Me Off.
[2] Citado en: John Piper, Las raíces de la perseverancia, p. 67.
[3] Citado en: Tony Reinke, Newton on The Christian Life, p. 56.
[4] Ibíd.
[5] Citado en: John Piper, Las raíces de la perseverancia, p. 69.
[6] Ibíd.