Un día, después de algunos meses sin viajar, mientras estaba en el aeropuerto, en el avión, y compartiendo un buen rato con mi esposa, sentía que algo en mi bolsillo izquierdo me atraía. Era mi teléfono. Era como si me estuviera diciendo: “Ven, toma algunas fotos para que compartas en Instagram. Esto tendría muchos likes, créeme”. Era como si el Emperador de Star Wars me estuviera tentando a abrazar el lado oscuro de la fuerza.
Parece que estoy lejos de ser el único que siente ese llamado en ciertos momentos. Para muchas personas, si algo no está publicado en las redes sociales en verdad no ocurrió. Parece que hemos abrazado una forma de ver la vida en la que lo único que vale la pena es aquello que es publicado, aprobado por otros, y nos hace lucir mejores o con un estilo de vida deseable.
Las redes sociales realmente afectan nuestra química cerebral y la mayoría de nosotros no estamos conscientes de eso debido al buen trabajo que han hecho empresas como Google, Facebook, y Twitter, entre otras, para enmascarar la realidad de cómo logran que sus productos sean adictivos. El botón “me gusta” no está allí por accidente o azar. Fue diseñado estratégicamente para ayudarnos a tratar de satisfacer nuestra sed de aprobación y alabanza, contribuyendo a que dependamos de las redes sociales.
En palabras de un presentador de televisión años atrás: “Los magnates de las redes sociales tienen que dejar de fingir que son dioses nerd amigables para construir un mundo mejor y admitir que solo son cultivadores de tabaco con camisetas que venden un producto adictivo a los niños. Porque, seamos sinceros, revisar los ‘me gusta’ es el nuevo hábito de fumar”.[1] Un artículo de The Guardian al respecto inicia con un párrafo que nos ayuda a entender esto:
“En un ataque de sinceridad sin precedentes, Sean Parker, el presidente fundador de Facebook de 38 años, admitió recientemente que la red social se fundó no para unirnos, sino para distraernos. ‘El proceso de pensamiento fue: ¿Cómo consumimos la mayor cantidad de tu tiempo y atención consciente posible?’, dijo en un evento […] Para lograr este objetivo, los arquitectos de Facebook explotaron una ‘vulnerabilidad en la psicología humana’, explicó Parker, quien renunció a la compañía en 2005. Cada vez que a alguien le gusta o comenta una publicación o fotografía, dijo, ‘nosotros… le damos un pequeño golpe de dopamina’. Facebook es un imperio de imperios, entonces, construido sobre una molécula”.[2]
La dopamina es un químico neurotransmisor. “Tiene muchas funciones en el cerebro, incluyendo papeles importantes en el comportamiento y la cognición, la actividad motora, la motivación y la recompensa, la regulación de la producción de leche, el sueño, el humor, la atención, y el aprendizaje”.[3] Cuando recibimos un like, la circulación de la dopamina es estimulada dentro de nosotros, dándonos una buena sensación que nos lleva a desear más likes.
En realidad, esto no tiene por qué ser una vulnerabilidad en la psicología humana. La Biblia enseña que nuestro deseo de aprobación de otros no es malo en sí mismo y en todos los casos. El cristiano desea escuchar las palabras: “Bien, siervo bueno y fiel” (Mt. 25:21). Estar satisfechos con la aprobación de Dios, que tenemos por medio de Cristo, debe ser suficiente para el creyente. No obstante, las redes sociales, al aprovecharse de nuestra falta de dominio propio y el desorden que el pecado trae a nuestras vidas, explotan para sus beneficios financieros la forma en que Dios nos hizo.
Facebook y las otras redes sociales no quieren que sepas que la vida es más que acumular likes. Ellas te quieren enganchado a la pantalla de tu smartphone para tener más datos sobre ti y ofrecerte más publicidad segmentada y diseñada específicamente para hablar a tus emociones y ganar más dinero. Así las redes sociales incentivan la superficialidad en nosotros, con graves consecuencias cognitivas y sociales.[4]
Pero Cristo quiere que sepas que de nada sirve tener likes si perdemos nuestras almas (Mt. 16:26). Él nos llama a vivir apartados para Él, llevando todo pensamiento cautivo a sus pies (2 Co. 10:5; 1 Pe. 1:14-16). Si hemos creído su evangelio, somos llamados a tener mentes renovadas y no amoldadas al mundo que nos rodea (Ro. 12:1-2). Esto implica ver las redes sociales desde una cosmovisión bíblica, buscando comprender cómo podemos usarlas con sabiduría, entendiendo lo vanas que ellas son en comparación a lo eterno.
Es hora de que la iglesia despierte al hecho de que el discipulado en el siglo XXI demanda enseñarnos bíblicamente cómo confrontar y destronar en nuestros corazones el ídolo de la superficialidad de nuestra cultura, nuestra obsesión por lo nuevo y atractivo, y entendamos los peligros de entregar nuestros corazones a los baales de Silicon Valley.
La vida es mucho más que buscar fotos bonitas para subirlas a Instagram y proyectar un estilo de vida recaudador de likes. Así que pidamos a Dios que cueste lo que cueste, nos haga más realistas y menos superficiales. De lo contrario, seremos consumidos por la espiral de las redes sociales y sus daños cuando las usamos mal. Tal y como Anakin fue consumido por el lado oscuro de la fuerza.
“Porque todo lo que hay en el mundo, la pasión de la carne, la pasión de los ojos, y la arrogancia de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. El mundo pasa, y también sus pasiones, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn. 2:16-17).
[1] Citado en Cal Newport, Digital Minimalism, p. 18.
[2] Has dopamine got us hooked on tech?
[4] Para saber más al respecto, te recomiendo leer a Nicholas Carr y Sherry Turkle.
Imagen: Unsplash.