“… creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 3:18ª).
El evangelio es la noticia más asombrosa en el universo. Todo es aburrido en comparación a la realidad del evangelio. ¿Qué puede ser más abrumador y digno de nuestra atención que lo que Jesús es y lo que Él hizo?
Sin embargo, parece que todas las cosas a nuestro alrededor compiten por nuestra atención. Y como somos débiles, con frecuencia no damos a Cristo la gloria y atención que Él merece.
Es importante que pensemos en la cruz y nos prediquemos a nosotros mismos el evangelio, todos los días. Parte de eso es hacernos preguntas correctas sobre la verdad, así que en esta ocasión quiero que juntos veamos: “¿Qué significa que Jesús sea nuestro redentor?”
Lo que compartiré contigo no es todo lo extenso que puede ser. Ni todos los artículos que pudieran escribirse abarcarían lo grandioso que es el hecho de que Jesús sea nuestro redentor. Sin embargo, oro para que esta verdad nos impulse a aprender más y conocer más al Señor todopoderoso que es más santo de lo que podemos imaginar, y también más misericordioso que lo que podemos pensar.
La forma en que Jesús nos rescata.
“Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45).
La palabra redención (prefijo re-, de nuevo, y émere, comprar), significa “volver a comprar”. Un redentor es alguien que redime; alguien que compra. Por otro lado, la palabra “rescatar” viene de la raíz “redimere”. Un rescate es el precio que se paga para redimir algo. Jesús vino a rescatarnos/comprarnos, y es por eso que hablamos de Jesús como nuestro redentor. Pero, ¿qué significa realmente todo esto?
En la Palabra leemos que Cristo vino a rescatarnos de la ira de Dios pagando el precio de la deuda que tenemos ante Dios por nuestra rebelión. Leemos que…
“Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero)” (Gálatas 3:13)
Por nuestros pecados, merecemos la maldición de Dios, pero Cristo la llevó por nosotros en la cruz conforme a la ley de Dios. Como bien lo expresa uno de mis predicadores favoritos: Dios trató a Jesús como si hubiese vivido tu vida, para tratarte a ti como si hubieses vivido Su vida.
Sólo alguien perfecto, sin mancha y de infinito valor podría pagar toda esa deuda por nosotros (1 Pedro 1:19):
“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21).
Si Dios nos perdonara sin el debido pago, como si el pecado fuese algo insignificante cuando en realidad es una ofensa ante Dios, Él traicionaría Su propia gloria. Dios, quien no debe misericordia, en Su misericordia se propuso salvarnos para alabanza de Su gracia (Efesios 1:6-7) sin pasar por alto Su justicia, así que envió a Su Hijo para que Él pagase lo que sólo Él podía pagar y así nos hiciera Suyos. Cristo fue la propiciación por nuestros pecados; en otras Palabras, en Él fue descargada toda la ira de Dios que merecemos.
“Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (romanos 3:21-26, énfasis añadido).
Mediante la fe, somos justificados ante Dios. Así lo decidió Dios. En otras palabras, Dios nos ve como si fuésemos 100% justos (!) por medio de la fe (Romanos 3:28). Hay paz para nosotros ante Dios (Romanos 5:1). Somos perdonados y aceptados. Dios es justo a la vez que nos justifica. Todo esto fue Su idea. Él no tenía por qué hacerlo, pero lo hizo.
Cuando Jesús estaba en la cruz, gritó “¡Consumado es!” antes de morir (Juan 10:30). La deuda quedó saldada completamente. Cristo la pagó por nosotros.
Ya no tenemos que pagar en el infierno por nuestra maldad. Ahora ya no hay condenación para nosotros (Romanos 8:1). De hecho, Cristo resucitó (lo cual prueba que su sacrificio fue aceptado), nos ama y es nuestro intercesor eterno delante de Dios (Romanos 8:34). Tendremos vida eterna junto a Él por siempre (Juan 3:16; 14:19; 17:3). Estas son las buenas noticias del evangelio.
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La respuesta a esta gloriosa redención.
En agradecimiento a todo esto, amaremos a Dios y buscaremos la santidad… “Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:20). Esa es la prueba de que tenemos fe: “todo aquel que es nacido de Dios [que es salvo y tiene una nueva vida en Jesús], no practica el pecado” (1 Juan 3:9; cf 1 Juan 5:1).
Quiero que pienses en esto, ya que esa es la mejor forma de usar nuestros cerebros (Filipenses 4:8), y además deseo que meditar en esta gloriosa verdad no sea simplemente un ejercicio intelectual, sino que nos impulse a vivir como Dios quiere que lo hagamos, en agradecimiento a Él.
Cristo es digno, santo, justo, misericordioso, y nos ha redimido. ¿Qué puede ser más maravilloso que eso? ¿Qué noticia se le compara?
Oh, que nuestro Señor purifique nuestras percepciones de esta verdad y transforme nuestros afectos para que a su vez estén alineados con ésta. Como escribió Isaac Watts en un himno que leí hace poco:
“Cuando contemplo la cruz asombrosa
En la que murió el Príncipe de gloria,
Mi mayor riqueza estimo como pérdida
Y repelo con desprecio mi orgullo.
Si todos los términos de la naturaleza fuesen míos,
Serían una ofrenda demasiado insignificante;
Amor tan admirable, tan divino
Demanda mi alma, mi vida, mi todo”.
Escrituras para mayor estudio: Hebreos 9:12; 1 Pedro 1:17-21; Efesios 1:37; Colosenses 1:9-23; Romanos 5:1-11.