Solemos explicar lo más importante sobre la oración diciendo que se trata de «hablar con Dios» cuando en realidad es más que solo eso. Como dice un catecismo protestante:
La oración es el ofrecimiento de nuestros deseos a Dios, en el nombre de Cristo, y por la ayuda de Su Espíritu; con confesión de nuestros pecados y reconocimiento agradecido de Sus beneficios (Sal 62:8; Jn 16:23; Ro 8:26; Sal 32:5-6; Dn 9:4; Fil 4:6).1
Esa es una de las definiciones más completas que encontrarás en la historia de la iglesia. Sin embargo, aunque se ha dicho mucho sobre la oración, y sabemos que deberíamos orar más, la mayoría de nosotros no conoce realmente la presencia de Dios en oración.
Yo mismo estoy lejos de poder decir que oro tanto como quisiera y debo hacerlo. A veces la oración no es un deleite para mí, y en esos momentos necesito recordarme el evangelio. He aprendido que no soy el único que puede decir lo mismo. Necesitamos experimentar, y no solo conocer intelectualmente, el privilegio de la oración.
Mira lo que Jesús dijo sobre la oración en Juan 15:
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de Mí nada pueden hacer. […] Si permanecen en Mí, y Mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y les será hecho. En esto es glorificado Mi Padre, en que den mucho fruto, y así prueben que son Mis discípulos. […] Ustedes no me escogieron a Mí, sino que Yo los escogí a ustedes, y los designé para que vayan y den fruto, y que su fruto permanezca; para que todo lo que pidan al Padre en Mi nombre se lo conceda (Jn 15:5, 7-8, 16).
Este pasaje nos muestra que Dios nos dará lo que pidamos al permanecer en Cristo y en sus palabras porque para eso fuimos escogidos. Y Él nos da la misión de que llevemos fruto para que clamemos a Dios, quien es glorificado cuando nos responde.
En otras palabras, no puedes vivir para la gloria de Dios si no te caracterizas por la oración. Necesitamos de Dios para dar fruto. En su soberanía, Él se complace en llevar a cabo sus propósitos en este mundo, y en nuestras vidas, en respuesta a las oraciones de su pueblo.
Adoptados por Dios
Sin importar cuánto hablemos de la importancia de la oración, la mayoría de nosotros no la vemos como un deleite, necesidad, o privilegio. Solemos preferir las redes sociales, la televisión, y cualquier otra forma de entretenimiento o actividades antes que orar. ¿Es posible que esto se deba a que no entendemos lo asombroso de poder acercarnos a Dios?
Como he escrito antes, Jesús vino para más que salvarnos del infierno. Él también vino para darnos acceso a Dios como Padre (Ef 2:18). Dicho de otra manera, Cristo no solo murió en la cruz para que puedas ser justificado ante Dios (Ro 5:1), sino también para que seas adoptado (Jn 1:12). Él fue abandonado por Su Padre en el Calvario para que tú y yo seamos acercados.
Nuestra adopción es un privilegio mayor que la justificación porque involucra una relación mucho más íntima de cercanía y amor. «Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios» (1 Jn. 3:1). Como explicó J. I. Packer: «Estar en la debida relación con el Dios juez es algo realmente grande, pero es mucho más grande sentirse amado y cuidado por el Dios Padre».2 El Señor de todo no solo nos perdona y declara justos, sino que además nos hace parte de Su familia y nos sienta a su mesa.
Si eres creyente, Dios ha puesto su mano sobre ti y le ha dicho al universo: «Él es mi hijo». Esto debe llenarte de seguridad y confianza (¡Dios es tu Padre!), mientras te hace humilde y agradecido (esta adopción es por gracia). Al mismo tiempo, debe influir en cómo vives para Dios y buscas profundizar en tu relación con Él.
Dios no es un amo al que tienes que obedecer para que te ame y acepte. Él es un Padre al que puedes acercarte y cuyo amor debe moverte a maravillarte ante Su majestad y vivir para Él en gratitud, no motivado por el temor. De esa manera, nuestra adopción es la base de nuestra oración: «Oren de esta manera: “Padre nuestro que estás en los cielos…”» (Mt. 6:9).
Si todo esto es cierto, Dios está más interesado en escuchar y responder tus oraciones de lo que jamás podrías llegar a soñar. Y Él quiere avivar tu vida de oración.
Dependemos del Espíritu
Parte de la obra del Espíritu Santo es hacernos entender esta realidad. Él nos lleva a acercarnos a Dios en oración tratándolo como a nuestro Padre (Ro 8:15-16; Gá 4:4-5). Piénsalo: Cristo vivió en comunión constante con Su Padre en oración (Mr. 1:35; Lc 5:16; Mt 26:36-39). Por tanto, si Su imagen está siendo formada en nosotros (Ro 8:29) y tenemos Su Espíritu en nuestras vidas, vamos a caracterizarnos por orar o al menos desear hacerlo más.
Esto implica que ningún consejo o método para profundizar en tu vida de oración podrá avivarte si no crees el evangelio, y por tanto no tienes el Espíritu Santo (Gá 3:5). No existe hack que pueda hacerte desear más a Dios y la comunión con Él, dándote una certeza genuina dentro de ti de que en verdad eres un hijo de Dios.
Al mismo tiempo, esto significa que el llamado a la oración consiste en cultivar la inclinación que el Espíritu nos da a acercarnos a Dios como nuestro Padre. Por eso Martyn Lloyd-Jones decía que la manera más rápida de contristar el Espíritu es no obedecer el impulso de orar. Si somos tan pecadores como la Biblia dice, entonces cada vez que sentimos una inclinación a la oración está ocurriendo un milagro. ¡No desperdiciemos esos momentos! Por otro lado, cuando no nos sentimos con ánimo para orar, debemos perseverar en la disciplina con honestidad ante Dios y expectantes de cómo Su Espíritu puede avivarnos nuevamente.
En otras palabras, no podemos hacer que el viento del Espíritu sople en nosotros haciéndonos desear más a nuestro Padre en oración, pero sí podemos abrir las velas esperando en Él.3 Podemos obedecer ahora buscando el rostro de Dios en oración, confiando en lo que Él puede obrar para que oremos y le amemos con mayor entrega y fervor. No descuides el gran privilegio y llamado a acercarte a tu Padre.
- “Catecismo Mayor de Westminster”. Biblia de Estudio Herencia Reformada (Medellín: Poiema Publicaciones, 2019), 2122. ↩
- El conocimiento del Dios santo (Vida, 2006), 266. ↩
- Esta ilustración está tomada de Kent Hughes, Preaching the Word: Acts — The Church Afire (Crossway Books, 1996), 27. ↩
Una versión de este artículo apareció primero en Coalición por el Evangelio.
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