Estoy convencido de que la frase más hermosa escrita por Lutero fue la tesis número 28 presentada en la Disputa de Heidelberg, en 1518 (donde Lutero profundizó y afiló el mensaje de sus célebres noventa y cinco tesis publicadas el año anterior).
La tesis 28 de Heidelberg resume en gran parte la manera en que la Reforma Protestante (que celebramos hoy) nos ayudó a volver a las Escrituras para entender cómo Dios nos revela Su amor en el evangelio. Esta es la frase:
El amor de Dios no encuentra, sino que crea, lo que le agrada. El amor del hombre llega a existir a través de lo que le agrada.
¿Qué significa exactamente? En las tesis anteriores, Lutero argumenta que nuestra justificación delante de Dios es únicamente por medio de la fe, no por nuestra obediencia a la ley, y también argumenta que somos pasivos en la forma en que alcanzamos la salvación. Ahora, en esta frase ya citada, Lutero va al corazón del asunto y explica la diferencia entre el amor divino y el amor humano.
Carl Trueman lo comenta de esta manera:
El amor humano, afirma Lutero, es reactivo: responde a algo intrínsecamente atractivo en un objeto, que en consecuencia lo atrae. En otras palabras, el amor humano se siente atraído por lo que primero encuentra hermoso. Cuando un esposo recuerda el momento en que se enamoró de su esposa, recuerda que vio algo intrínsecamente atractivo dentro de ella, tal vez su belleza física o su personalidad encantadora, y su corazón fue movido a amarla. Había algo en el objeto de su amor [ella] que existía antes de su amor y lo atraía hacia ella. Esta es la dinámica básica del amor humano; pero debemos recordar que la revelación de Dios en la cruz invierte tal lógica humana.
Así, el amor divino, por el contrario, no es reactivo sino creativo: Dios no encuentra lo que es hermoso y luego se mueve en amor hacia él; algo se hace hermoso por el hecho de que Dios pone primero Su amor en ello. Él no mira a los seres humanos pecadores y ve entre la masa de personas a algunos que son intrínsecamente más justos o santos que otros y, por lo tanto, se siente atraído por ellos. Más bien, la lección de la cruz es que Dios elige lo que es desagradable y repulsivo, injusto y sin ninguna cualidad redentora, y prodiga Su amor salvador en Cristo sobre ello (Luther on the Christian Life, 66).
Esta realidad sobre el amor de Dios es rechazada, oscurecida y tergiversada cuando se niega —como la Iglesia católica romana hace hasta hoy— que Dios justifica y salva al pecador por Su sola gracia. Y también cuando se niega que la salvación es por la fe sola, por medio de Cristo solo y únicamente para la gloria de Dios, como vemos claramente en la Escritura.
En este Día de la Reforma, te invito a alabar a Dios por Su amor que le llevó a entregar a Su Hijo. Él es nuestro Salvador, quien «amó a la iglesia y se dio Él mismo por ella, para santificarla… a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada» (Ef 5:25-27).
¡Bendito amor divino que nos purifica y embellece ante Sus ojos!