Cómo defender su fe: Una introducción a la apologética, de R.C. Sproul es uno de esos libros que recomiendo a todo cristiano. En la primera parte del libro, Sproul habla algo que quiero compartir contigo sobre el hecho de que la verdadera fe en el evangelio no es un salto a ciegas:
«Hoy día hemos sido infectados con algo llamado «fideísmo». El fideísmo dice: «No necesito tener una razón por la cual creer. Solo cierro mis ojos como la pequeña Alicia y respiro profundamente, arrugo mi nariz y si lo intento con firmeza, puedo creer y lanzarme en los brazos de Jesús. Emprendo un salto de fe ciega». La Biblia nunca nos dice que demos un salto de fe en la oscuridad con la esperanza de encontrarnos con alguien. La Biblia nos llama a dar un salto de las tinieblas a la luz. Ese no es un salto ciego. La fe a la que nos llama el Nuevo Testamento es una fe profundamente arraigada en algo que Dios revela claramente como verdad.
Cuando Pablo confrontó a los filósofos en la colina de Marte, dijo: «Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos» (Hch. 17:30-3 1). Eso no era una afirmación de poseer conocimiento secreto. Eso no existe en el cristianismo. Cuando Pablo compareció ante el rey Agripa, dijo, en efecto: «Pues el rey sabe estas cosas, delante de quien también hablo con toda confianza. Porque no pienso que ignora nada de esto; pues no se ha hecho esto en algún rincón» (Hch. 26:26).
Podríamos pensar que el testimonio de Pablo procedía de un lunático y, por lo tanto, no darle credibilidad alguna, pero vemos la diferencia entre construir un argumento a favor de la verdad y simplemente pedirles a las personas que crean sin darles razón alguna. La tarea de la apologética es demostrar que la evidencia que el Nuevo Testamento proclama y a la que llama a comprometer sus vidas es una evidencia irresistible y digna de nuestro total compromiso. Con frecuencia eso implica una gran cantidad de trabajo para el apologista. Algunas veces preferiríamos evadir la responsabilidad de realizar nuestra tarea de luchar con el problema de responder a las objeciones, y sencillamente decimos a la gente: «Ah, usted solo tiene que tomarlo por fe». Eso equivale a una rendición completa. Eso no honra a Cristo. Honramos a Cristo cuando presentamos delate de otras personas la cohesión de las verdades afirmadas en las Escrituras, tal como el mismo Dios lo hace. Debemos ocuparnos en realizar nuestro trabajo antes de que el Espíritu haga el suyo, porque el Espíritu no pide a la gente que ponga su confianza ni su fe ni su aprecio en tonterías o en cosas absurdas».