Padre, concédeme hablar en lenguas.
Quiero experimentar eso.
Te lo pido en el nombre de Jesús…
Dame este precioso don.
No recuerdo cuántas veces hice esa oración con intensidad en mis primeros años de caminar con el Señor. Al igual que la mayoría de los evangélicos en Latinoamérica, crecí en iglesias que hacían un énfasis fuerte en el don de lenguas.
Doy muchas gracias al Señor por esas iglesias. La pasión y el fervor que tienen por compartir el evangelio y servir al Señor es algo que deseo ver más en otros círculos cristianos, al igual que la importancia que se le da al Espíritu Santo.
Sin embargo, como estudiante de la Biblia y con el correr de los años, el Señor me ha llevado a tener algunas convicciones distintas sobre el don de lenguas.
Ya sea que creamos en la vigencia del don de lenguas para esta época de la iglesia (estoy en este grupo) o no estemos convencidos de eso (como nuestros hermanos cesacionistas), creo que hay algunas realidades sobre este don que no deberíamos tener problemas en reconocer.
Estos son tres mitos y verdades acerca del don de lenguas:
Mito #1: “Todo cristiano debe hablar en lenguas”.
Muchas iglesias enseñan que todo cristiano debería hablar en lenguas. No enseñan eso con mala intención, pues buscan ser fieles a lo que entienden que ven en la Biblia, pero he visto de cerca en mi vida y a mi alrededor el daño que esto puede causar.
Si el don de lenguas debería estar en todo creyente, los creyentes sin este don pueden experimentar serias dudas sobre su salvación; dudas sobre si tienen comunión con Dios o no. Esto puede robarnos gozo e inclinarnos al legalismo, llevándonos a orar, ayunar, y servir no primero en respuesta al amor de Dios, sino para que Él nos dé ese don.
Varios cristianos nos hemos sentido por años como «creyentes de segunda categoría» por no hablar en lenguas. Como si Dios nos estuviera privando de algo hermoso que creemos necesario para saber que somos Sus hijos amados. De una manera sutil, podemos dejar de ver a la cruz como la principal evidencia de que Dios nos ama y de que somos Suyos, y enfocarnos más en si tenemos o no el don de lenguas.
La Biblia enseña algo distinto sobre este don. En 1 Corintios 12, el apóstol Pablo escribe que el Espíritu distribuye los dones espirituales en la iglesia según su voluntad, y que por eso no todos tienen los mismos dones.
Pues a uno le es dada palabra de sabiduría por el Espíritu; a otro, palabra de conocimiento según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; a otro, dones de sanidad por el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversas clases de lenguas, y a otro, interpretación de lenguas. Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, distribuyendo individualmente a cada uno según Su voluntad (v. 8-11).
Todo el capítulo 12 de la carta enfatiza que la iglesia es un cuerpo donde cada uno de nosotros tiene una función diferente y es capacitado para el bien común de la iglesia. Al final del capítulo, Pablo escribe algunas preguntas retóricas para afirmar esta verdad:
¿Acaso son todos apóstoles? ¿Acaso son todos profetas? ¿Acaso son todos maestros? ¿Acaso son todos obradores de milagros? ¿Acaso tienen todos dones de sanidad? ¿Acaso hablan todos en lenguas? ¿Acaso interpretan todos? (v. 29-30, énfasis añadido).
La respuesta obvia a estas preguntas es un «no» rotundo. Y esto es liberador. Significa que los creyentes podemos vivir seguros de que, sin importar cuáles son nuestros dones, ninguno de nosotros es menos amado por Dios. No hay «creyentes de segunda categoría» cuando cada uno de nosotros fue comprado por la sangre de Cristo y ya ha sido capacitado por Su Espíritu para una labor especial conforme a Su propósito.
Verdad #1: No todo cristiano debe hablar en lenguas.
Mito #2: “El don de lenguas es inseparable del bautismo del Espíritu”.
Muchos cristianos desean el don de lenguas porque creen que este don siempre acompaña al bautismo del Espíritu Santo que nos capacita para servir a Dios, un bautismo que se dice que ocurre en algún momento posterior a nuestra conversión.
El texto bíblico usado como fundamento para esta postura es el relato del Pentecostés. Allí vemos a los discípulos «hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba habilidad para expresarse» cuando recibieron al Espíritu y fueron llenos de Él (Hch 2:4).
¿Significa esto que todo creyente recibe la manifestación del don de lenguas cuando es bautizado por el Espíritu? ¡No respondamos tan rápido! En el resto del libro de Hechos, vemos algo similar solo en otras dos ocasiones (Hch 10:46; 19:6), lo cual es curioso cuando consideramos que Hechos… ¡abarca un tiempo de casi treinta años! Entonces, según el relato bíblico, el bautismo acompañado de lenguas es algo bastante raro. Fue algo excepcional en momentos únicos de la historia de la iglesia, no una regla para nosotros.
Entendemos esto mejor cuando reconocemos que un principio básico de interpretación bíblica es que debemos leer cada porción de la Biblia según su género literario. Por ejemplo, no podemos leer bien los Evangelios si los tratamos como si fuesen poesía, o entender Apocalipsis sin considerar sus figuras literarias.
En este sentido, es crucial reconocer que Hechos es una narrativa —no una epístola con instrucciones o algo similar— que relata eventos cruciales en un periodo particular. Por eso se llama «Hechos de los apóstoles». Cuenta lo que pasó en el pasado con el fin de edificar nuestra fe en el presente, pero no tiene el fin de mostrarnos experiencias que deben ser necesariamente normativas en nuestras iglesias hoy.
En la Biblia nunca se dice que el don de lenguas siempre es una señal de ser bautizado por el Espíritu. Más bien, Pablo enseña explícitamente en 1 Corintios 12:13 que el bautismo del Espíritu es una experiencia de todo creyente (al menos a partir del tiempo en que él escribió la carta): «Pues por un mismo Espíritu todos fuimos bautizados en un solo cuerpo, ya judíos o griegos, ya esclavos o libres. A todos se nos dio a beber del mismo Espíritu». Esto es llamativo cuando leemos en el mismo capítulo, como citamos antes, que no todos los cristianos en Corinto hablaban en lenguas.
En otras palabras, hoy podemos tener seguridad de que todo pecador que se ha arrepentido de sus pecados y ha creído el evangelio ya tiene al Espíritu Santo en su vida y por tanto está capacitado para servir al Señor (1 Co 3:6; 6:19; Ro 8:15). Lo anterior es cierto incluso si nunca habla en lenguas.
Deja que esta verdad te llene de ánimo: si eres un hijo de Dios, ya tienes todo lo necesario para hacer Su voluntad y exaltar Su nombre.
Verdad #2: Si eres creyente, ya has sido bautizado por el Espíritu Santo aunque no hayas hablado en lenguas.
Mito #3: “El don de lenguas es señal de madurez espiritual”.
Seamos honestos: el don de lenguas luce… atractivo. Las cosas que parecen místicas y no podemos explicar fácilmente nos llaman la atención. No es extraño ver en algunas iglesias a un pastor o hermano pronunciando alguna frase «en lenguas» mientras ora o predica, y ser admirado por eso como si fuese una persona muy espiritual.
Parece que en la iglesia en Corinto había una fascinación similar con el don de lenguas. Algunos dones, como este, eran más estimados que otros por su visibilidad y se usaban de una manera que no edificaba al resto de la iglesia (cp. 1 Co 12:14-28; 14:4-5, 12-19).
Por otro lado, la iglesia en Corinto en realidad era muy problemática. Había divisiones entre ellos, problemas de jactancia, permisividad hacia el pecado, y otros males, a pesar de que era una iglesia abundante en dones espirituales (1 Co 1:4-7). Esto evidencia que los dones no son automáticamente una señal de madurez espiritual (ver 1 Co 3:1-4).
Ante esto, el apóstol Pablo les presenta un «camino más excelente” que tener dones espirituales mientras son inmaduros (1 Co 12:31). Esto es el camino del amor, algo que durará por siempre incluso cuando llegue el día en que los dones espirituales no serán necesarios, porque ya no tendremos que seguir siendo edificados:
Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, pero no tengo amor, he llegado a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe…
El amor es paciente, es bondadoso. El amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante. No se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido. El amor no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor nunca deja de ser. Pero si hay dones de profecía, se acabarán; si hay lenguas, cesarán; si hay conocimiento, se acabará… Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; pero cuando llegué a ser hombre, dejé las cosas de niño… (1 Co 13:1, 4-8).
Este texto tan precioso no cayó bien a los corintios porque, en el contexto de la carta, Pablo está mostrando allí que el amor es totalmente diferente a lo que ellos demuestran en sus vidas. Ellos eran creyentes inmaduros que necesitaban tener amor para vivir sin orgullo y egoísmo. Este era un mensaje que ellos necesitaban escuchar y nosotros también. Yo mismo necesito recordar a diario que los muchos dones no sirven para nada si no soy más como Jesús.
¿He dejado de orar por dones espirituales? No mientras esté en este lado de la eternidad. Seamos continuistas o no, y aunque tengamos diferentes convicciones sobre el don de lenguas, creo que todos somos llamados a anhelar ser más capacitados por Dios y usados por Él. Pero sobre todo, somos llamados a vivir en amor reflejando Su corazón. Este amor es un fruto del Espíritu que Él produce en nosotros cuando vivimos en la verdad (Gá 5:22). Esta sí es una marca real de crecimiento espiritual.
Verdad #3: El fruto creciente del Espíritu en nosotros, y no los dones espirituales que tengamos, es la evidencia de nuestra madurez espiritual.
Este artículo fue publicado primero en Coalición por el evangelio.