En nuestros días de coronavirus, hacemos bien en volver a la primera pregunta del Catecismo de Heidelberg (1563) para recordar cuál debe ser nuestro único consuelo.
Pregunta: ¿Cuál es tu único consuelo tanto en la vida como en la muerte?
Respuesta: Que yo, con cuerpo y alma, tanto en la vida como en la muerte, no me pertenezco a mí mismo, sino a mi fiel Salvador Jesucristo, que me libró del poder del diablo, satisfaciendo enteramente con preciosa sangre por todos mis pecados, y me guarda de tal manera que sin la voluntad de mi Padre celestial ni un solo cabello de mi cabeza puede caer, antes es necesario que todas las cosas sirvan para mi salvación. Por eso también me asegura, por su Espíritu Santo, la vida eterna y me hace pronto y aparejado para vivir en adelante según su santa voluntad.
(Versículos bíblicos: 1 Corintios 6:19-20, Romanos 14:7-9, 1 Corintios 3:23, 1 Juan 3:8, 1 Pedro 1:18-19, Juan 1:7, Juan 6:39, Lucas 21:18, Romanos 8:28, 2 Corintios 1:22, Romanos 8:14).
Se trata de uno de los párrafos más hermosos de la historia de la iglesia. Es precioso porque está lleno de verdades que necesitamos en días tan caóticos como los actuales.
Sería bueno profundizar en estas verdades de tal manera que, cuando otros nos pregunten cuál es nuestro único consuelo en medio de la pandemia, podamos guiarlos a confiar solo en nuestro Dios amoroso y soberano.