La vida cristiana es un viaje hacia un conocimiento más profundo de nuestro Señor. Un viaje que nunca tendrá fin, porque en eso consiste la vida eterna (Jn. 17:3).
Doy muchas gracias al Señor porque ha sido extremadamente paciente conmigo en el presente, y también en el pasado cuando habían muchas cosas que no entendía. Sin embargo, ¡cuánto me hubiese ayudado saber sobre ellas!
Pensando en eso, escribí esta lista de 10 cosas que desearía haber sabido cuando empecé a seguir a Jesús. Tener esta lista me ayuda en el discipulado a otros recordándome ser explícito con ciertas verdades que, cuando comencé a ser discipulado, no me fueron explicadas.
1. Nunca dejamos de necesitar el evangelio.
Solemos creer erradamente que el crecimiento en la vida cristiana ocurre luego de profundizar y creer en el evangelio, a medida que nos movemos hacia otras doctrinas bíblicas (por ejemplo, los dones espirituales o la escatología).
En realidad, lo que vemos en el Nuevo Testamento una y otra vez es que crecemos espiritualmente al seguir profundizando en el evangelio, viendo todo lo demás a la luz de él.
Como ha escrito Timothy Keller:
“El evangelio no es solo el ABC, sino de la A a la Z de la vida cristiana… Somos salvos por creer en el evangelio y luego somos transformados en cada esfera de nuestras mentes, corazones y vidas al creer en el evangelio más y más profundamente a medida que la vida transcurre (véanse Ro. 12:1-2; Fil. 1:6; 3:13-14)”.[1]
2. Toda la Biblia se trata sobre Jesús.
Como he escrito en otro lugar, es fácil leer Biblia como una serie de ejemplos a seguir. Vemos la historia de David versus Goliat, por ejemplo, y se nos hace sencillo entenderla solo como una ilustración de cómo debemos confiar en Dios para destruir a nuestros gigantes. A muchos de nosotros nos enseñaron a leer la Biblia así cuando éramos niños.
Al mismo tiempo, también es fácil leerla solo como una larga lista de mandamientos para obedecer. Cosas como “no robes”, “ora mucho”, “sigue a Jesús”, “ve a la iglesia”.
De esa manera, nuestro acercamiento a la Biblia es bastante moralista. Nos deja con mucha confusión, y tiene sentido que sea así porque en realidad toda la Biblia se trata sobre Jesús. Él es el protagonista de ella. Una vez que entendemos esto, toda la Escritura y su unidad cobra sentido ante nuestros ojos. Necesitamos aprender a ver a Jesús en el Antiguo Testamento.
3. El legalismo y el libertinaje no son polos opuestos.
Es fácil pensar que vivir conforme al evangelio consiste en ser balanceados con respecto al legalismo y el libertinaje. Por ejemplo, no es raro ver iglesias o creyentes que, combatiendo el legalismo, terminan siendo antinomianos cuando solo querían ser “centrados en el evangelio”.
En realidad, tanto el legalismo como el libertinaje creen en el fondo las mismas mentiras (que Dios no es tan bondadoso y santo) y tienen el mismo objetivo (desean tener las cosas del Padre y vivir sin su autoridad). Por eso es un error combatir el legalismo con un poco libertinaje, y el libertinaje con un poco de legalismo. He escrito más sobre eso aquí.
La única forma combatir ambos males en nuestros corazones y en nuestras iglesias es por medio del evangelio, que aviva nuestro amor por Dios, nos muestra cuán santo es Él, y nos revela la inmensidad de su gracia.
4. La Trinidad lo cambia todo.
Cuando empecé a seguir a Jesús, la doctrina bíblica de la Trinidad me parecía más un problema lógico para resolver que una fuente de gozo en mi caminar.
He notado que esa es la experiencia de otros cristianos. De hecho, creo que a muchos creyentes les avergüenza esa doctrina y por eso parece que evitan mencionar la palabra T en charlas evangelísticas o conversación con otros cristianos.
Pienso que esto se debe a que no hemos meditado seriamente en sus implicaciones y cómo impacta toda nuestra cosmovisión. El evangelio consiste básicamente en ser inmersos en la vida Trinitaria de Dios para Su gloria. “Porque por medio de Cristo los unos y los otros tenemos nuestra entrada al Padre en un mismo Espíritu” (Ef. 2:18).
En este escrito no dispongo de espacio para hablar más sobre esto, pero por el resto de mi vida quiero discipular a otros ayudándolos a profundizar en esta realidad asombrosa.
5. La adopción es el privilegio más grande del creyente.
Mi tendencia, incluso todavía, es acercarme a Dios llamándolo principalmente “Rey”. En verdad, Él es el rey del universo. Pero cada día soy más alentado a considerar que Él no quiere que yo lo trate principalmente como un siervo trata a su Rey. Él me llama —nos llama— a dirigirnos a Él como un hijos ante nuestro Padre (Mt. 6:9).
La doctrina de nuestra adopción es un tesoro valioso. Nuestra identidad, como creyentes, está en que gracias al Hijo de Dios ahora nosotros somos hijos de Dios.
Saber que eres adoptado debe llenarte de seguridad y confianza (¡el rey del universo es tu Padre!), mientras te hace humilde y agradecido (esta adopción es totalmente por gracia). Al mismo tiempo, debe influir en cómo vives para Dios. Él no es un amo al que tienes que obedecer para que te ame y acepte. Él es un Padre al que puedes acercarte y cuyo amor te debe mover a maravillarte ante su majestad y vivir para Él en gratitud.
6. Dios es más glorificado en nosotros cuando estamos más satisfechos en Él.
Esto es algo que he aprendido del pastor John Piper en su ministerio, especialmente en su libro Sed de Dios, y de lo cual he hablado aquí.
Glorificar a Dios y disfrutar de Él no son actividades separadas en la adoración genuina. A fin de cuentas, “tenemos un nombre para aquellos que tratan de alabar sin encontrar placer en ello. Los denominamos hipócritas” (p. 17).
Si hemos de vivir para la gloria de Dios, entonces Él debe ser nuestro mayor deleite; por naturaleza adoramos aquello en lo que más nos deleitamos. Por ejemplo, cuando probamos un helado delicioso, no podemos evitar decir, “¡Qué buen helado!”. La alabanza genuina es fruto del deleite genuino. Cuanto mayor es el deleite, más intensa la alabanza. Por eso, “la meta del hedonismo cristiano es encontrar más placer en el solo y único Dios” (p. 18).
Es por eso que el deleite en Dios no debe ser una nota al pie de página en la vida cristiana. Buscar nuestro gozo en Dios es un mandato bíblico y al mismo tiempo es lo que más necesitamos (Sal. 37:4; Fil. 4:4). Solo así podemos honrar al Señor en nuestras vidas, servirle con alegría, vencer el pecado. En resumen, vivir para Su gloria.
7. El conocimiento doctrinal no es igual al crecimiento espiritual.
Cuando empecé a seguir a Cristo me convertí en un devorador de libros. Debido a mi tendencia al orgullo, creí que me convertía en un cristiano más maduro con cada cosa que aprendía, especialmente de la teología reformada. Qué desastre.
Al diablo le encanta que creamos que el conocimiento doctrinal es igual al crecimiento espiritual, porque es mentira. Esa idea nos inclina al orgullo espiritual y nos conduce a tener una mentalidad un tanto superficial a la hora de discipular a otros: creemos que los problemas de los demás se resolverían simplemente si supieran sobre algunos hechos.
La doctrina es crucial y necesaria para el crecimiento espiritual. En 2 Timoteo 3:16-17 eso queda muy claro. Sin conocimiento, no habrá crecimiento. Pero la verdad es que es posible conocer y no crecer. Es necesario no solo conocer la Palabra, sino también ser transformados por ella. Como he escrito antes, la espiritualidad reformada es más que tener buena doctrina.
8. Nuestros hábitos son cruciales para nuestro crecimiento espiritual.
A veces creemos que los seres humanos somos fundamentalmente seres pensantes (esto me llevó a creer el error relacionado al punto anterior). En realidad, aunque lo que pensamos tienen un impacto en toda nuestra vida, somos más que seres pensantes. Tenemos deseos y anhelos.
Nuestros deseos son moldeados en nuestras vidas no solo por las cosas que conocemos, sino por las cosas que practicamos. En otras palabras, nuestros hábitos son cruciales para nuestro crecimiento espiritual. Si nuestros hábitos nos ayudan a conocer más a Dios y poner en práctica nuestro amor por Él, eso nos ayudará a crecer en su amor.
Es por eso que debemos ser consciente e intencionales sobre el propósito de nuestros hábitos. En resumen, somos llamados a hacer todas las cosas para la gloria de Dios (1 Co. 10:31), y ya que la mayoría de las cosas que hacemos en nuestro día a día son asuntos de hábitos, debemos pensar seriamente en ellos y ordenarlos correctamente si queremos vivir en adoración a nuestro Señor.
9. Nos convertimos en lo que más amamos.
El salmo 115 ha resultado vital en mi entendimiento de esta realidad. Las personas idólatras se convierte en sus ídolos:
“Los ídolos de ellos son plata y oro,
Obra de manos de hombre.
Tienen boca, y no hablan;
Tienen ojos, y no ven;
Tienen oídos, y no oyen;
Tienen nariz, y no huelen;
Tienen manos, y no tocan;
Tienen pies, y no caminan;
No emiten sonido alguno con su garganta.
Se volverán como ellos los que los hacen,
Y todos los que en ellos confían”, Sal. 115:4-8.
Aquello en lo que más tenemos fija nuestra mirada y afectos, aquello en lo que ponemos nuestra esperanza y anhelos, termina transformándonos a su imagen. Si confiamos en ídolos, seremos como ellos. Pero si tenemos nuestros ojos en Cristo, seremos cada día más como Él.
Esto ha sido increíblemente útil al ayudarme a comprender los efectos de las cosas que a nuestro alrededor compiten por nuestra atención y cómo solo Cristo nos satisface.
10. La vida cristiana es más fácil de lo que parece.
Jesús dijo cosas que son más radicales de lo que quisiéramos admitir. Cosas como estas:
“El que ama al padre o a la madre más que a Mí, no es digno de Mí; y el que ama al hijo o a la hija más que a Mí, no es digno de Mí. Y el que no toma su cruz y sigue en pos de Mí, no es digno de Mí. El que ha hallado su vida, la perderá; y el que ha perdido su vida por Mi causa, la hallará”, Mateo 10:37-39.
¿Por qué el Señor nos dice esa clase de cosas que suenan tan difíciles? Cuando Jesús nos llama a atesorarlo sobre todas las cosas, y ser capaces de renunciar a todo lo demás, lo hace para nuestro bien. Fuimos creados para Él (Rom. 11:36), para conocerlo y adorarlo.
Jesús no confronta nuestra idolatría y pecado para privarnos de alegría, sino para ofrecernos el tesoro más grande: la vida eterna junto a Él (Mat. 19:21). Por esa razón, aunque seguir a Jesús puede ser costoso, hay algo más costoso aún: no seguirlo. En un sentido muy real, lo verdaderamente difícil no es seguir a Jesús; es pretender ser felices sin disfrutar de salvación y comunión con Él. Lo increíblemente difícil es lo que el resto del mundo trata de hacer.
Conocer el evangelio debe producir una alegría en nosotros (Mat. 13:44). Si Dios nos amó tanto que dio a su Hijo para que tengamos vida eterna por Él, ¿cómo no reconocerlo como el Señor y buscar vivir para Él?
[1] Timothy Keller, Iglesia Centrada: Cómo ejercer un ministerio equilibrado y centrado en el evangelio en la ciudad (Vida), loc. 1337.