Hace ya algún tiempo, yo también pensaba como muchos jóvenes solteros: «El matrimonio me hará más piadoso». Me atraía esa noción de que, al casarnos, por fin seremos libres de nuestras tentaciones más grandes y deseos pecaminosos.
Es fácil llegar a esa idea equivocada al conocer matrimonios estables, o al saber cómo el matrimonio ha ayudado a personas a mejorar su carácter. También es común pensar que casarnos nos librará de toda tentación sexual, una idea acentuada por cuánto se idealiza el matrimonio en algunas culturas y en nuestras iglesias, como si el matrimonio fuese lo ideal para toda persona, por encima de la soltería.
Dios puede usar, y usa, el matrimonio para llevarnos a madurar y crecer en la piedad. Entre personas creyentes, comprometidas a ayudarse a andar en santidad, la unión matrimonial es un espacio en el que ambas crecerán a imagen de Cristo.
Pero leyendo la Palabra y conociendo lo que Dios dice de nuestro pecado, me he dado cuenta de que necesitamos ser más honestos sobre lo que sucede en el matrimonio. Si, por ejemplo, somos cristianos que luchamos con el materialismo y la mentira, ¿por qué el matrimonio habría de convertirnos automáticamente en personas generosas y honestas? Como este, hay tantos otros pecado que no hay razón alguna para pensar que van a desaparecer o disminuir luego de la noche de bodas.