Padre, concédeme hablar en lenguas.
Quiero experimentar eso.
Te lo pido en el nombre de Jesús…
Dame este precioso don.
No recuerdo cuántas veces hice esa oración con intensidad en mis primeros años de caminar con el Señor. Al igual que la mayoría de los evangélicos en Latinoamérica, crecí en iglesias que hacían un énfasis fuerte en el don de lenguas.
Doy muchas gracias al Señor por esas iglesias. La pasión y el fervor que tienen por compartir el evangelio y servir al Señor es algo que deseo ver más en otros círculos cristianos, al igual que la importancia que se le da al Espíritu Santo.
Sin embargo, como estudiante de la Biblia y con el correr de los años, el Señor me ha llevado a tener algunas convicciones distintas sobre el don de lenguas.
Ya sea que creamos en la vigencia del don de lenguas para esta época de la iglesia (estoy en este grupo) o no estemos convencidos de eso (como nuestros hermanos cesacionistas), creo que hay algunas realidades sobre este don que no deberíamos tener problemas en reconocer.
Estos son tres mitos y verdades acerca del don de lenguas: