Pedirle a Dios que te guarde totalmente del sufrimiento es pedirle que no te haga como Jesús. El dolor en la vida cristiana es uno de los medios que Dios más usa para hacernos semejantes a Cristo y aplicar su Palabra a nuestras vidas. Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios (He. 14:22).
Pensando en eso, a continuación tienes una entrevista a Aixa de López, esposa del pastor Alex López (de la iglesia Fraternidad Cristiana de Guatemala), quien además es una de mis bloggers y tuiteras favoritas en español. Ella escribió un libro lleno de reflexiones al respecto: Lágrimas valientes. Ha sido una de mis lecturas favoritas de los últimos meses.
JB: Primero que nada, ¿cómo llegaste a conocer al Señor y cómo surgió tu primer libro? ¿Por qué escribir sobre lágrimas?
Aixa: ¡Esa es una doble pregunta muy larga de contestar! Pero haré el intento.
De niña, mi mamá y yo nos congregábamos los domingos y yo disfrutaba las actividades y campamentos. Eso sí, nadie en mi colegio sabía que yo era cristiana. Pude dar “una probadita”, como decimos aquí, de quién era Jesús, pero tomaría muchos años para poder decir “de oídas te había oído pero ahora mis ojos te ven”.
Después de pasar por una típica adolescencia sin Dios y sin congregarme, Él tuvo a bien colocarme en una universidad a unos 45 minutos de mi casa, sin auto y sin valor para usar el transporte público (que aquí es bastante peligroso). Coincidí en toditas las clases con una chica que se convertiría en mi hermana y una de mis mejores amigas a la fecha, quien con su hospitalidad, que incluyó pasar por mí y regresarme a mi casa, me hizo desear a Jesús.
Ella se congregaba exactamente en la iglesia a la que yo había dejado de asistir. Eso fue a los 19 años. Allí volví a ver a mi amigo Alex, el hijo de pastor que unos años después se convertiría en mi esposo. Sin embargo, tomaría otros cuantos años para pasar de una teología que se centraba en mi esfuerzo y en mis propias ideas de felicidad, a una en donde Jesús y su obra perfecta eran el lente por el cual interpretaba la Biblia y la vida entera.
En medio de ese despertar, mi esposo me animó a empezar a hacer públicos mis escritos en un blog. Así comencé Corazón A Papel, y honestamente no creía que alguien lo iba a leer. Adelantemos unos años más a cuando comencé a usar Twitter; “conocí” amigos que conocían amigos, y así Cris Garrido, de Lifeway Español, llegó a leer el blog y me contactó con la idea de un libro. No fue hasta que me preguntó “¿qué quieres escribir?”, que me di cuenta del tema recurrente en mi blog: el sufrimiento.
JB: Cuando leo tu libro, veo que estamos de acuerdo en que la idea de un Dios que permite y hasta ordena soberanamente el sufrimiento en nuestras vidas no es agradable para la mayoría de las personas en nuestra cultura. ¿Por qué crees que hay tanto rechazo a esta idea?
Aixa: Creo que se acentúa más en la cultura occidental, pero en realidad nuestra carne se opone rotundamente a toda incomodidad, seamos de donde seamos. Venimos programados para velar por nuestras propias narices… desde Génesis 3 somos así. La evidencia está a la vista. Queremos lo que queremos, y ¡lo queremos ya!
El hombre natural necesita la interrupción del Espíritu Santo no solo para aceptar el dolor de esta condición caída, sino también para abrazar la idea de que un Dios bueno integra el sufrimiento a nuestro proceso de santificación.
JB: En tu libro refutas con mucha gracia varias nociones del “evangelio de la prosperidad”, como la idea de que una vida cristiana exitosa carece de sufrimiento. ¿Cuáles son las consecuencias de pretender negar en nuestras vidas la realidad del dolor? ¿Cómo el “evangelio de la prosperidad” nos roba verdadero gozo y prosperidad?
Aixa: Primero, quiero decir que me entristece cuánto se ha abaratado la palabra “prosperidad”. En términos bíblicos, esto no se limita a circunstancias ideales que cualquier hombre no-regenerado pudiera desear.
Si yo menciono “prosperidad”, ¿qué viene a la mente de la mayoría? Perfecto bienestar material y relacional. Pero, en realidad, ¡esto se queda cortísimo y roba a cualquiera de la verdadera esperanza! Yo sé que suena contra-intuitivo, pero si revisamos todo el consejo de Dios, vemos que Él llama bienaventurado (dichoso) al que camina con fidelidad. ¡Ése es próspero! ¿Por qué? Porque el fiel recibe herencia eterna, ¡que tampoco es la mansión y las calles de oro! Se trata de estar por fin en perfecta comunión con nuestro verdadero e imperecedero tesoro: Cristo.
En la Biblia siempre veremos al necio comparado con hierba que eventualmente será marchita, quemada o llevada por el viento, aún si posee salud, dinero, y popularidad en su vida entera. Y veremos al sabio que teme al Señor, como alguien que permanece fiel al Señor y su Palabra aún si lo pierde todo, incluso la salud, relaciones, o posesiones.
El llamado “evangelio de la prosperidad” es una zancadilla en la carrera de lo eterno. Tiene la vista extremadamente corta y es muy peligroso, porque el que “lo logra” tiene motivos para enorgullecerse pensando que su esfuerzo puso en deuda a Dios y por eso tiene lo que tiene, y el que no lo consigue vive en condenación pensando “algo hice mal”, o vive como sentado en una de esas máquinas de Las Vegas pensando, “en el próximo tiro lo voy a lograr”.
En ambos casos, la tragedia más grande es que Dios es usado como medio para algo más. El hombre es el centro. Si yo no estoy dispuesta a perderlo todo por mi Dios, es porque mi dios es algo más. Cuando conozco al que fue obediente hasta la muerte y lo amo, lo sigo en el mismo patrón. Si Dios es mi tesoro, puedo tener millones sin que los millones me tengan y, por el contrario, si Dios no es mi meta, puedo estar paupérrimo y aún ser prisionero de la codicia. El punto no es el dinero, la salud, o las relaciones libres de tensión; el punto es quién gobierna nuestros corazones: o la comodidad temporal o la esperanza eterna.
JB: Has escrito que “Caminar bajo la mano del Todopoderoso no nos garantiza ausencia de dolor; nos promete un dolor diseñado para producir ganancia”. ¿Puedes hablarnos un poco sobre cómo el dolor produce eso?
Aixa: Partamos de esta verdad: Dios es el que sabe el fin desde el principio y nos ama sin límites (Is. 46:10, Rom. 8:38-39). Saber que el Señor es el padre perfecto nos garantiza que nunca hay cabos sueltos en lo que nos hace pasar. Sus hornos de fuego son cuidadosamente monitoreados y, como dijo hace tiempo un amigo, ¡jamás usa microondas!
Aquí está el asunto: como nacemos enfermos con una enfermedad terminal que nos llevará a la muerte, la intervención de Dios requerirá operación. Diagnosticar, cortar, extirpar. Si hemos pedido conocerlo y amarlo, Él no nos lo concederá ni instantáneamente ni mágicamente. Invariablemente, lo conoceremos como bello y suficiente, y también a su Palabra, en medio de las pruebas más duras de nuestras vidas.
La salvación efectuada en la cruz pasó en un momento, pero la constancia de que eso entró en efecto en nuestras vidas, nos santifica día a día y un instrumento por excelencia para esto es el dolor. El salmista lo expresa así: “Bueno es para mí ser afligido, Para que aprenda Tus estatutos” ( Sal. 119:71). Y nuevamente ¿qué es lo que jamás pasará? Su Palabra. Entonces, si el dolor nos hace amar Su palabra, la cual lo revela a Él, hemos obtenido la más extravagante de las ganancias.
JB: Una de mis frases favoritas del libro es esta: “El método de Dios es ponernos de cabeza para que tengamos nuestras raíces en el cielo”. ¿Cuáles consejos le darías a una persona que quiere aprender a sufrir bien, manteniendo esta perspectiva eterna, teniendo sus raíces en el cielo?
Aixa: Biblia, Biblia, Biblia. En verdad, una de las cosas más llamativas de ver es cuánto nos sorprende en la iglesia latinoamericana el tema del sufrimiento, ¡porque está por todos lados en la Biblia! De veras, requiere esfuerzo esquivarlo o quizás… ¿pereza? Demasiada gente que se llama a sí misma cristiana no pasa de leer versículos fuera de contexto y mal aplicados, y pretenden navegar la realidad con eso.
En una ocasión me invitaron a hablar en un evento dedicado a personas que estaban pasando un proceso de duelo y empecé diciéndoles que lo más seguro era que quienes pensaban que estaban peleando con Dios, realmente estaban peleando con una caricatura de Dios.
Quienes piden amar al Señor, inevitablemente aman la Biblia y allí “no hay pierde” (como decimos aquí). Ella es absolutamente clara: “Amados, no se sorprendan del fuego de prueba que en medio de ustedes ha venido para probarlos, como si alguna cosa extraña les estuviera aconteciendo. Antes bien, en la medida en que comparten los padecimientos de Cristo, regocíjense, para que también en la revelación de Su gloria se regocijen con gran alegría” (1 Pe. 4:12-13).
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