En su clásico sermón ¡Verdadera oración, verdadero poder!, Charles Spurgeon habla sobre la verdad de la oración como pocas veces he escuchado o leído a alguien hablar del tema. A continuación un breve extracto del mensaje que sin duda te dará mucho en qué pensar (léelo al menos tres veces):
Cuando un hombre ora realmente, no se trata de si Dios le oirá o no. Dios debe oírle. No porque haya alguna compulsión en la oración, sino porque hay una dulce y bendita compulsión en la promesa. Como es el sublime y verdadero Dios, no puede negarse a Sí mismo. ¡Oh!, pensar en esto: que tú, un hombre insignificante puedas estar aquí y hablar con Dios, y a través de Dios puedas mover todos los mundos. Sin embargo, cuando tu oración es escuchada, la creación no es alterada; aunque las mayores peticiones sean contestadas, la providencia no será desordenada ni un solo instante. Ninguna hoja caerá más pronto del árbol, ninguna estrella detendrá su curso, ninguna gota de agua caerá más lentamente de su fuente, todo continuará siendo igual, y sin embargo, tu oración lo habrá afectado todo. Hablará a los decretos y a los propósitos de Dios mientras están siendo cumplidos diariamente, y todo ellos gritarán a tu oración, y clamarán: «tú eres nuestra hermana; nosotros somos decretos y tú una oración; pero tú misma eres un decreto, tan antiguo, tan seguro, tan viejo como lo somos nosotros.» Nuestras oraciones son decretos de Dios en otra forma. Las oraciones del pueblo de Dios no son sino promesas de Dios musitadas por corazones vivos, y esas promesas son los decretos, sólo que puestos en otra forma y figura. No pregunten: «¿cómo pueden mis oraciones afectar los decretos?» No pueden, excepto que en la medida que sus oraciones son decretos, y que conforme brotan, cada oración que es inspirada por el Espíritu Santo a su alma, es tan omnipotente y eterna como ese decreto que dijo: «Sea la luz; y fue la luz;» o como ese decreto que eligió a Su pueblo, y ordenó su redención por la sangre preciosa de Cristo.
Tú tienes poder en la oración, y tú estás hoy entre los ministros más potentes en el universo que Dios ha hecho. Tú tienes poder sobre los ángeles, pues ellos volarán a tu voluntad. Tú tienes poder sobre el fuego, y el agua, y los elementos de la tierra. Tú tienes poder para que tu voz sea escuchada más allá de las estrellas. Donde los truenos se desvanecen en silencio, tu voz despertará los ecos de la eternidad. El oído del propio Dios la escuchará y la mano de Dios mismo cederá a tu voluntad. Él te pide que clames: «Hágase tu voluntad,» y tu voluntad será hecha. Cuando tú puedes argumentar Su promesa entonces tu voluntad es Su voluntad. ¿No parece algo sobrecogedor, mis queridos amigos, tener tal poder en las manos de uno como el poder de orar?