Si los creyentes somos salvos solo por gracia, únicamente por la fe, ¿tenemos licencia para pecar libremente como queramos? Y si Dios muestra su gloria en salvarnos a pesar de nuestros pecados, ¿su gloria será más exaltada si seguimos pecando deliberadamente luego de haber creído el evangelio?
Estas preguntas se relacionan a lo que en la historia de la Iglesia y teología se ha llamado antinomianismo. ¿Qué es lo más importante que todo cristiano debe saber al respecto?
La herejía del antinomianismo
La palabra antinomianismo significa “anti-ley”, y se usa para hablar de toda actitud y enseñanza que afirme que podemos relacionarnos con Dios y vivir en plenitud sin obedecerlo.
El antinomianismo rechaza así cualquier rol de los mandamientos de Dios en la vida del creyente. A riesgo de simplificar mucho, el antinomianismo dice: “Como ya soy salvo, Dios me ama, mi alma ha sido redimida, y no importa que viva en pecado”.
Se trata entonces de una herejía con la que la Iglesia ha tenido que lidiar desde el primer siglo. Por ejemplo, advirtiendo a los creyente sobre esta enseñanza errada, el apóstol Juan escribió:
“Ustedes saben que Cristo se manifestó a fin de quitar los pecados, y en Él no hay pecado. Todo el que permanece en Él, no peca. Todo el que peca, ni Lo ha visto ni Lo ha conocido. Hijos míos, que nadie los engañe. El que practica la justicia es justo, así como Él es justo. El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo ha pecado desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó con este propósito: para destruir las obras del diablo”, 1 Juan 3:4-8.
Otros autores bíblicos, como Pedro y Judas (no el que traicionó a Jesús) también advirtieron sobre los falsos maestros que promueven formas de antinomianismo (2 Pe. 2:2; Jud. 4-19)
El antinomianismo refutado
A lo largo de la historia de la Iglesia, los cristianos no solo han tenido que lidiar con la distorsión del antinomianismo, sino también con acusaciones falsas de antinomianismo. Por ejemplo, una crítica común del catolicismo romano contra la teología protestante es que la enseñanza de la justificación solo por fe conduce al antinomianismo.
La acusación puede expresarse de esta manera: “Ya que ustedes, los protestantes, enseñan que Dios nos justifica solo por gracia por medio de la fe sola, ustedes ya no tienen ninguna motivación para obedecer a Dios y buscar vivir en santidad. Lo que creen conduce entonces al libertinaje y desenfreno en pecado”.
Ante este señalamiento, podemos resumir la respuesta de los protestantes así: Creemos que la justificación es solo por la fe, sin las obras de la ley (Ro. 3:28), y es precisamente por esto que queremos vivir en obediencia y adoración a Él por la salvación tan grande que nos ha dado (Ro. 12:1-2). De hecho, ya no podemos vivir deliberadamente en pecado si en verdad hemos creído el evangelio porque hemos nacido de nuevo (1 Jn. 3:9), tenemos el Espíritu Santo que nos conduce a la obediencia (Ro. 8:1-11), y así estamos en Cristo (1 Jn. 2:5-6).
Esta respuesta sigue la lógica de la forma en que Pablo respondió en Romanos 6 a la acusación de antinomianismo. Luego de hablar sobre la justificación por la fe, Pablo pregunta: “¿Qué diremos, entonces? ¿Continuaremos en pecado para que la gracia abunde?” (v. 1). Él sabe que el escándalo del evangelio puede sonar a antinomianismo en la mente de algunas personas. Pero presta atención a lo que Pablo responde: “¡De ningún modo! Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (v. 2).
En el resto del capítulo, Pablo argumenta que el creyente está unido por la fe a Cristo y ahora su vida es diferente. Aunque el pecado todavía está presente en nosotros, hemos sido liberados de su poder esclavizante y buscamos vivir en santidad. “Pero ahora, habiendo sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tienen por su fruto la santificación, y como resultado la vida eterna” (v. 22; énfasis añadido).
En efecto, la Palabra de Dios es explícita al mostrarnos que guardarla es una obligación para el creyente, y que debemos distinguirnos por eso. Por ejemplo, en 1 Corintios 6:9-11 leemos:
“¿O no saben que los injustos no heredarán el reino de Dios? No se dejen engañar: ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los difamadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios. Y esto eran algunos de ustedes; pero fueron lavados, pero fueron santificados, pero fueron justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios”.
La gracia nos lleva a la obediencia
Cuando abrazamos el mensaje de la cruz estamos agradecidos ante Dios por su amor, y eso nos mueve a amarlo y obedecerlo por medio del Espíritu Santo que hemos recibido.
Así lo explica el apóstol Juan: “Nosotros amamos, porque Él nos amó primero” (1 Jn 4:19). Ese amor a Dios se expresa en obediencia: “Si ustedes Me aman —dice Jesús—, guardarán Mis mandamientos” (Jn 14:15). No tenemos que ver los mandamientos de Dios como un medio de salvación, pero ellos nos revelan cómo vivir y conducirnos para Dios.
El problema del antinomianismo en realidad no es que ha entendido correctamente el evangelio y por ello llega a conclusiones no bíblicas (“no importa obedecer a Dios”). Al contrario, el gran error del antinomianismo es que no ha entendido en verdad de qué se trata el evangelio. Jesús no solo vino a salvarnos; Él vino a transformarnos al unirnos a Él y al llevarnos a vivir una vida diferente a la que antes teníamos. Combatimos el antinomianismo, entonces, al predicar fielmente el evangelio. En otras palabras, si crees que el evangelio te da licencia para pecar, entonces todavía no has conocido el amor de Dios.
Como todavía luchamos contra el pecado en nuestras vidas, si nos descuidamos al respecto nuestros corazones pueden inclinarse al antinomianismo. Necesitamos constantemente que el Señor nos haga más sensibles a lo glorioso de su evangelio y obre con su Espíritu Santo en nosotros llevándonos a mayor obediencia. Dios es exaltado cuando queremos vivir para Él con todo lo que somos (Ro. 12:1-2) en respuesta a su evangelio.
Una versión de este artículo apareció primero en Coalición por el Evangelio.