En Juan capítulo 4, Jesús tiene una conversación con una mujer samaritana a quien nos parecemos más de lo que creemos.
Cuando nuestro Señor le hace ver que ella es pecadora, ¿Cómo reaccionó esta mujer? Diciendo: “Señor, me parece que tú eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar” (Jn 4:19-20). ¡Quiso cambiar el tema de la conversación!
Siempre que somos acercados a la santidad de Dios, seremos sacudidos y puestos en evidencia porque Su santidad hace resaltar nuestro pecado. En palabras de Pablo: Estamos sin excusa (Romanos 1:20).
El profeta Isaías es un ejemplo de eso y lo admitió rápidamente (a diferencia de la samaritana): “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6:5). Luego de que el profeta reconoció eso, su culpa fue quitada y su pecado limpiado en un acto doloroso de limpieza (v. 6-7).
Pero volvamos a la samaritana a quien nuestro Señor le habló. Ella expresa la típica reacción de pecadores que se ven atrapados y quieren evitar su culpa. Abandonó la lógica de la conversación y buscó desviar la atención a otra controversia. Eso fue absurdo, pero así actuamos los pecadores. ¡Cuán misericordioso es Jesús que continuó tratando con su corazón!
Con frecuencia nos comportamos como aquella mujer. Hay momentos en que Dios nos confronta con algún pecado en nuestras vidas, pero nosotros no acudimos a Él en arrepentimiento tan rápido como deberíamos. En cambio, pretendemos auto-engañarnos y persuadir a Dios de alguna manera, porque queremos que nuestro orgullo quede intacto en vez de despedazado.
Entonces, al ser confrontados en relación a un pecado en particular que hemos cometido, en vez apartarnos a orar tan pronto como deberíamos, decidimos irnos a Facebook y entretenernos un rato allí, o encender el televisor y ver alguna película, o incluso leer algún libro cristiano o meternos en actividades de la iglesia en vez de primero pedir perdón a Dios y confesar una vez más que necesitamos de Él. Esos son solo algunos ejemplos de cómo queremos evitar la confrontación.
Somos creativos al buscar maneras de cambiar el tema de la conversación que Dios quiere que tengamos con él en relación a nuestro pecado y la necesidad de arrepentimiento constante. Es como nuestra forma de alegar demencia ante la corte celestial y tratar de restar importancia al pecado. Sin embargo, estamos llamados a tener vidas caracterizadas por el arrepentimiento (cp. Mateo 6:12) y la confianza en la gracia de Dios manifestada en Cristo (cp. Filipenses 3:7-14).
Es mucho el gozo que no tenemos cuando no admitimos nuestra necesidad constante de la gracia de Dios obrando en nuestras vidas. En Cristo hay gracia abundante para pecadores como nosotros. No desviemos el tema. Admitamos que hemos pecado y acudamos a Cristo reconociendo quién es Él y la obra completa que realizó en la cruz.
Oremos pidiendo que siempre tengamos presente estas palabras de nuestro Señor y sentir el peso de lo que significan: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mateo 9:13).
Publicado originalmente el 31 de agosto de 2015.