“Prefiero enseñar a un hombre a orar que a diez hombres a predicar”
— Charles Spurgeon
Son muchos los cristianos a lo largo de la historia que han testificado de la importancia de la oración matutina, y creo que todo cristiano entiende que debe empezar sus mañanas buscando el rostro de Dios, conociéndolo en Su Palabra, derramando su corazón a Él en oración.
Si nuestro Señor Jesucristo oraba mientras otros dormían, ¿por qué nosotros tendríamos que hacer menos? (Marcos 1:35)
¿Por qué no dedicar al Señor de manera más plena las horas en las que estamos más alertas?
Verdades sobre orar al empezar el día.
Sin embargo, orar en las mañanas no siempre es fácil. Al menos no siempre lo es para mí. Entiendo a las personas que me han dicho: “Hermano Josué, me cuesta mucho orar temprano”.
En lo personal, creo que mi carne no me da tantos problemas cuando estoy aprendiendo, por medio de lecturas, como cuando quiero clamar a Dios, humillarme ante Él en oración (porque el conocimiento puede hacerme orgulloso sino penetra mi corazón). He visto a predicadores testificar lo mismo, esto es algo común ¡Orar no es muy agradable a nuestra carne!
Lo que es peor, cuando en contadas ocasiones no oro en las mañanas porque me despierto tarde y tengo compromisos, y digo “voy a orar más tarde”, usualmente no lo logro o me resulta muy difícil.
Definitivamente, al diablo no le importa lo mucho que yo quiera orar, siempre que mi plan sea hacerlo “más tarde”. Él está dispuesto a todo, incluso a buscar distraerme con cosas buenas, para persuadirme de “orar más tarde”.
Además, el mundo nos llama a que nos afanemos haciendo muchas cosas temprano y así seamos “productivos”. Pero mucha actividad no siempre es sinónimo de verdadera productividad. Incluso he podido ver que siempre que tengo mis devocionales en las mañana, Dios se encarga de que el resto de mi día sea tan productivo como a Él le plazca.
No importa lo que el mundo, el diablo y nuestra carne digan, orar es crucial y tener nuestros devocionales es lo más productivo que podemos hacer. De nada nos sirve hacer un millón de cosas si no hacemos lo que Dios quiere que hagamos y lo que nosotros más necesitamos. No podemos vivir para la gloria de Dios sin orar.
Postrarnos ante Dios al despertar es crucial para mortificar en nosotros toda idea de independencia de Dios. Cuando oramos al empezar el día, se moldea nuestra forma de pensar para las siguientes horas y fija en nosotros la centralidad de lo realmente valioso y necesario. En otras palabras, al orar en las mañanas testificamos a nosotros mismos que lo más importante y digno de nuestra atención es Dios, y por tanto vivir en adoración a Él en todo lo que hagamos, y eso es usado por el Señor para llevarnos a distraernos menos. Además, nos adelantamos a muchas tentaciones del día antes de que toquen las puertas de nuestras mentes con más fuerzas.
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Entonces, ¿por qué muchos no oran en las mañanas?
Dios me ha llevado a ver que profundizar en nuestra comunión con el Él es un asunto que requiere planificación.
Si quiero empezar el día de mañana a solas con Dios, debo dejar todo preparado esta noche y dormir más temprano (no suele ser fácil para los noctámbulos como yo). Cuando se trata de leer la Biblia y orar, es infinitamente mejor tener un plan que no tener ninguno.
Además, debo orar al Señor pidiendo que incline en las mañanas mi corazón a Su Palabra más que a mi almohada o Facebook, y que incline más mis afectos a Él que a las tareas cotidianas del día (cp. Salmos 119:36).
John Piper me ha ayudado a ver esto. Él escribe:
“A menos que esté completamente equivocado, una de las principales razones por la que los hijos de Dios no tienen una vida significativa de oración no es tanto que no queramos, sino que no la planeamos. Si deseas tomarte unas vacaciones de cuatro semanas, no puedes limitarte a levantarte una mañana de verano y decir: ¡Vamos! No tendrás nada preparado. No sabrás adónde ir. No has planeado nada.
Pero así es como muchos de nosotros tratamos la oración. Nos levantamos día tras días y nos damos cuenta que deberían formar parte de nuestra vida momentos importantes de oración, pero aún no hemos preparado nada. No sabes adónde ir. No hemos planificado nada. Ni el momento ni el procedimiento. Y todos sabemos que lo contrario a no planificar no es un maravilloso fluir de experiencias profundas y espontáneas en la oración. Lo contrario de la planificación es la rutina. Si no planificas unas vacaciones, probablemente te quedarás en casa y verás la TV. El flujo natural y sin planificar de la vida espiritual lleva a que decaiga totalmente la vitalidad. Hay una carrera para correr y una pelea que luchar. Si deseas una renovación en tu vida de oración tienes que planificarla”[1]John Piper, Sed de Dios (Andamio, 2011), p. 190-191.
En Daniel veo intencionalidad en llevar una vida de oración (Daniel 6:7-10). Lo veo también en el salmista (Salmos 119:164). Ellos oraban en las mañanas porque eran disciplinados, y la disciplina conduce a la naturalidad.
Es una paradoja: Cuanto más disciplinado soy al buscar orar en las mañanas, más natural se me hace hacerlo a pesar de la oposición que enfrente. Deja de ser simplemente un hábito para convertirse en parte de mi vida.
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¿Qué aviva nuestros corazones en las mañanas?
“Pero hermano Josué, yo he tratado muchas veces de orar en la mañanas y no siento mi corazón avivado para eso”. Eso lo comprendo. Como dije antes, también estoy lidiando con la carne. No todos los días me despierto deseando humillarme ante Dios y reconocer cuanto dependo de Él. Pero por Su gracia he aprendido varias cosas.
Primero, el clásico dicho de los puritanos es cierto: “Ora hasta que ores”. Debemos orar lo suficiente en una sola sesión, con sinceridad, a fin de que podamos atravesar la barrera de la superficialidad al dirigirnos a Dios. Si “oramos hasta que oremos”, entraremos a momentos de mayor devoción espiritual en nuestro clamor a Dios.
Segundo, es bueno orar por nuestras oraciones. Dios ha prometido escuchar. ¿Cuándo fue la última vez que oraste a Dios pidiendo que te haga una persona de oración sincera?
Y tercero, lo que aviva nuestros corazones es la Palabra de Dios (cp. Salmos 19:17). Puedo testificar que cuando en las mañanas leo la Biblia pidiendo a Dios que abra mis ojos para ver las maravillas de Su ley (Salmos 119:18), eso me conduce naturalmente a la adoración, al agradecimiento, a la intercesión. Me guía a la oración.
Esto fue un descubrimiento grandioso para mí, George Müller testifica al respecto:
“Vi con mayor claridad que nunca que la tarea principal y mayor a la que debía atender cada día era mantener mi alma feliz en el Señor. La primera cosa por la que preocuparme no era cuánto podía servir al Señor o cómo podía glorificar al Señor, sino cómo podía mantener mi alma en un estado de felicidad y cómo podía alimentar mi hombre interior. Porque podía pretender mostrar la verdad a los inconversos, ser de ayuda para los creyentes, liberar a los afligidos, buscar otras maneras de comportarme como hijo de Dios en este mundo y, no obstante, si no era feliz en el Señor y no me alimentaba y me fortalecía en mi hombre interior día tras día, no estaría ocupándome de todas esas cosas con un espíritu correcto.
Anteriormente, mi costumbre había sido, al menos durante los diez años previos, entregarme a la oración como algo habitual después de vestirme por las mañanas. Ahora vi que lo más importante que tenía que hacer era entregarme a la lectura de la Palabra de Dios y a la meditación de la misma, para que mi corazón fuera consolado, animado, advertido, reprobado, instruido; y así, al meditar, mi corazón podría ser llevado a experimentar la comunión con el Señor. Por tanto, comencé a meditar leyendo en el Nuevo Testamento desde el principio, temprano por la mañana.
Lo primero que hacía después de pedir con pocas palabras la bendición del Señor sobre su preciosa Palabra, era comenzar a meditar en la Palabra de Dios, buscando en cada versículo extraer alguna bendición no para el ministerio público de la Palabra, ni para predicar sobre lo que había meditado, sino para obtener alimento para mi propia alma. El resultado que he encontrado casi siempre es el siguiente: que después de unos minutos mi alma ha sido llevada a la confesión, a la gratitud, a la intercesión o a la súplica; por lo que, aunque no me había propuesto darme a la oración, sino a la meditación, casi inmediatamente me volvía más o menos a la oración
… La diferencia entre lo que hacía anteriormente y lo que hago ahora es la siguiente: Antes, cuando me levantaba, comenzaba a orar lo más pronto posible, y por lo general invertía todo o casi todo mi tiempo hasta la hora del desayuno en oración. Todas las cosas las comenzaba invariablemente con oración… Pero ¿cuál era el resultado? A menudo utilizaba un cuarto de hora, o media hora, o hasta una hora de rodillas antes de ser consciente de recibir consuelo, ánimo, humillación de mi alma, etc., y, a menudo, después de haber sufrido mucho porque mi mente volaba de un sitio a otro durante los diez primeros minutos o un cuarto de hora, o incluso media hora, cuando de verdad comenzaba a orar.
Ahora rara vez me pasa esto. Porque mi corazón se alimenta de la verdad y es llevado a experimentar comunión con Dios. Hablo a mi Padre y a mi Amigo (a pesar de ser yo pecador e indigno de ello) acerca de las cosas que ha puesto delante de mí en su preciosa Palabra.
…. ¡Qué diferentes son las cosas cuando el alma encuentra refrigerio y felicidad temprano por la mañana, de cuando, sin preparación espiritual, nos adentramos en el servicio, las pruebas y las tentaciones del día!”[2]El secreto espiritual de George Müller. Tomado de su autobiografía
Es mi oración que estas confesiones y consejos sean de provecho para ti tanto y más que como lo han sido para mí. Que el Señor nos conceda deleitarnos en Él, de manera que planifiquemos con gozo el tiempo para orar en las mañanas.
Publicado originalmente el 21 de Septiembre de 2015.
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