El pasado 6 de noviembre mi abuelita (no le gustaba que la llamara “abuela”) Nancy partió a la presencia del Señor. Creo que unas breves palabras sobre ella son dignas de mención aquí, debido a la bendición que ha sido para mi vida. Ella es de esas personas que, aunque son desconocidas en la tierra, son bastante conocidas en el cielo.
Crecí escuchando sus relatos de viajes misioneros. Décadas atrás, ella recorrió toda Venezuela predicando el evangelio y buscando formar discípulos. Aunque no puedo decir que fui convertido bajo su enseñanza, sus lecturas de la Palabra causaron una enorme influencia en mí. Desde que yo era pequeño, hasta el día de su muerte, ella siempre oraba por mí para que yo fuese un instrumento en las manos de Dios.
La mayoría de las personas simplemente existen y andan por allí. Pero mi abuelita en realidad vivió. Ella no desperdició su vida, sino que la entregó por completo al Señor. Siempre estaba leyendo y orando, a toda hora. Así la recordaré. Y siempre estaba sirviendo a otras personas, aunque muchas de ellas no lo apreciaran. Su vida era servir a la iglesia y alcanzar a los perdidos.
Mi abuelita siempre estaba predicando a Cristo con denuedo y profunda convicción. Incluso en su lecho de muerte, predicaba el evangelio a los otros enfermos en el hospital y al personal que trabaja allí. Solo en el cielo sabremos con certeza todo el impacto y fruto de su servicio a Dios.
Ella partió entonando himnos al Señor, y cantando el Salmo 23. Jamás volveré a leer esa porción de las Escrituras de la misma manera, porque he sido testigo de lo cercana que era ella al Señor, y ella me ha ayudado a comprender lo que ese salmo significa. La mayoría de las personas simplemente conocen el salmo 23, pero ella conocía al Pastor de ese salmo en medio de los valles de sombra de muerte.
Mi abuelita no solo vivió mucho, sino que también sufrió mucho. De entre todas las personas que conozco, ella es tal vez la persona que más ha sufrido. Soportó diversas injusticias, enfermedades, tribulaciones, y aflicciones. Pero en medio de todo eso, puedo decir que jamás la vi quejándose y murmurando del Señor. El gozo en el Señor era su fortaleza. Si Dios es más glorificado en nosotros cuando más satisfechos estamos en Él, entonces esto es así de manera especial en medio del sufrimiento. Adorar a Dios cuando todo sale como nos gustaría puede ser demasiado fácil. ¿Pero adorarlo y vivir con gozo en Él cuando estamos en medio del dolor? Eso glorifica al Señor de manera especial, y eso hacía mi abuelita. Ella realmente no era de este mundo, y nunca la olvidaré.
El dolor que siento en mi corazón es grande, y también el que siente mi familia. Pero, ¡cuán dulce ha sido para mí el evangelio en estos momentos! Doy gloria y gracias a Dios por la vida de mi abuelita Nancy. Siguiendo a Jesús, se hizo pobre para enriquecer a muchos. Aunque partió sin gloria de esta tierra, actualmente está revestida de gloria. Sufriendo bastante, es la persona más feliz que he conocido. ¡Bendita paradoja de la vida cristiana!
Ella me recuerda, entre muchas cosas más que no tengo espacio para mencionar aquí, que los cristianos que más glorifican al Señor no son precisamente los más conocidos, sino los que simplemente caminan cerca del Señor hasta el final. Él es suficiente.