No necesito imaginar cómo luce la vida en un país con una inflación de más de un millón por ciento al año. He vivido y crecido en Venezuela, una nación que hoy está sumida en un desastre económico y una crisis humanitaria sin precedentes en su historia.
Aunque otras personas en el país han tenido mayores dificultades económicas que yo, sé lo que se siente no tener nada en la nevera, que me falte dinero para tomar un bus, estar desempleado en medio de la crisis, y también trabajar arduamente sin salir de ella, vivir en un lugar demasiado pequeño con mi esposa, y que no podamos contar con algunos servicios que para muchas otras personas son muy necesarios.
Tal vez te sientas identificado con ese último párrafo. Tal vez conoces de cerca la tentación a afanarnos por las dificultades económicas. ¿Cómo podemos afrontarla? ¿Cómo podemos crecer en nuestra confianza en el Señor cuando nuestras billeteras y cuentas bancarias están vacías, o lo que tenemos en ellas parece no alcanzarnos para vivir?
Déjame compartir contigo cinco consejos que, por la gracia de Dios, mi esposa y yo hemos podido aplicar en nuestras propias vidas.
1. Ten tu mirada en Aquel que se hizo pobre para enriquecerte.
Recuerdo que hace unos años caminaba en una de las avenidas de la ciudad sin tan solo una moneda en mis bolsillos. Pensaba qué haría en el futuro y oraba a Dios que me diera una palabra de ánimo. En aquel momento, un joven casi de mi edad que caminaba al otro lado de la avenida me llamó: “¡Hey tú!”. Miré a aquella persona y me gritó: “¡Cristo te ama!”. Siguió caminando y nunca más lo volví a ver. Nunca supe su nombre, pero hizo bien al recordarme el nombre de mi Salvador y dirigir mi mirada al evangelio que yo había creído.
La prueba de que Dios te ama no está en el balance positivo de una cuenta bancaria, o en una nevera llena de comida, o en un lugar con muchas comodidades. La prueba del amor de Dios colgó en una cruz (Jn 3:16). Dios nos ama tanto que, en la Persona de su Hijo, se hizo pobre para enriquecernos en lo que más importa: “Porque conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, sin embargo por amor a ustedes se hizo pobre, para que por medio de Su pobreza ustedes llegaran a ser ricos” (2 Co. 8:9).
En este verso el apóstol Pablo no dice que Cristo vino a este mundo para darnos una riqueza material ahora (hablaremos más adelante sobre eso). La riqueza y pobreza de la que se habla es la siguiente: Cristo fue abandonado por su Padre en una cruz para que tú y yo nunca tengamos que serlo. Cristo soportó la mayor oscuridad para que, en medio de nuestra oscuridad, podamos tener esperanza en la luz de Dios. Cristo fue tratado como un criminal ante el Juez del universo para que tú y yo podamos ser recibidos como hijos.
Ahora, por medio de la fe, tenemos paz para con Dios: una paz que nada en el universo puede quitarnos (Ro. 5:1; Jn. 14:27). Se trata de una paz que permanece presente en nuestros corazones, aun en medio de los afanes y las aflicciones, como una vela que alumbra en medio de la noche oscura. Se trata de lo más importante en el mundo, y por eso este es el primer punto en este artículo (todos los demás se desprenden de esta verdad).
Por lo tanto, necesitas predicarte el evangelio a ti mismo, una y otra vez. Necesitas creerlo con todo tu corazón y arrepentirte de tus pecados cuando hayas fallado. Entonces serás bienaventurado en verdad (Ro. 4:8-9). Solo así tendrás verdadera paz, sabiendo que Dios te ama y perdona.
Al mismo tiempo, solo así podrás vivir con verdadera esperanza y expectativa gozosa, porque “el que no negó ni a Su propio Hijo, sino que Lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también junto con Él todas las cosas?” (Ro. 8:32). Esta es la gloriosa conclusión lógica del evangelio. Implica que si Dios te niega algo, no es porque no te ame, sino porque está haciendo lugar para algo mejor. Él ya te ha dado lo más valioso en Cristo. Puedes confiar en que Él no es egoísta contigo. Como J. I. Packer ha dicho sobre ese versículo:
“Algún día descubriremos que nada —literalmente nada— de lo que hubiera podido aumentar nuestra dicha eterna nos ha sido negado, y que nada —literalmente nada— de lo que hubiera podido limitar esa dicha se ha quedado con nosotros. ¿Qué seguridad mayor que esta podemos tener?” (El conocimiento del Dios santo).
2. Corrige tus expectativas de vida en este mundo.
Dios nunca prometió darte prosperidad económica y comodidad aquí y ahora.
Todos los versículos del Antiguo Testamento que parecen decir eso necesitan leerse y estudiarse en sus respectivos contextos antes de concluir que Dios quiere que seamos ricos y poderosos en la tierra. Por eso el evangelio de la prosperidad es un engaño que se aprovecha del afán económico de las personas.
Sí, Dios puede llegar a darnos comodidades, por supuesto, pero no es algo que Él haya prometido y que debemos esperar de este lado de la gloria. Por eso el apóstol Pablo podía mantener su confianza en el Señor en medio de las persecución y la pobreza (2 Co. 11:24-28). Él sabía que sus tribulaciones no eran evidencia de la ausencia del amor de Dios.
Sin embargo, incluso si no afirmamos con nuestros labios el evangelio de la prosperidad, dentro de nuestro corazón podemos albergar su semilla: la idea de que Dios nos debe comodidades en la tierra porque somos cristianos. Y entonces, cuando estamos en dificultades económicas, sentimos que el mundo se viene abajo y nuestra fe colapsa. ¿No debía Dios aumentar mis finanzas?, nos preguntamos mientras dudamos de su amor. Y la respuesta es que no, Él no tiene por qué aumentarlas automáticamente, puesto que Él está más interesado en nuestra santidad ahora y en nuestro gozo eterno que en nuestra comodidad pasajera.
En realidad, si consideramos lo que la Biblia dice sobre nosotros, veremos que merecemos todo lo contrario a cualquier bendición de Dios (Ef. 2:3). Merecemos ser privados de cualquier alegría o dádiva que tenemos (Ro. 6:23). Y entender esto a la luz del evangelio es extremadamente liberador. Esto implica no solo que Dios no nos debe una vida placentera en este mundo, ¡sino que además no merecemos todas las cosas buenas que ya tenemos! Esto nos conduce al agradecimiento y la humildad. Dios siempre te ha tratado mejor de lo que mereces.
Así podemos vencer el afán económico y vivir con gozo en el Señor, sabiendo que somos infinitamente amados por Dios aunque somos peores de lo que creemos (Ro. 5:7-8). Por lo tanto, examina tus expectativas en este mundo. En vez de contar las cosas que puedas creer que Dios te debe, entiende que no mereces nada, empezando por el amor de Dios. ¿Qué tal si mejor cuentas todas las cosas que ya tienes y que no mereces?
3. Ora a Dios pidiendo que guarde tu corazón de la idolatría.
Mateo 6:24 es uno de los pasajes de la Biblia a considerar cuando hablamos sobre nuestras finanzas: “Nadie puede servir a dos señores; porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o apreciará a uno y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir a Dios y a las riquezas”.
El contexto de ese texto revela que no solo somos idolatras si somos ricos y servimos al dinero. También somos idólatras cuando no tenemos dinero y nos preocupamos por nuestras vidas como si Dios no fuese a cuidarnos. Esa es otra forma de tener al dinero como “señor” de nuestras vidas. Jesús dice en el siguiente versículo: “Por eso les digo, no se preocupen por su vida, qué comerán o qué beberán; ni por su cuerpo, qué vestirán” (v. 25, énfasis añadido).
En otras palabras, alguien afanado por su falta de dinero no es menos idolatra que la persona con riquezas y que basa su confianza en ellas. En ambos casos los recursos materiales son los que determinan la presencia de gozo y paz, y no la gracia de Dios. En ambos casos, Dios ocupa un segundo lugar en los pensamientos y afectos, por debajo del lugar del dinero.
Por lo tanto, necesitas guardarte de la idolatría al dinero y arrepentirte si has caído en ese pecado. No puedes hacer esto en tus propias fuerzas debido a lo escurridizo que es el pecado. Entonces, ¿cómo vencer esa idolatría mientras recordamos el evangelio? La vencemos orando:
“Por nada estén afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer sus peticiones delante de Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará sus corazones y sus mentes en Cristo Jesús”, Filipenses 4:6-7.
Gracias a que Cristo fue abandonado por el Padre en la cruz del Calvario, tú y yo nunca seremos abandonados por Él. Tenemos acceso para acercarnos en oración al trono de la gracia para pedir: “Dios, sé el único Señor en el trono de mi corazón”. ¡No desperdicies este privilegio! Eres llamado a vivir echando toda tu ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de ti (1 P. 5:7).
Clama a Dios y pídele que te ayude a tener tus ojos centrados en el evangelio; que te ayude a atesorar a Cristo sobre todo lo demás y te muestre su gloria en su Palabra. Y pídele así que te ayude a atesorar sus promesas para tu vida, lo cual nos lleva a nuestro siguiente punto.
4. Atesora las promesas de la provisión de Dios para tu vida.
Una de las cosas que mi esposa y yo hicimos en nuestros primeros días de casados fue trabajar en memorizar el Sermón del Monte.
No fue fácil hacerlo. Pero con las dificultades económicas que llegaron a nuestras vidas en las próximas semanas y meses, supe que no habíamos podido escoger un mejor pasaje para memorizar. El Espíritu Santo traía a nuestras mentes las palabras que habíamos memorizado:
“Miren las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No son ustedes de mucho más valor que ellas? […] Y por la ropa, ¿por qué se preocupan? Observen cómo crecen los lirios del campo; no trabajan, ni hilan. Pero les digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Y si Dios así viste la hierba del campo, que hoy es y mañana es echada al horno, ¿no hará El mucho más por ustedes, hombres de poca fe?
Por tanto, no se preocupen, diciendo: ‘¿Qué comeremos?’ o ‘¿qué beberemos?’ o ‘¿con qué nos vestiremos?’ Porque los gentiles buscan ansiosamente todas estas cosas; que el Padre celestial sabe que ustedes necesitan todas estas cosas. Pero busquen primero Su reino y Su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas. Por tanto, no se preocupen por el día de mañana; porque el día de mañana se cuidará de sí mismo. Bástenle a cada día sus propios problemas”, Mateo 6:26-34.
Así fuimos fortalecidos, y aprendimos que no hay mejor antídoto contra las preocupaciones y el pecado que recordar las promesas de Dios, como Pedro escribió:
“Pues Su divino poder nos ha concedido todo cuanto concierne a la vida y a la piedad, mediante el verdadero conocimiento de Aquél que nos llamó por Su gloria y excelencia. Por ellas Él nos ha concedido Sus preciosas y maravillosas promesas, a fin de que ustedes lleguen a ser partícipes de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que hay en el mundo por causa de los malos deseos”, 2 Pedro 1:3-4 (énfasis añadido).
El propósito de las promesas de Dios no es simplemente decorar nuestras neveras o paredes. Tienen el objetivo de avivar nuestra fe en el Señor. Fueron compradas por la sangre de Cristo para tu vida, si eres creyente (2 Co. 1:20). Y aunque en Mateo 6 encontramos promesas relacionadas con el afán económico, hay muchas más promesas al respecto en la Palabra de Dios que podemos abrazar cuando las entendemos correctamente, a la luz del evangelio.
Busca las promesas de Dios como quien busca un tesoro, y aférrate a ellas en adoración al Señor. Dudo que el Espíritu Santo vaya a traer a tu mente y aplicar a tu corazón porciones de la Biblia que nunca has leído o procurado conocer. Profundiza en la Palabra de Dios.
5. Considera el propósito de Dios en medio de tu dificultad económica.
Mi abuela es tal vez la creyente más sufriente que he conocido. Aunque sus hijos se esforzaron siempre en cuidar de ella, una y otra vez se veía en dificultades económicas. Una y otra vez fue estafada, robada, y humillada incluso por personas cercanas a ella. Además, una y otra vez pasaban cosas fuera de nuestro control que traían desgracia económica a su vida.
El dolor y las tribulaciones trajeron muchas dificultades para su salud, que además fueron acrecentadas por su edad y la crisis en Venezuela. Muchas veces no importaba tener el dinero para comprar medicinas que necesitaba, porque ellas no se conseguían en ninguna farmacia del país, y era casi imposible ingresarlas. Cuando pude ver que ya Dios estaba proveyendo mucho más económicamente para ella por medio de sus hijos y yo, parecía que era demasiado tarde. Su salud estaba frágil, y eventualmente partió con el Señor, predicando el evangelio a las personas del hospital. Sus últimas palabras fueron el Salmo 23.
Cuando pienso en ella, no deja de asombrarme que nunca la vi quejándose, a pesar de sus problemas de salud y dificultades económicas. Nunca la vi murmurando contra el Señor o dudando de Su amor. Ella dio testimonio de la suficiencia del Señor, y eso es lo más impactante que alguien puede llegar a ver en la vida de un creyente. Ahora, cuando la recuerdo, no puedo evitar orar: “¡Señor, concédeme conocerte y amarte como ella te amó! ¡Concédeme estar satisfecho en ti como ella lo estuvo!”.
Adorar a Dios y testificar de su bondad cuando todo marcha bien y nos sobra dinero en el banco es demasiado fácil. Cualquiera puede hacerlo y es poco convincente para la mayoría de las personas. Satanás señaló esto al comienzo del libro de Job (Job 1:9-11). Pero ¿adorar a Dios en medio de la crisis? Eso es impactante. Su gloria brilla más aún ante los demás, y esa gloria es lo más importante en el universo (Ro. 11:36).
El propósito de Dios para tu dificultad es que en medio de ella puedas crecer más a imagen de Cristo (Ro. 8:28-29). Él quiere que puedas decir como Pablo: “Sé vivir en pobreza, y sé vivir en prosperidad. En todo y por todo he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener abundancia como de sufrir necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:12-13). Entonces podrás ver que Dios “nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que también nosotros podamos consolar a los que están en cualquier aflicción, dándoles el consuelo con que nosotros mismos somos consolados” (2 Co. 1:4).
Dios quiere estas cosas para tu vida, y aquí tenemos una clase de prosperidad infinitamente más preciosa que la que promete el “evangelio de la prosperidad”. Así que oremos al Señor, que Él nos conceda vivir de tal manera que otros, al ver el gozo del Señor en nosotros, puedan adorarlo más a Él, y que nuestra fe pueda servirles de ejemplo.
Como dije al comienzo de este artículo, las dificultades económicas que mi esposa y yo hemos tenido en el pasado son pequeñas en comparación a las de muchas otras personas. Al mismo tiempo, aunque hoy gozamos gracias a Dios de mucha tranquilidad en esta área, sabemos que ella no está garantizada ni siquiera para la próxima semana. Dios es soberano para dar y quitar conforme a sus propósitos. Así que oro que Él nos conceda siempre volver a estas lecciones, y te animo a grabarlas también en tu corazón.
Si por medio de nuestras dificultades económicas Dios puede mostrar más su suficiencia a nuestras vida, entonces ¿por qué no darle gracias a Dios por nuestras circunstancias?
Una versión de este artículo fue publicada originalmente en Coalición por el Evangelio.