Seamos honestos: Se le ha dado un significado trivial a la palabra «amor». Es por eso que cuando muchas personas leen en la Biblia que Dios nos ama, creen, sin notarlo, que Dios tiene hacia nosotros aquello a lo que ellas llaman amor, en vez de tener hacia nosotros verdadero amor.
C.S. Lewis es uno de mis autores favoritos aunque estoy en desacuerdo con algunas cosas que ha dicho antes. Sin embargo, quiero compartir contigo estas palabras muy útiles de él sobre el amor de Dios.
«La Iglesia es la esposa del Señor, a quien Él ama tanto que en ella no hay mácula ni arruga que sea tolerable (Efesios 5:27). La verdad que enfatiza esta analogía es que el amor, por su misma naturaleza, exige perfeccionar al ser amado; que la simple benevolencia que tolera cualquier cosa a excepción del sufrimiento a quien es objeto de su cariño, es el polo opuesto del amor. Al enamorarnos de una mujer, ¿deja de importarnos el que sea limpia o sucia, buena o mala?, ¿no es más bien entonces que nos empieza a importar?, ¿hay alguna mujer que considere una señal de amor en un hombre, el que éste no sepa ni le importe cómo se vea? Ciertamente se puede amar al ser amado cuando éste ha perdido su belleza, pero no porque la haya perdido; el amor puede perdonar todas las debilidades y amar a pesar de ellas, pero no puede dejar de anhelar que éstas desaparezcan. El amor es más sensible que el odio a cada imperfección del ser amado; su «sentimiento es más suave y sensible que los tiernos cuernitos del caracol». Es, de todos los poderes, aquel que más perdona, pero el que menos tolera; aquel que se contenta con poco, pero que exige todo.
Cuando el cristianismo dice que Dios ama al hombre, quiere decir precisamente eso: que Dios ama al hombre, no que tiene una preocupación algo «desinteresada» —por serle indiferente— por nuestro bienestar, sino porque somos en verdad de una manera terrible y sorprendente, objetos de su amor. Quería un Dios amoroso, ahí lo tiene. El gran espíritu al que invocó tan livianamente […] está presente; no una benevolencia senil que a modo somnoliento le desea que sea feliz a su manera, no la fría filantropía del juez escrupuloso, ni el cuidado de un anfitrión que se siente responsable de la comodidad de sus invitados, sino que el fuego consumidor mismo, el amor que hizo los mundos, persistente como el amor del artista por su obra y despótico como el amor de un hombre por su perro; prudente y venerado, como el amor de un padre por su hijo; celoso, inexorable y exigente, como el amor entre ambos sexos».
Tomado de El problema del Dolor (Comprar en Amazon)
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