En las últimas semanas leí mucho a Juan Calvino mientras investigaba para una biografía breve.
Una de las mejores lecturas ha sido A Little Book on the Christian Life [Un libro pequeño sobre la vida cristiana], recientemente traducido bajo el título Cómo debe vivir el cristiano.
Aquí comparto algunas de mis citas favoritas de Calvino, traducidas por mí desde la versión en inglés:
“El objetivo del trabajo de Dios en nosotros es hacer que nuestras vidas están en armonía y acuerdo con su propia justicia, y así manifestarnos a nosotros mismos y a los demás, nuestra identidad como sus hijos adoptivos” (p. 3).
“¿Qué mejor fundamento pueden dar las Escrituras para la búsqueda de la justicia que decirnos que debemos ser santos porque Dios mismo es santo?” (p. 5).
“Cristo, a través del cual hemos sido restaurados para tener el favor de Dios, se presenta ante nosotros como un modelo cuya forma y belleza deberían reflejarse en nuestras propias vidas” (p. 9).
“La verdadera doctrina no es una cuestión de la lengua, sino de vida; tampoco la doctrina cristiana es captada solo por el intelecto y la memoria, como la verdad se capta en otros campos de estudio. Por el contrario, la doctrina se recibe correctamente cuando toma posesión del alma entera y encuentra un lugar de morada y refugio en los afectos más íntimos del corazón” (p. 11).
“Para que la doctrina sea fructífera para nosotros, debe desbordarse en nuestros corazones, difundirse en nuestras rutinas diarias y verdaderamente transformarnos en nuestro interior… El poder del evangelio debe penetrar los afectos más íntimos del corazón, hundirse en el alma e inspirar al hombre cien veces más que las enseñanzas sin vida de los filósofos” (p. 13).
“La ley del Señor es la mejor y más adecuada instrucción para el orden correcto de nuestras vidas. Sin embargo, a nuestro maestro celestial le pareció bueno conformarnos con una regla aún más precisa que la que se da en los preceptos de la ley. Esta es la suma de esa regla: es el deber de los creyentes presentar sus cuerpos como sacrificios vivos, santos y aceptables para Dios” (p. 21).
“No somos nuestros; por lo tanto, ni nuestra razón ni nuestra voluntad deben dominar nuestros planes y acciones. No somos nuestros; por lo tanto, no permitamos que la gratificación de nuestra carne sea nuestro fin. No somos nuestros; por lo tanto, tanto como sea posible, olvidémonos a nosotros mismos y nuestros propios intereses” (p. 22).
“Nunca alcanzaremos la mansedumbre genuina, excepto al tener nuestros corazones saturados de abnegación y respeto por los demás” (p. 34).
“Simplemente somos administradores de los dones que Dios nos ha dado para ayudar a nuestros vecinos” (p. 37).
“El creyente debe aceptar todo lo que venga [a él] con un corazón amable y agradecido, porque sabe que está ordenado por el Señor” (p. 53).
“Los más santos entre nosotros saben que se mantienen firmes por la gracia de Dios y no por sus propias virtudes” (p. 61).
“El Señor mismo se opone providencialmente, conquista y restringe la ferocidad de nuestra carne mediante la medicina de la cruz” (p. 68).
“En cualquier problema que se nos presente, siempre debemos poner nuestros ojos en el propósito de Dios de entrenarnos a pensar poco sobre esta vida presente e inspirarnos a pensar más sobre la vida futura” (p. 89).
“¿Qué sería de nosotros si gozáramos de la perpetua buena fortuna y el deleite, ya que incluso las habituales picaduras de la desgracia no logran despertarnos para una reflexión adecuada sobre nuestra miseria?” (pp. 92-93).
“Si el cielo es nuestro hogar, ¿qué es la tierra sino nuestro lugar de exilio? Si la partida de este mundo es la entrada a la vida, ¿qué es este mundo sino una tumba?” (p. 99).
“Nadie ha progresado mucho en la escuela de Cristo que no espere con alegría tanto a su muerte como al día de su resurrección final” (p. 103).
“El que se dirige hacia la meta de observar el llamado de Dios tendrá una vida bien compuesta. Libre de impulsos temerarios, no intentará más de lo que exige su llamamiento. Él entenderá que no debe sobrepasar sus límites” (p. 125).
“Todo trabajo realizado en obediencia a la propia vocación, sin importar cuán común y ordinario sea, es radiante, lo más valioso a los ojos de nuestro Señor” (p. 126).
Si nunca has leído a Calvino y estás interesado en conocer qué enseñaba, creo que este libro es la mejor introducción que puedes tener a su pensamiento (aquí en español).