“No soy reformado gracias a los reformados”.
Es una frase que he escuchado varias veces, dicha por personas que dicen estar interesadas en las doctrinas de la gracia y la teología de la reforma, pero que al conocer a ciertos calvinistas contenciosos cambian de parecer. Afirman que la vida de ellos resta credibilidad a las doctrinas y por eso las desestiman.
Debemos ser honestos: las personas que dicen esa frase están equivocadas. La verdad siempre es verdad aunque quienes afirmen creerla no vivan de manera consistente con ella. La sana doctrina no depende de nadie para ser bíblica. Por tanto, las doctrinas de la gracia son ciertas aunque muchos calvinistas no muestran gracia hacia lo demás.
Sin embargo, creo que la frase apunta hacia una realidad que es más común de lo que a veces estamos dispuestos a admitir: muchas iglesias y personas de “sana doctrina” sencillamente no viven una verdadera espiritualidad. Pueden tener la teología reformada, pero no la verdadera espiritualidad de la reforma: basada en la Palabra de Dios y con implicaciones prácticas en nuestras vidas, transformándonos en personas más humildes, gozosas, y amorosas.
Necesitamos entender que es posible tener mucha teología correcta en la cabeza y no reflejar en nuestro carácter y acciones la unión que deberíamos tener con Cristo por medio de su Espíritu Santo. En otras palabras, es posible saber mucha Biblia y carecer del fruto del Espíritu en nuestras vidas.
No me malentiendas pensando que estoy diciendo que tener una teología correcta no importa. ¡Por supuesto que importa! Amo la doctrina bíblica y conocer la Palabra. Sin ella, es imposible nacer de nuevo y crecer espiritualmente (1 Pe. 1:23 Ti. 3:16-17). La buena teología es indispensable para andar en santidad, guardarnos del error, adorar a Dios en Espíritu y en verdad, y amar a otros. No podemos glorificar a Dios sin vivir según su Palabra (1 Pe. 4:11).
Pero ser cristiano (y reformado) es mucho más que tener una doctrina correcta. Se trata de tener la vida de Dios morando en nosotros por medio del Espíritu Santo gracia a la obra de Cristo (Ro. 8:1-11). Conocer y afirmar las doctrinas más fundamentales de la Palabra es vital para la verdadera espiritualidad, y es necesario seguir profundizando en ellas, pero no podemos reducir la verdadera espiritualidad únicamente a eso. Esto es cristianismo básico: la vida cristiana es la vida de Dios morando en nosotros; no simplemente saber de la Biblia.
Por lo tanto, el problema en muchas iglesias y personas “reformadas” no es que ellas se preocupen por conocer la Biblia y tener una teología correcta. ¡Ojalá más personas tuvieran la misma preocupación! El problema es que algunos parecen no preocuparse por nada más, ni siquiera andar conforme al Espíritu y mostrar amor a otros. No viven conforme a lo que creen ni en sus perfiles sociales en Internet. No parecen tener a Cristo dentro de ellos produciendo fruto para Su gloria. Esto es lo que tristemente nos resta credibilidad cuando decimos ser cristianos… y reformados. Esto es algo que también confronta a mi corazón retándome a buscar depender del Señor para vivir una fe más genuina cada día.
No es fácil hablar de esto en algunos círculos cristianos “reformados”. Debido a nuestro pecado, nos gusta racionalizar nuestro orgullo y justificarnos constantemente. Podemos decir o pensar cosas como “sí soy un creyente genuino, solo que no soy emocional como otros”, y así pretender justificarnos señalando a otros grupos cristianos y hermanos en la fe. El corazón pecador es experto en disfrazar sus pecados de virtudes apuntando a las fallas de los demás.
Incluso podemos pretender justificarnos afirmando verdades bíblicas: “De este lado de la gloria siempre lucharemos con nuestro pecado, eso explica por qué tengo buena teología pero no vivo del todo según ella” y “lo que más importa en mi justificación no es cómo vivo para Cristo, sino el hecho de que ya soy salvo en Él a pesar de mis inconsistencias”. Pero aunque esas verdades sean bíblicas, el propósito de ellas es consolarte y llevarte a crecer en humildad; nunca es excusarte o justificarte ante otros por no vivir una verdadera espiritualidad.
Si queremos glorificar a Dios en nuestra generación, los jóvenes reformados somos llamados a lidiar honestamente con nuestro propio pecado y admitir que la vida a la que Dios nos llama es más que tener una buena doctrina. Como Ray Ortlund ha escrito, no es lo mismo tener una teología del evangelio que vivir una cultura del evangelio en el poder del Espíritu. A fin de cuentas, el diablo sabe más teología que todos nosotros y todavía sigue siendo el diablo.