George Müller (1805-1898) fue un predicador y misionero nacido en Prusia, que se destacó por su fe en la provisión para el mantenimiento de su obra a favor de los niños desamparados. Hay mucho de su vida que es ejemplar para todos nosotros. A continuación, comparto contigo una seria advertencia que Müller da sobre la importancia de leer libros que nos lleven a leer más la Biblia (¡Esos son los mejores libros!) y sobre lo esencial de darle más prioridad a la Biblia que a otros libros, y así aprender en la intimidad con Dios mediante Su Palabra y la oración.
«Caí en la trampa en la que caen muchos nuevos creyentes, de leer libros religiosos en lugar de las Escrituras. Ya no podía leer novelas en francés y alemán, como antes, para alimentar mi mente carnal; pero todavía no las remplazaba con el mejor de todos los libros.
Leía tratados, hojas misioneras, sermones y biografías de personas consagradas. Este último tipo de libros me resultaba más provechoso que los otros, y si los hubiera seleccionado bien, o si no hubiera leído demasiados de estos escritos, o si alguno de ellos me hubiera impulsado particularmente a amar las Escrituras, me hubieran hecho mucho bien –en ninguna etapa de mi vida había adquirido el hábito de leer las Sagradas Escrituras. Antes de los quince años de edad, leía un poco de ellas en la escuela; después puse totalmente a un lado el preciado libro de Dios, de modo que, según recuerdo, nunca leía ni siquiera un capítulo, hasta que quiso Dios iniciar una obra de gracia en mi corazón.
Ahora bien, la manera bíblica de razonar hubiera sido: Dios mismo ha condescendido a convertirse en un autor y yo ignoro ese preciado Libro que el Espíritu Santo ha causado que fuera escrito por sus siervos, y contiene aquello que debería saber, y el conocimiento que me guiará a la verdadera felicidad; por lo tanto, debería leer una y otra vez este preciadísimo Libro, este Libro de los libros, y hacerlo con toda dedicación, con espíritu de oración y con mucha meditación; y en esta práctica debería continuar todos los días de mi vida. Porque yo percibía, aunque lo leía un poco, que casi no sabía nada de él. Pero en lugar de actuar en base a estos antecedentes, y ser motivado por mi ignorancia de la Palabra a estudiarla más, mi dificultad en comprenderla, y lo poco que la disfrutaba, me hizo descuidar su lectura (porque leer la Palabra en espíritu de oración, no brinda únicamente conocimiento, sino que aumenta la delicia que nos produce leerla); por lo tanto, como muchos creyentes, en la práctica prefería, durante los primeros cuatro años de mi vida espiritual, las obras de hombres no inspirados a los oráculos del Dios viviente.
La consecuencia fue que seguí siendo un infante, tanto en conocimiento como en gracia. Digo en conocimiento, porque uno debe derivar del Espíritu el verdadero conocimiento de la Palabra. Y como yo descuidaba la Palabra, por casi cuatro años fui tan ignorante que no captaba claramente ni siquiera los puntos básicos de nuestra santa fe. Y, tristemente, esta falta de conocimiento me impidió andar firmemente en los caminos de Dios. Porque es la verdad que nos hace libres (Juan 8:31, 32), librándonos de la esclavitud de los deseos de la carne, los deseos de la vista y el orgullo en la vida. La Palabra lo comprueba; y lo comprueba también decididamente mi propia experiencia. Porque cuando agradó al Señor, en agosto de 1829, acercarme realmente a las Escrituras, mi vida y andar cambió mucho. Y aunque aún desde entonces no he llegado a ser todo lo que debería ser, la gracia de Dios me ha dado el poder para vivir más cerca de él que antes.
Si algún creyente lee esto, que en la práctica prefiere otros libros a las Sagradas Escrituras, y que disfruta los escritos de los hombres más que la Palabra de Dios, reciban una advertencia al considerar lo que yo perdí”.
Tomado de: Una hora con George Müller (saltos de párrafos añadidos).